Ya hay que sacarnos de la cabeza la idea del Purgatorio como un lugar de castigo y tormento. Dios es un Dios de amor, y el Purgatorio es un lugar de Amor y Misericordia, donde se te purifica para poder entrar al Cielo. Claro, la purificación, como toda purificación, puede implicar dolores, pero el fin del Purgatorio es el Amor de Cristo. Es el último acto de la gracia divina, donde el alma se limpia de toda imperfección antes de gozar plenamente de la presencia de Dios. No es un sufrimiento sin sentido, sino un paso necesario para la felicidad eterna. Allí, las almas esperan con ansia el abrazo definitivo del Padre, sabiendo que su destino es el Cielo. ¡El Purgatorio es esperanza, no condena!
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Adoro, Señor Jesús, tus Santas Llagas
Señor, adoro tus Santas Llagas porque a través de ellas me has salvado y mostrado Misericordia. Cada herida en tu cuerpo es un testimonio vivo de tu amor incondicional, un recordatorio de que cargaste con nuestros pecados y sufriste en silencio por nuestra redención. Tus manos traspasadas, tus pies heridos y tu costado abierto son puertas de gracia por donde derramas tu infinito perdón.
En tus llagas encuentro refugio cuando el dolor y la culpa me abruman, porque sé que ellas son fuente de sanación y esperanza. Tú, Cordero inmolado, transformaste el sufrimiento en victoria, y en tu cruz me invitas a confiar plenamente en tu Misericordia. Que nunca me aparte de estas llagas benditas, que son mi consuelo y la señal eterna de tu amor por mí.
Oración para poner a la Familia en Manos de Dios
ORACIÓN PARA PONER A LA FAMILIA EN MANOS DE DIOS
Señor Todopoderoso, en esta oración te entrego a mi familia, para que siempre permanezcamos bajo tu cuidado y protección. Derrama tu paz sobre nuestro hogar y llénanos de amor, comprensión y unidad. Ayúdanos a ser instrumentos de tu gracia, enfrentando juntos las pruebas con fe y fortaleza.
Padre amado, guía nuestros pasos por el camino de la justicia, y haz que nuestros corazones siempre busquen hacer tu voluntad. Protege a cada miembro de mi familia de todo mal y cúbrenos con tu misericordia.
Que nunca nos falte el pan diario, el amor mutuo y la confianza en ti. Todo lo ponemos en tus manos, confiando en que tu plan para nosotros siempre es perfecto. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
9 Consejos para evitar el Purgatorio
Consejos para evitar el Purgatorio
Aquí te comparto 9 consejos espirituales para evitar el Purgatorio y alcanzar el Cielo directamente:
1. Evitar las causas del pecado.
Si queremos llegar al Cielo, debemos alejarnos de toda ocasión de pecado y luchar contra las tentaciones.
2. Practicar la penitencia.
Ofrecer pequeños sacrificios diarios a Dios es una manera de reparar nuestras faltas y purificar nuestra alma.
3. Aceptar los sufrimientos con paciencia.
Ofrece tus dificultades, dolores y contratiempos como una ofrenda a Dios sin quejarte, confiando en Su voluntad.
4. Recibir los sacramentos con frecuencia.
La Confesión y la Eucaristía son poderosos medios para mantener nuestra alma en estado de gracia y evitar las penas del Purgatorio.
5. Orar por una muerte santa.
Pide a Dios tener una muerte en paz, reconciliado con Él y en estado de gracia.
6. Recibir la Unción de los Enfermos.
Este sacramento no solo perdona pecados, sino que también fortalece el alma para su paso a la vida eterna.
7. Ayudar a otros a salvar su alma.
Guiar a otros hacia el camino de la salvación es una obra de caridad que agrada mucho a Dios.
8. Ganar indulgencias.
Las indulgencias, parciales o plenarias, remiten las penas temporales debidas por los pecados. Puedes obtenerlas para ti o para las almas del Purgatorio.
9. Ofrecer tus obras y oraciones por las almas del Purgatorio.
Cada sacrificio, oración o Misa que ofrezcas por las almas les ayuda a alcanzar más rápidamente la gloria.
¿Cómo y a qué hora se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?
La Coronilla de la Divina Misericordia es una oración muy poderosa que fue enseñada por Jesús a Santa Faustina Kowalska para pedir misericordia para nosotros y para el mundo entero. Se reza utilizando un rosario común (cinco decenas), y el formato es el siguiente:
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1. Señal de la Cruz
Comienza haciendo la señal de la cruz:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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2. Oraciones iniciales
En la primera cuenta grande (la del Padre Nuestro), reza:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
En la siguiente cuenta grande (la del Ave María), reza:
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
En la tercera cuenta grande, reza el Credo:
Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
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3. Oración principal de cada decena
En las cuentas grandes (las del Padre Nuestro), reza:
Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.
En las cuentas pequeñas (las del Ave María), reza:
Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
(Se repite 10 veces por cada decena).
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4. Al finalizar las cinco decenas
Después de completar las cinco decenas, reza tres veces:
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
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5. Oración final (opcional)
Oh Dios eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros tu mirada bondadosa y aumenta tu misericordia en nosotros, para que en los momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que con gran confianza nos sometamos a tu santa voluntad, que es el Amor y la Misericordia mismos. Amén.
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La coronilla puede rezarse en cualquier momento del día, pero Jesús le pidió a Santa Faustina que, si es posible, se rece a las 3:00 p. m., la Hora de la Misericordia, recordando el momento de su Pasión y Muerte.
Preciosa reflexión: Jesús Sacramentado, que siempre estás para mí
Jesús Sacramentado, que siempre estás para mí
Aquí estás, Jesús, presente en esta custodia, tan cerca de mí y tan lleno de amor. Me cuesta comprender cómo el Rey del universo se ha quedado en un pedazo de pan, tan humilde, tan silencioso, solo para que pueda estar contigo. Me miras con ternura infinita, incluso cuando yo no te he valorado como debería.
Perdóname, Señor, por las veces que he pasado de largo, ocupado en mil cosas que no llenan mi corazón. Perdóname por los días en que no te he buscado y he olvidado que aquí estás, siempre esperándome, siempre ofreciéndome tu amor inagotable.
Gracias por quedarte, Jesús. Gracias porque en este momento, al mirarte, siento que no estoy solo, que tus ojos de amor traspasan mis miedos, mis culpas, y llenan todo de tu paz. Gracias porque siempre estás para mí, incluso cuando yo me alejo, incluso cuando no sé cómo amarte.
Hoy quiero decirte que te necesito, que quiero amarte más, que quiero valorar siempre tu presencia divina en este sacramento. Ayúdame a vivir de tu amor y a buscarte en cada momento. Quédate conmigo, Jesús Sacramentado, porque en ti está todo lo que mi alma necesita.
Jesús, te contempló en silencio (reflexión frente a Jesús Eucaristía)
"Jesús, te contemplo en silencio"
Jesús, te contemplo en silencio, en la quietud de este momento santo, donde me presento ante Ti, tan frágil y pequeño. Aquí estoy, Señor, con mis cargas, mis temores, y también con todo lo que soy y tengo. No quiero esconderme, ni ocultarte nada, pues sabes cada rincón de mi alma mejor que yo mismo.
Ante tu presencia, tan humilde y sencilla en este Sagrario, siento cómo mi corazón se calma. No necesito grandes palabras ni gestos; solo estar aquí, en silencio, para dejar que tu amor, como suave brisa, lo envuelva todo.
Jesús Eucaristía, cuanto más te miro, más entiendo que eres todo lo que necesito. En este pan consagrado, escondido y entregado, eres alimento para mi alma, fortaleza en mi debilidad, y refugio en cada tormenta. Cuánto amor se esconde en este misterio, cuánto don se derrama en cada Comunión, donde te haces uno conmigo.
Quisiera tener palabras para expresar lo que siento, pero a veces, solo el silencio puede expresar lo que mi corazón no sabe decir. Este silencio en el que puedo descansar, como el hijo en brazos de su Padre, sabiendo que aquí estoy a salvo, amado y sostenido.
Jesús, no me dejes alejar de Ti. Ayúdame a ser fiel a esta presencia tuya, a este amor que me sostiene. Hazme entender que aquí, ante Ti, tengo todo, porque Tú eres mi paz, mi esperanza y mi fuerza. Que mi vida entera sea una respuesta de amor a tu presencia en la Eucaristía.
Amén.
Acto de Perdón a Jesús Sacramentado por Olvidarlo y Dejarlo Solo
ACTO DE PERDÓN A JESÚS SACRAMENTADO POR OLVIDARLO Y DEJARLO SOLO
¡Oh Jesús Sacramentado, mi Señor y mi Dios!
Me postro ante tu divina presencia, consciente de mi debilidad y mi olvido. Tú, que te has quedado en este Sacramento de amor, esperando nuestra adoración y compañía, yo he sido indiferente tantas veces. Perdóname, Señor, por dejarte solo en el Sagrario, por pasar de largo sin dedicarte un momento de mi día, por no reconocerte en la Sagrada Eucaristía como lo mereces.
Te pido perdón, Jesús, por todas las veces que he dejado de visitarte, por las veces que he antepuesto mis preocupaciones, distracciones o comodidades a la alegría de estar contigo. Tú eres el Pan de Vida, el Dios vivo que se entrega por nosotros, y, sin embargo, he permitido que mi corazón se enfríe y mi espíritu se distraiga.
Perdona, Señor, mi falta de amor, mi tibieza y mi ingratitud. Dame la gracia de amarte con todo mi ser, de buscar tu rostro en el silencio del Sagrario y adorarte con devoción sincera. Ayúdame a valorar más este regalo inmenso de tu presencia real en la Eucaristía y a dedicarte siempre mi tiempo, mis pensamientos y mi corazón.
Hoy renuevo mi deseo de estar contigo, de acompañarte y consolar tu Corazón Eucarístico que tantas veces ha sido abandonado. Recibe, Jesús, este humilde acto de reparación y hazme siempre consciente de que eres Tú quien espera con amor infinito, dispuesto a abrazar mi alma.
Te amo, Jesús Sacramentado, y me comprometo a adorarte, a estar más cerca de Ti y a no dejarte solo nunca más. Amén.
¿Por qué Dios permite las desigualdades tantas abismales?
¡Qué gran pregunta! Y te lo digo sinceramente, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos hecho esa misma pregunta: ¿por qué hay tanta desigualdad en el mundo si Dios es bueno? Si Él es justo, ¿por qué parece que unos tienen mucho y otros tan poco? Así que, vamos a charlar sobre este tema con calma, como si estuviéramos tomando un café después de la Misa.
Primero, vamos a partir de algo que todos sabemos y creemos: Dios es amor y es infinitamente justo. Él no es indiferente al sufrimiento humano ni cierra los ojos ante la injusticia. Ahora bien, esto no significa que todo en el mundo funcione de manera perfecta o que todos tengamos las mismas oportunidades. De hecho, desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha tenido que enfrentar situaciones difíciles, de pobreza, enfermedad y, sí, de desigualdad.
La Creación y la libertad humana
Para entender mejor esto, debemos retroceder un poco al inicio de todo: la Creación. Dios, cuando nos creó, nos dio un regalo maravilloso que es la libertad. Somos libres para amar, para hacer el bien, pero también podemos hacer lo contrario, elegir el mal. Y ese es un punto clave, porque muchas de las desigualdades que vemos en el mundo no son directamente "culpa de Dios", sino que son resultado de nuestras propias acciones como seres humanos.
Imagina un mundo donde no tuviéramos libertad para elegir. Sería un lugar frío, sin amor genuino, porque el amor solo puede existir donde hay libertad para elegir amar. Pero esta libertad también trae consecuencias. Desde el pecado original, la humanidad ha vivido las consecuencias de sus decisiones. Y muchas de las desigualdades que vemos hoy son fruto de malas decisiones que la humanidad ha tomado colectivamente a lo largo de la historia.
Por ejemplo, la pobreza extrema en muchos lugares del mundo tiene mucho que ver con las injusticias sociales, la avaricia, la corrupción y la falta de caridad. San Juan Pablo II hablaba de las "estructuras de pecado", que son sistemas en la sociedad que perpetúan la injusticia. Estas estructuras son resultado de acciones humanas, no de Dios.
La parábola de los talentos
Jesús nos enseñó algo muy profundo en la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30). ¿La recuerdas? A cada siervo, el amo le dio una cantidad diferente de talentos: a uno le dio cinco, a otro dos, y a otro uno solo. Ahora, uno podría preguntarse: ¿por qué el amo no dio la misma cantidad a todos? Pero el punto de la parábola no es la cantidad de talentos que cada uno recibió, sino qué hicieron con lo que recibieron.
Dios nos ha dado a todos talentos y oportunidades diferentes. Algunos nacen en familias ricas, otros en situaciones más humildes. Algunos tienen salud de hierro, mientras que otros enfrentan enfermedades desde muy jóvenes. Pero lo que realmente importa es cómo utilizamos lo que Dios nos ha dado. ¿Cómo podemos usar nuestros talentos, nuestra riqueza, nuestro tiempo y nuestras oportunidades para hacer el bien y ayudar a los demás? Ahí está la clave.
La desigualdad y la Providencia de Dios
A veces, vemos la desigualdad desde una perspectiva muy limitada, porque solo vemos lo que está delante de nuestros ojos, pero Dios tiene una perspectiva mucho más amplia, desde la eternidad. La Biblia dice en Isaías 55,9: "Mis caminos no son vuestros caminos, ni mis pensamientos vuestros pensamientos". Esto significa que lo que para nosotros puede parecer injusto o incomprensible, puede tener un propósito mayor que no alcanzamos a ver.
Dios no es indiferente al sufrimiento humano. De hecho, Jesús mismo experimentó la pobreza, el dolor y la injusticia cuando vino al mundo. Él no vino como un rey poderoso, sino como un carpintero humilde, y sufrió la peor de las injusticias: la crucifixión. Pero ese sufrimiento no fue en vano. A través de su muerte y resurrección, nos mostró que incluso en el mayor sufrimiento puede haber redención y esperanza.
En la carta a los Romanos, San Pablo dice algo muy profundo: "Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Romanos 8,28). Esto no significa que todo lo que pasa es bueno, pero sí que Dios puede sacar bien del mal. Incluso las situaciones más difíciles pueden ser oportunidades para que crezcamos en amor, en fe, y en solidaridad con los demás.
Nuestro llamado a ser instrumentos de justicia
Dios permite la libertad humana, y con ello, permite que existan desigualdades, pero también nos llama a nosotros, como sus hijos, a ser instrumentos de justicia y amor en el mundo. No podemos cambiar toda la desigualdad de la noche a la mañana, pero sí podemos hacer una diferencia en la vida de las personas que nos rodean.
Recuerda la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). En esa historia, un hombre fue atacado y dejado por muerto en el camino. Muchos pasaron de largo sin ayudarlo, pero el samaritano se detuvo y lo asistió, sin importar las diferencias culturales o sociales entre ellos. Jesús nos llama a hacer lo mismo: a detenernos, a ver las necesidades de los demás y a hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar su sufrimiento.
Aquí entra el concepto de la caridad. El Catecismo nos enseña que la caridad es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios (Catecismo, 1822). Esto no es solo dar limosna o ayudar al que tiene menos, sino hacer todo lo posible para promover la justicia y la dignidad de cada persona. Como dijo el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: "El amor fraterno solo puede ser desinteresado, ya que el amor es más verdadero cuanto más gratuito es".
¿Qué podemos hacer ante la desigualdad?
Ahora, tal vez te estés preguntando: "¿Y yo qué puedo hacer ante tanta desigualdad?" Lo primero, como cristianos, es abrir los ojos y el corazón. No podemos ser indiferentes. Como dijo Jesús, "los pobres siempre los tendréis con vosotros" (Mateo 26,11), pero eso no significa que debemos ignorar su sufrimiento. Al contrario, estamos llamados a actuar.
Ayuda concreta: Podemos empezar por lo más sencillo, ayudando a quienes están a nuestro alcance. Puede ser un vecino en necesidad, una organización que trabaje con los más pobres, o incluso una pequeña donación a causas justas. Todo cuenta.
Transformar la sociedad: También estamos llamados a trabajar por una sociedad más justa. Esto puede ser denunciando las injusticias, votando por líderes comprometidos con el bien común, o educándonos sobre temas sociales para ser parte de la solución.
Orar y confiar en Dios: Y por último, pero no menos importante, debemos orar. A veces parece que las desigualdades del mundo son tan grandes que no podemos hacer nada, pero nunca debemos subestimar el poder de la oración. Dios escucha nuestras súplicas y actúa a través de nosotros para cambiar el mundo.
En resumen
Dios permite la desigualdad porque respeta nuestra libertad y nos llama a actuar con amor y justicia en el mundo. No siempre entenderemos completamente por qué ocurren ciertas cosas, pero sí sabemos que Él está presente en medio de nuestro sufrimiento y que, a través de nosotros, puede traer consuelo y justicia. Nuestro papel como cristianos es hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar el sufrimiento y luchar contra las injusticias, confiando siempre en que Dios, en su infinita sabiduría, tiene un plan más grande de lo que podemos ver.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
He escuchado que existen los "pecados sociales", ¿Cuáles son?
¡Qué buena pregunta! Eso de los "pecados sociales" es un tema muy interesante, y no es tan complicado como podría parecer. Te lo explico de manera sencilla, como si estuviéramos charlando entre amigos después de la Misa.
Primero, hablemos de los pecados en general. Sabemos que el pecado es una acción, pensamiento o incluso una omisión que va en contra de la voluntad de Dios. En pocas palabras, es lo que nos separa de Él y de su amor. Hasta aquí, todo claro, ¿verdad? Bueno, tradicionalmente, estamos acostumbrados a pensar en el pecado como algo individual, es decir, algo que yo hago y afecta principalmente mi relación con Dios.
Ahora, cuando hablamos de "pecados sociales", estamos ampliando esa visión, porque el pecado no solo afecta a la persona que lo comete, sino también a otras personas y, en muchos casos, a toda la sociedad. La Iglesia nos enseña que todos estamos conectados, formamos una comunidad, y cuando alguien peca, ese pecado puede tener consecuencias más allá de su propia vida. Es como si una piedra cayera en un lago y las ondas que produce se expandieran afectando todo a su alrededor.
Entonces, los pecados sociales no son algo totalmente nuevo o distinto, sino más bien una manera de reconocer que nuestros pecados pueden tener un impacto más amplio y afectar a otras personas, a la sociedad, e incluso al medio ambiente. El Catecismo de la Iglesia Católica lo menciona en el numeral 1869, donde dice que los pecados generan situaciones de injusticia y violencia en las estructuras sociales. De hecho, San Juan Pablo II habló bastante sobre esto y acuñó la expresión “estructuras de pecado” para referirse a esas situaciones en las que el pecado se enraíza tanto en la sociedad que parece formar parte de su misma estructura.
¿Cuáles son esos pecados sociales?
En general, cualquier pecado que dañe a la comunidad puede considerarse un pecado social, pero hay algunos que son más evidentes. Voy a mencionarte algunos de los más comunes para que puedas entender mejor a qué me refiero:
Injusticia económica: Cuando un grupo de personas se aprovecha de otros para obtener más dinero o poder. Por ejemplo, la explotación laboral, donde algunos empresarios pagan sueldos miserables o mantienen a sus trabajadores en condiciones inhumanas, es un pecado social. ¿Por qué? Porque no solo afecta al trabajador individual, sino que crea una situación de desigualdad que afecta a toda la sociedad. En la Biblia, hay muchas referencias a la justicia social, como en el libro de Proverbios, donde se dice: "Quien oprime al pobre, afrenta a su Hacedor; quien se compadece del indigente, honra a Dios" (Proverbios 14,31).
Discriminación: Esto puede ser por razones de raza, género, religión o cualquier otra cosa. Cuando discriminamos a alguien, estamos atacando la dignidad que Dios le ha dado a esa persona. Además, no solo hacemos daño a esa persona individualmente, sino que creamos una cultura de exclusión y odio en la sociedad. Recuerda lo que Jesús dijo: “Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25,40). Eso incluye cómo tratamos a las personas más vulnerables.
Corrupción: Este es un pecado que a veces parece "invisible" pero tiene un impacto devastador en la sociedad. Piensa en un funcionario que acepta sobornos o desvía dinero que debería ir a hospitales o escuelas. No solo está robando, sino que está perjudicando a toda la comunidad, especialmente a los más pobres y necesitados. La corrupción es un pecado social que mina la confianza en las instituciones y perpetúa la injusticia. En Proverbios 29,4 se dice: "Por la justicia el rey mantiene estable la tierra, pero el que impone tributos la destruye", lo que nos recuerda que la corrupción afecta a todo el tejido social.
Destrucción del medio ambiente: Este es un tema muy actual y uno de los ejemplos más claros de pecado social. Cuando contaminamos el agua, talamos bosques de manera irresponsable o contribuimos al cambio climático, estamos afectando no solo a nuestra generación, sino también a las futuras. En el libro del Génesis, Dios nos encomendó cuidar la creación (Génesis 2,15), pero a veces, por avaricia o indiferencia, dañamos la obra de Dios. El Papa Francisco también ha hablado mucho de esto en su encíclica Laudato Si’, donde nos recuerda que el cuidado del medio ambiente es una responsabilidad moral.
Violencia: La violencia, en cualquiera de sus formas, no solo afecta a las víctimas directas, sino que crea una atmósfera de miedo e inseguridad en la sociedad. Puede ser violencia doméstica, delincuencia o incluso guerras. La violencia genera más violencia y nos aleja del ideal de paz que Dios quiere para nosotros. Jesús nos dijo: “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9), lo que nos llama a trabajar por la paz en nuestras relaciones personales y en la sociedad.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Lo primero es tomar conciencia. A veces, cometemos pecados que tienen un impacto social sin siquiera darnos cuenta. Por ejemplo, cuando compramos productos sin considerar si han sido fabricados de manera justa, o cuando nos mantenemos indiferentes ante situaciones de injusticia. Hay una frase famosa atribuida a Edmund Burke que dice: “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los buenos no hagan nada”. ¡Y es verdad!
El siguiente paso es comprometernos a hacer algo, aunque sea pequeño. No todos podemos cambiar el mundo de un día para otro, pero sí podemos hacer nuestra parte en nuestra familia, comunidad y lugar de trabajo. Un buen ejemplo es practicar la caridad y la justicia en nuestras interacciones diarias. Si ves a alguien necesitado, ayuda. Si te das cuenta de una injusticia, denuncia o haz lo que esté en tus manos para cambiarla.
Finalmente, no debemos olvidar el poder de la oración. A veces, las situaciones de pecado social parecen tan grandes y complejas que nos sentimos impotentes. Pero nunca debemos subestimar el poder de la oración y la acción del Espíritu Santo. Como dice San Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4,13). Dios nos llama a ser sus manos y sus pies en el mundo, trabajando para construir una sociedad más justa y amorosa.
Así que, en resumen, los pecados sociales son aquellos pecados que, además de afectar a nuestra relación con Dios, tienen un impacto negativo en la sociedad. Pueden manifestarse en la injusticia económica, la corrupción, la violencia, la destrucción del medio ambiente, la discriminación, entre otros. Pero la buena noticia es que siempre podemos hacer algo para cambiar la situación, empezando por nosotros mismos y nuestra comunidad.
Autor: Padre Ignacio Andrade.
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