Preciosa reflexión: Jesús Sacramentado, que siempre estás para mí



Jesús Sacramentado, que siempre estás para mí

Aquí estás, Jesús, presente en esta custodia, tan cerca de mí y tan lleno de amor. Me cuesta comprender cómo el Rey del universo se ha quedado en un pedazo de pan, tan humilde, tan silencioso, solo para que pueda estar contigo. Me miras con ternura infinita, incluso cuando yo no te he valorado como debería.

Perdóname, Señor, por las veces que he pasado de largo, ocupado en mil cosas que no llenan mi corazón. Perdóname por los días en que no te he buscado y he olvidado que aquí estás, siempre esperándome, siempre ofreciéndome tu amor inagotable.

Gracias por quedarte, Jesús. Gracias porque en este momento, al mirarte, siento que no estoy solo, que tus ojos de amor traspasan mis miedos, mis culpas, y llenan todo de tu paz. Gracias porque siempre estás para mí, incluso cuando yo me alejo, incluso cuando no sé cómo amarte.

Hoy quiero decirte que te necesito, que quiero amarte más, que quiero valorar siempre tu presencia divina en este sacramento. Ayúdame a vivir de tu amor y a buscarte en cada momento. Quédate conmigo, Jesús Sacramentado, porque en ti está todo lo que mi alma necesita.


Jesús, te contempló en silencio (reflexión frente a Jesús Eucaristía)

 


"Jesús, te contemplo en silencio"

Jesús, te contemplo en silencio, en la quietud de este momento santo, donde me presento ante Ti, tan frágil y pequeño. Aquí estoy, Señor, con mis cargas, mis temores, y también con todo lo que soy y tengo. No quiero esconderme, ni ocultarte nada, pues sabes cada rincón de mi alma mejor que yo mismo.

Ante tu presencia, tan humilde y sencilla en este Sagrario, siento cómo mi corazón se calma. No necesito grandes palabras ni gestos; solo estar aquí, en silencio, para dejar que tu amor, como suave brisa, lo envuelva todo.

Jesús Eucaristía, cuanto más te miro, más entiendo que eres todo lo que necesito. En este pan consagrado, escondido y entregado, eres alimento para mi alma, fortaleza en mi debilidad, y refugio en cada tormenta. Cuánto amor se esconde en este misterio, cuánto don se derrama en cada Comunión, donde te haces uno conmigo.

Quisiera tener palabras para expresar lo que siento, pero a veces, solo el silencio puede expresar lo que mi corazón no sabe decir. Este silencio en el que puedo descansar, como el hijo en brazos de su Padre, sabiendo que aquí estoy a salvo, amado y sostenido.

Jesús, no me dejes alejar de Ti. Ayúdame a ser fiel a esta presencia tuya, a este amor que me sostiene. Hazme entender que aquí, ante Ti, tengo todo, porque Tú eres mi paz, mi esperanza y mi fuerza. Que mi vida entera sea una respuesta de amor a tu presencia en la Eucaristía.

Amén.

Acto de Perdón a Jesús Sacramentado por Olvidarlo y Dejarlo Solo



ACTO DE PERDÓN A JESÚS SACRAMENTADO POR OLVIDARLO Y DEJARLO SOLO

¡Oh Jesús Sacramentado, mi Señor y mi Dios!

Me postro ante tu divina presencia, consciente de mi debilidad y mi olvido. Tú, que te has quedado en este Sacramento de amor, esperando nuestra adoración y compañía, yo he sido indiferente tantas veces. Perdóname, Señor, por dejarte solo en el Sagrario, por pasar de largo sin dedicarte un momento de mi día, por no reconocerte en la Sagrada Eucaristía como lo mereces.

Te pido perdón, Jesús, por todas las veces que he dejado de visitarte, por las veces que he antepuesto mis preocupaciones, distracciones o comodidades a la alegría de estar contigo. Tú eres el Pan de Vida, el Dios vivo que se entrega por nosotros, y, sin embargo, he permitido que mi corazón se enfríe y mi espíritu se distraiga.

Perdona, Señor, mi falta de amor, mi tibieza y mi ingratitud. Dame la gracia de amarte con todo mi ser, de buscar tu rostro en el silencio del Sagrario y adorarte con devoción sincera. Ayúdame a valorar más este regalo inmenso de tu presencia real en la Eucaristía y a dedicarte siempre mi tiempo, mis pensamientos y mi corazón.

Hoy renuevo mi deseo de estar contigo, de acompañarte y consolar tu Corazón Eucarístico que tantas veces ha sido abandonado. Recibe, Jesús, este humilde acto de reparación y hazme siempre consciente de que eres Tú quien espera con amor infinito, dispuesto a abrazar mi alma.

Te amo, Jesús Sacramentado, y me comprometo a adorarte, a estar más cerca de Ti y a no dejarte solo nunca más. Amén.

¿Por qué Dios permite las desigualdades tantas abismales?


¡Qué gran pregunta! Y te lo digo sinceramente, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos hecho esa misma pregunta: ¿por qué hay tanta desigualdad en el mundo si Dios es bueno? Si Él es justo, ¿por qué parece que unos tienen mucho y otros tan poco? Así que, vamos a charlar sobre este tema con calma, como si estuviéramos tomando un café después de la Misa.

Primero, vamos a partir de algo que todos sabemos y creemos: Dios es amor y es infinitamente justo. Él no es indiferente al sufrimiento humano ni cierra los ojos ante la injusticia. Ahora bien, esto no significa que todo en el mundo funcione de manera perfecta o que todos tengamos las mismas oportunidades. De hecho, desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha tenido que enfrentar situaciones difíciles, de pobreza, enfermedad y, sí, de desigualdad.

La Creación y la libertad humana

Para entender mejor esto, debemos retroceder un poco al inicio de todo: la Creación. Dios, cuando nos creó, nos dio un regalo maravilloso que es la libertad. Somos libres para amar, para hacer el bien, pero también podemos hacer lo contrario, elegir el mal. Y ese es un punto clave, porque muchas de las desigualdades que vemos en el mundo no son directamente "culpa de Dios", sino que son resultado de nuestras propias acciones como seres humanos.

Imagina un mundo donde no tuviéramos libertad para elegir. Sería un lugar frío, sin amor genuino, porque el amor solo puede existir donde hay libertad para elegir amar. Pero esta libertad también trae consecuencias. Desde el pecado original, la humanidad ha vivido las consecuencias de sus decisiones. Y muchas de las desigualdades que vemos hoy son fruto de malas decisiones que la humanidad ha tomado colectivamente a lo largo de la historia.

Por ejemplo, la pobreza extrema en muchos lugares del mundo tiene mucho que ver con las injusticias sociales, la avaricia, la corrupción y la falta de caridad. San Juan Pablo II hablaba de las "estructuras de pecado", que son sistemas en la sociedad que perpetúan la injusticia. Estas estructuras son resultado de acciones humanas, no de Dios.

La parábola de los talentos

Jesús nos enseñó algo muy profundo en la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30). ¿La recuerdas? A cada siervo, el amo le dio una cantidad diferente de talentos: a uno le dio cinco, a otro dos, y a otro uno solo. Ahora, uno podría preguntarse: ¿por qué el amo no dio la misma cantidad a todos? Pero el punto de la parábola no es la cantidad de talentos que cada uno recibió, sino qué hicieron con lo que recibieron.

Dios nos ha dado a todos talentos y oportunidades diferentes. Algunos nacen en familias ricas, otros en situaciones más humildes. Algunos tienen salud de hierro, mientras que otros enfrentan enfermedades desde muy jóvenes. Pero lo que realmente importa es cómo utilizamos lo que Dios nos ha dado. ¿Cómo podemos usar nuestros talentos, nuestra riqueza, nuestro tiempo y nuestras oportunidades para hacer el bien y ayudar a los demás? Ahí está la clave.

La desigualdad y la Providencia de Dios

A veces, vemos la desigualdad desde una perspectiva muy limitada, porque solo vemos lo que está delante de nuestros ojos, pero Dios tiene una perspectiva mucho más amplia, desde la eternidad. La Biblia dice en Isaías 55,9: "Mis caminos no son vuestros caminos, ni mis pensamientos vuestros pensamientos". Esto significa que lo que para nosotros puede parecer injusto o incomprensible, puede tener un propósito mayor que no alcanzamos a ver.

Dios no es indiferente al sufrimiento humano. De hecho, Jesús mismo experimentó la pobreza, el dolor y la injusticia cuando vino al mundo. Él no vino como un rey poderoso, sino como un carpintero humilde, y sufrió la peor de las injusticias: la crucifixión. Pero ese sufrimiento no fue en vano. A través de su muerte y resurrección, nos mostró que incluso en el mayor sufrimiento puede haber redención y esperanza.

En la carta a los Romanos, San Pablo dice algo muy profundo: "Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Romanos 8,28). Esto no significa que todo lo que pasa es bueno, pero sí que Dios puede sacar bien del mal. Incluso las situaciones más difíciles pueden ser oportunidades para que crezcamos en amor, en fe, y en solidaridad con los demás.

Nuestro llamado a ser instrumentos de justicia

Dios permite la libertad humana, y con ello, permite que existan desigualdades, pero también nos llama a nosotros, como sus hijos, a ser instrumentos de justicia y amor en el mundo. No podemos cambiar toda la desigualdad de la noche a la mañana, pero sí podemos hacer una diferencia en la vida de las personas que nos rodean.

Recuerda la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). En esa historia, un hombre fue atacado y dejado por muerto en el camino. Muchos pasaron de largo sin ayudarlo, pero el samaritano se detuvo y lo asistió, sin importar las diferencias culturales o sociales entre ellos. Jesús nos llama a hacer lo mismo: a detenernos, a ver las necesidades de los demás y a hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar su sufrimiento.

Aquí entra el concepto de la caridad. El Catecismo nos enseña que la caridad es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios (Catecismo, 1822). Esto no es solo dar limosna o ayudar al que tiene menos, sino hacer todo lo posible para promover la justicia y la dignidad de cada persona. Como dijo el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: "El amor fraterno solo puede ser desinteresado, ya que el amor es más verdadero cuanto más gratuito es".

¿Qué podemos hacer ante la desigualdad?

Ahora, tal vez te estés preguntando: "¿Y yo qué puedo hacer ante tanta desigualdad?" Lo primero, como cristianos, es abrir los ojos y el corazón. No podemos ser indiferentes. Como dijo Jesús, "los pobres siempre los tendréis con vosotros" (Mateo 26,11), pero eso no significa que debemos ignorar su sufrimiento. Al contrario, estamos llamados a actuar.

  • Ayuda concreta: Podemos empezar por lo más sencillo, ayudando a quienes están a nuestro alcance. Puede ser un vecino en necesidad, una organización que trabaje con los más pobres, o incluso una pequeña donación a causas justas. Todo cuenta.

  • Transformar la sociedad: También estamos llamados a trabajar por una sociedad más justa. Esto puede ser denunciando las injusticias, votando por líderes comprometidos con el bien común, o educándonos sobre temas sociales para ser parte de la solución.

  • Orar y confiar en Dios: Y por último, pero no menos importante, debemos orar. A veces parece que las desigualdades del mundo son tan grandes que no podemos hacer nada, pero nunca debemos subestimar el poder de la oración. Dios escucha nuestras súplicas y actúa a través de nosotros para cambiar el mundo.

En resumen

Dios permite la desigualdad porque respeta nuestra libertad y nos llama a actuar con amor y justicia en el mundo. No siempre entenderemos completamente por qué ocurren ciertas cosas, pero sí sabemos que Él está presente en medio de nuestro sufrimiento y que, a través de nosotros, puede traer consuelo y justicia. Nuestro papel como cristianos es hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar el sufrimiento y luchar contra las injusticias, confiando siempre en que Dios, en su infinita sabiduría, tiene un plan más grande de lo que podemos ver.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

He escuchado que existen los "pecados sociales", ¿Cuáles son?


¡Qué buena pregunta! Eso de los "pecados sociales" es un tema muy interesante, y no es tan complicado como podría parecer. Te lo explico de manera sencilla, como si estuviéramos charlando entre amigos después de la Misa.

Primero, hablemos de los pecados en general. Sabemos que el pecado es una acción, pensamiento o incluso una omisión que va en contra de la voluntad de Dios. En pocas palabras, es lo que nos separa de Él y de su amor. Hasta aquí, todo claro, ¿verdad? Bueno, tradicionalmente, estamos acostumbrados a pensar en el pecado como algo individual, es decir, algo que yo hago y afecta principalmente mi relación con Dios.

Ahora, cuando hablamos de "pecados sociales", estamos ampliando esa visión, porque el pecado no solo afecta a la persona que lo comete, sino también a otras personas y, en muchos casos, a toda la sociedad. La Iglesia nos enseña que todos estamos conectados, formamos una comunidad, y cuando alguien peca, ese pecado puede tener consecuencias más allá de su propia vida. Es como si una piedra cayera en un lago y las ondas que produce se expandieran afectando todo a su alrededor.

Entonces, los pecados sociales no son algo totalmente nuevo o distinto, sino más bien una manera de reconocer que nuestros pecados pueden tener un impacto más amplio y afectar a otras personas, a la sociedad, e incluso al medio ambiente. El Catecismo de la Iglesia Católica lo menciona en el numeral 1869, donde dice que los pecados generan situaciones de injusticia y violencia en las estructuras sociales. De hecho, San Juan Pablo II habló bastante sobre esto y acuñó la expresión “estructuras de pecado” para referirse a esas situaciones en las que el pecado se enraíza tanto en la sociedad que parece formar parte de su misma estructura.

¿Cuáles son esos pecados sociales?

En general, cualquier pecado que dañe a la comunidad puede considerarse un pecado social, pero hay algunos que son más evidentes. Voy a mencionarte algunos de los más comunes para que puedas entender mejor a qué me refiero:

  1. Injusticia económica: Cuando un grupo de personas se aprovecha de otros para obtener más dinero o poder. Por ejemplo, la explotación laboral, donde algunos empresarios pagan sueldos miserables o mantienen a sus trabajadores en condiciones inhumanas, es un pecado social. ¿Por qué? Porque no solo afecta al trabajador individual, sino que crea una situación de desigualdad que afecta a toda la sociedad. En la Biblia, hay muchas referencias a la justicia social, como en el libro de Proverbios, donde se dice: "Quien oprime al pobre, afrenta a su Hacedor; quien se compadece del indigente, honra a Dios" (Proverbios 14,31).

  2. Discriminación: Esto puede ser por razones de raza, género, religión o cualquier otra cosa. Cuando discriminamos a alguien, estamos atacando la dignidad que Dios le ha dado a esa persona. Además, no solo hacemos daño a esa persona individualmente, sino que creamos una cultura de exclusión y odio en la sociedad. Recuerda lo que Jesús dijo: “Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25,40). Eso incluye cómo tratamos a las personas más vulnerables.

  3. Corrupción: Este es un pecado que a veces parece "invisible" pero tiene un impacto devastador en la sociedad. Piensa en un funcionario que acepta sobornos o desvía dinero que debería ir a hospitales o escuelas. No solo está robando, sino que está perjudicando a toda la comunidad, especialmente a los más pobres y necesitados. La corrupción es un pecado social que mina la confianza en las instituciones y perpetúa la injusticia. En Proverbios 29,4 se dice: "Por la justicia el rey mantiene estable la tierra, pero el que impone tributos la destruye", lo que nos recuerda que la corrupción afecta a todo el tejido social.

  4. Destrucción del medio ambiente: Este es un tema muy actual y uno de los ejemplos más claros de pecado social. Cuando contaminamos el agua, talamos bosques de manera irresponsable o contribuimos al cambio climático, estamos afectando no solo a nuestra generación, sino también a las futuras. En el libro del Génesis, Dios nos encomendó cuidar la creación (Génesis 2,15), pero a veces, por avaricia o indiferencia, dañamos la obra de Dios. El Papa Francisco también ha hablado mucho de esto en su encíclica Laudato Si’, donde nos recuerda que el cuidado del medio ambiente es una responsabilidad moral.

  5. Violencia: La violencia, en cualquiera de sus formas, no solo afecta a las víctimas directas, sino que crea una atmósfera de miedo e inseguridad en la sociedad. Puede ser violencia doméstica, delincuencia o incluso guerras. La violencia genera más violencia y nos aleja del ideal de paz que Dios quiere para nosotros. Jesús nos dijo: “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9), lo que nos llama a trabajar por la paz en nuestras relaciones personales y en la sociedad.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Lo primero es tomar conciencia. A veces, cometemos pecados que tienen un impacto social sin siquiera darnos cuenta. Por ejemplo, cuando compramos productos sin considerar si han sido fabricados de manera justa, o cuando nos mantenemos indiferentes ante situaciones de injusticia. Hay una frase famosa atribuida a Edmund Burke que dice: “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los buenos no hagan nada”. ¡Y es verdad!

El siguiente paso es comprometernos a hacer algo, aunque sea pequeño. No todos podemos cambiar el mundo de un día para otro, pero sí podemos hacer nuestra parte en nuestra familia, comunidad y lugar de trabajo. Un buen ejemplo es practicar la caridad y la justicia en nuestras interacciones diarias. Si ves a alguien necesitado, ayuda. Si te das cuenta de una injusticia, denuncia o haz lo que esté en tus manos para cambiarla.

Finalmente, no debemos olvidar el poder de la oración. A veces, las situaciones de pecado social parecen tan grandes y complejas que nos sentimos impotentes. Pero nunca debemos subestimar el poder de la oración y la acción del Espíritu Santo. Como dice San Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4,13). Dios nos llama a ser sus manos y sus pies en el mundo, trabajando para construir una sociedad más justa y amorosa.

Así que, en resumen, los pecados sociales son aquellos pecados que, además de afectar a nuestra relación con Dios, tienen un impacto negativo en la sociedad. Pueden manifestarse en la injusticia económica, la corrupción, la violencia, la destrucción del medio ambiente, la discriminación, entre otros. Pero la buena noticia es que siempre podemos hacer algo para cambiar la situación, empezando por nosotros mismos y nuestra comunidad.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

¿Por qué hay apariciones de Jesús o de la Virgen que la Iglesia no aprueba?


Las apariciones de Jesús o de la Virgen María han fascinado a los fieles católicos a lo largo de la historia. Desde Fátima hasta Lourdes, muchas de estas experiencias han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia, despertando fervor y devoción entre millones de creyentes. Sin embargo, no todas las presuntas apariciones reciben la misma aprobación. Algunos eventos, a pesar de generar un gran interés, son desestimados por la jerarquía eclesiástica o nunca reciben el sello de autenticidad que muchos devotos ansían. Entonces, ¿por qué algunas apariciones son aprobadas y otras no?

El Proceso de Verificación: Fe y Razonamiento

La Iglesia Católica adopta un enfoque riguroso y meticuloso cuando se trata de aprobar o rechazar una aparición. Este proceso implica varios niveles de investigación, que pueden extenderse por años o incluso décadas. La prudencia es una de las características principales en el proceso de discernimiento, ya que se trata de un tema delicado que podría afectar la fe de miles de personas.

Para comenzar, cuando se informa de una supuesta aparición, el obispo local es quien tiene la responsabilidad inicial de investigar. Si la aparición genera un gran impacto entre los fieles, el obispo suele formar una comisión de expertos en teología, espiritualidad y ciencias, incluidos médicos y psicólogos, para estudiar el caso con objetividad. Uno de los primeros elementos que se analiza es la vida del vidente o de la persona que afirma haber tenido la visión. Es crucial que esta persona sea considerada como alguien de vida moralmente irreprochable, fiel a las enseñanzas de la Iglesia, y que no muestre señales de inestabilidad mental o emocional.

En palabras de la Iglesia, "las apariciones que no concuerdan con las enseñanzas de la fe católica, que presentan mensajes confusos o contradictorios, o que promueven prácticas contrarias a la doctrina, no son aprobadas". Este criterio es esencial porque la Iglesia tiene la responsabilidad de guiar a los fieles y evitar confusiones o desviaciones de la verdad revelada. No se trata solo de un fenómeno sobrenatural, sino de un mensaje que debe estar alineado con el depósito de la fe.

La Importancia de los Frutos Espirituales

Uno de los factores más importantes en la evaluación de una aparición es observar los frutos espirituales que genera. Según el Evangelio, "por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7,16). Esto significa que si la aparición lleva a un incremento en la devoción, en la conversión de corazones, en la práctica de las virtudes y en una mayor comunión con la Iglesia, puede considerarse una señal positiva de autenticidad.

Sin embargo, no basta con observar estos frutos de manera inmediata. La Iglesia se toma su tiempo para ver si estos cambios son duraderos y si no se desvían hacia formas de fanatismo o superstición. En ocasiones, grupos de devotos se organizan en torno a una aparición no aprobada, lo que puede llevar a movimientos sectarios o disidentes dentro de la misma comunidad católica. "La Iglesia está llamada a custodiar la fe y a discernir cuidadosamente cualquier manifestación que pueda alterar la pureza de la doctrina", por lo que cualquier signo de desunión o rebelión suele ser un indicio de que la aparición no procede de fuentes divinas.

El Peligro de las Falsas Apariciones

La historia de la Iglesia también está marcada por casos de falsas apariciones que han llevado a la confusión o incluso al cisma. Es por esto que el proceso de aprobación no solo es riguroso, sino necesario. En muchos casos, personas con intenciones maliciosas o buscando fama han afirmado recibir mensajes celestiales, utilizando estas supuestas revelaciones para promover sus propias agendas.

Un ejemplo destacado es el de las falsas apariciones en Necedah, Wisconsin, donde una mujer llamada Mary Ann Van Hoof afirmó haber recibido mensajes de la Virgen María. Aunque inicialmente algunas personas se sintieron atraídas por sus visiones, la Iglesia, tras una cuidadosa investigación, determinó que no había fundamentos suficientes para declarar estas apariciones como auténticas. A pesar de ello, un grupo de seguidores formó su propia comunidad y continuó promoviendo las revelaciones de Van Hoof, lo que llevó a la confusión y a la división dentro de la comunidad católica local.

Es por eso que, en palabras de un teólogo, "la Iglesia, en su prudencia, debe siempre proteger a los fieles de ser llevados por el camino del error, del engaño o de la superstición". Este principio guía la postura oficial de la Iglesia frente a las apariciones, tanto aquellas que son aprobadas como las que no.

El Papel de la Ciencia y la Teología

Otro aspecto fundamental del proceso de discernimiento es la investigación científica. En muchos casos, especialmente cuando las apariciones vienen acompañadas de fenómenos sobrenaturales, como la curación milagrosa o los estigmas, se requiere una evaluación médica exhaustiva. La Iglesia recurre a expertos en diversas disciplinas para que ofrezcan una visión imparcial y objetiva sobre lo que está ocurriendo.

En Lourdes, por ejemplo, miles de personas afirman haber recibido curaciones milagrosas tras su visita al santuario. La Iglesia ha reconocido un número muy limitado de estas curaciones como milagros auténticos, basándose en pruebas científicas y en la imposibilidad de explicar ciertos casos a través de la medicina tradicional. Estos milagros verificados son parte importante del proceso que la Iglesia sigue para declarar una aparición como digna de fe.

Además de la ciencia, la teología juega un papel crucial. El contenido del mensaje transmitido por la aparición debe ser estudiado minuciosamente. "Si una aparición transmite un mensaje que contradice lo que enseña la Iglesia o que parece añadir nuevas revelaciones que no están en consonancia con la Sagrada Escritura o la Tradición, la Iglesia no puede aprobarla", afirma un experto en teología. Esto refuerza la idea de que cualquier experiencia sobrenatural debe estar en perfecta armonía con las enseñanzas de la Iglesia.

¿Por qué la Iglesia No Aprueba Ciertas Apariciones?

Entonces, ¿por qué algunas apariciones, que pueden parecer genuinas para los fieles, no son aprobadas? La respuesta radica en el equilibrio que la Iglesia busca entre fe y razón. No basta con que un grupo de personas crea fervientemente en una aparición; debe haber una base sólida de evidencia tanto espiritual como científica que respalde su autenticidad.

Además, la prudencia de la Iglesia no significa que niegue la posibilidad de apariciones privadas. De hecho, "la Iglesia reconoce que Dios puede intervenir de manera extraordinaria en la vida de los fieles, pero siempre bajo el marco de la revelación ya dada y en armonía con las enseñanzas de la fe". Esto subraya que, aunque las apariciones no sean aprobadas oficialmente, no significa que sean rechazadas de manera categórica, sino que simplemente no cumplen con los criterios establecidos para ser reconocidas formalmente por la institución eclesiástica.

En resumen, la aprobación de una aparición es un proceso largo y cauteloso, donde la Iglesia busca proteger a los fieles de posibles errores y engaños. No se trata de negar la experiencia espiritual de las personas, sino de garantizar que todo lo que se presenta como sobrenatural esté en línea con la fe católica. Así, mientras algunas apariciones son celebradas y veneradas, otras quedan en el silencio y la prudencia de la Iglesia.

Autor: Padre Ignacio Andrade

¿Cuáles son los pecados mortales? Aquí una lista


Los pecados mortales son faltas graves que, según la doctrina católica, rompen nuestra relación con Dios y nos privan de la gracia santificante. Para que un pecado sea considerado mortal, deben cumplirse tres condiciones:

  1. Materia grave (el acto debe ser objetivamente grave).
  2. Plena advertencia (la persona debe saber que lo que está haciendo es pecado grave).
  3. Consentimiento deliberado (la persona debe hacerlo libremente y con pleno conocimiento).

Aquí tienes una lista de algunos pecados mortales comunes:

  1. Blasfemia: Insultar o despreciar el nombre de Dios, de la Virgen María o de los santos.
  2. Faltar a la Misa dominical y días de precepto sin causa justificada: Es un pecado grave no asistir a la Misa sabiendo que es una obligación para los católicos.
  3. Homicidio: Matar a otro ser humano, ya sea directa o indirectamente.
  4. Aborto: Terminar deliberadamente con la vida de un ser humano no nacido.
  5. Suicidio: Quitarse la vida de manera intencional.
  6. Adulterio: Tener relaciones sexuales con alguien que no es tu cónyuge.
  7. Fornicación: Tener relaciones sexuales fuera del matrimonio.
  8. Pornografía: Consumir o participar en la creación de material pornográfico.
  9. Masturbación: Realizar un acto sexual solitario con la finalidad de obtener placer fuera del contexto conyugal.
  10. Robo: Apropiarse de algo que pertenece a otra persona, especialmente si es algo de gran valor.
  11. Mentira bajo juramento (perjurio): Mentir deliberadamente cuando se ha hecho una promesa ante Dios o bajo juramento.
  12. Calumnia o difamación: Mentir deliberadamente para dañar la reputación de otra persona.
  13. Omisión de socorrer a los necesitados: Negarse a ayudar cuando alguien está en extrema necesidad y tú tienes los medios para hacerlo.
  14. Injusticia deliberada en contra del prójimo: Actuar con malicia o dañando deliberadamente a los demás (por ejemplo, explotar a los trabajadores, cometer fraude, etc.).
  15. Odiosidad o rencor deliberado: Negarse a perdonar a alguien o abrigar un odio profundo y duradero contra alguien.
  16. Participar en prácticas ocultas o brujería: Incluye magia negra, espiritismo, hechicería, ouija, invocación de espíritus malignos, etc.
  17. Envidia destructiva: Desear gravemente el mal a alguien por celos o envidia.
  18. Embriaguez y consumo de drogas: El uso excesivo de alcohol o drogas que lleva a la pérdida de control de las facultades mentales.
  19. Lujuria: Buscar deliberadamente el placer sexual por sí mismo, sin una relación conyugal y amorosa.
  20. Contracepción artificial: El uso de métodos artificiales para evitar la concepción en el matrimonio.
  21. Relaciones homosexuales: Según la enseñanza tradicional, los actos homosexuales (no la inclinación o tendencia) se consideran pecados graves.
  22. Profanar los sacramentos: Recibir los sacramentos, especialmente la Eucaristía, en estado de pecado mortal o sin el debido respeto.

Es importante recordar que, según la enseñanza de la Iglesia, siempre se puede recibir el perdón de cualquier pecado mortal a través del sacramento de la Confesión, si hay arrepentimiento sincero y propósito de enmienda.

El padre Ángel predice bodas de personas del mismo sexo en la Iglesia: "Claro que en algún momento llegará", afirma.


El padre Ángel, conocido por su activismo social y por fundar la organización Mensajeros de la Paz, ha vuelto a causar controversia tras sus declaraciones en el podcast Bajo Tierra, donde predijo que algún día la Iglesia católica permitirá las bodas homosexuales. Durante la entrevista, el sacerdote abordó uno de los temas más controvertidos en el debate contemporáneo: la posición de la Iglesia sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.

El presentador del podcast no dudó en preguntarle directamente sobre su visión respecto a las personas homosexuales y su futuro en la Iglesia. En respuesta, el padre Ángel no solo ofreció su postura personal, sino que también insinuó que el reconocimiento del matrimonio homosexual dentro del ámbito eclesiástico es solo cuestión de tiempo.

"¿Quién es nadie para juzgar?"

En un tono conciliador y en defensa de la inclusión, el padre Ángel citó una conocida frase que ha sido utilizada con frecuencia por el Papa Francisco: “quién es nadie -lo ha dicho el Vicario de Jesús- para juzgar. ¿Por qué les vamos a negar los sacramentos a las personas, sobre todo las bendiciones?”. Con esta declaración, el sacerdote se alineó con una interpretación más pastoral de la fe católica, que busca acoger a todas las personas, sin importar su orientación sexual.

Este comentario refleja la visión del padre Ángel, quien se ha destacado por su énfasis en la misericordia y la compasión en lugar de la condena. Sin embargo, su posición choca con la doctrina oficial de la Iglesia, que define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Para la Iglesia, las relaciones homosexuales, aunque no deben ser juzgadas desde una perspectiva de odio o discriminación, se consideran incompatibles con el matrimonio sacramental.

Comparaciones que generan polémica

El padre Ángel fue más allá en sus comentarios, tocando aspectos que rozan lo surrealista para justificar su apoyo a las uniones homosexuales. "Es cierto que para casarse por la Iglesia, como para casarse por lo civil, hay unas normas. Es decir, no se puede casar una botella con un hombre o una cabra con una mujer. Es decir, no tienen que ser hombre y mujer. Gracias a Dios ya en España hombre con hombre o mujer con mujer pero no un hombre con un animal o un hombre con una tablet", afirmó.

Estas declaraciones, aunque pueden haber sido hechas en un tono relajado y en un contexto de humor, no pasaron desapercibidas. Al comparar los impedimentos legales del matrimonio entre personas y objetos, o personas y animales, con el matrimonio homosexual, el sacerdote parece intentar ilustrar la lógica detrás de la legalización del matrimonio igualitario en varios países. Sin embargo, la comparación podría ser interpretada como irrespetuosa y fuera de lugar para muchos fieles que consideran este tema delicado.

Las normas de la Iglesia para el matrimonio

A lo largo de la entrevista, el sacerdote activista recordó que, en la Iglesia, el matrimonio sacramental tiene ciertas condiciones claras: "En la Iglesia para casarse o para que el matrimonio sea sacramental, se piden unas condiciones: que no estén casados y que estén bautizados". A pesar de estas aclaraciones, el padre Ángel dejó entrever que la posibilidad de que las parejas homosexuales puedan casarse en la Iglesia no es algo tan lejano.

Sin embargo, esta afirmación choca de lleno con la doctrina oficial de la Iglesia, que establece de manera inequívoca que el matrimonio es un sacramento reservado exclusivamente a la unión entre un hombre y una mujer. La enseñanza tradicional considera que el matrimonio tiene una dimensión procreativa y un vínculo sacramental que solo puede cumplirse entre personas de distinto sexo.

“Claro que en algún momento llegará”

Cuando el presentador del podcast le preguntó al padre Ángel si creía que algún día los homosexuales podrían casarse por la Iglesia, el sacerdote respondió sin titubeos: "Claro que en algún momento llegará". Esta afirmación, aunque hecha en un tono de convicción, contradice directamente la enseñanza oficial de la Iglesia católica. Actualmente, la Iglesia considera las uniones entre personas del mismo sexo como pecaminosas y no ve posibilidad alguna de que se celebren matrimonios homosexuales en el contexto eclesiástico.

Las palabras del padre Ángel han generado reacciones diversas. Mientras algunos ven en él a un líder religioso progresista que busca adaptar la fe a los tiempos modernos, otros lo critican por alejarse de la ortodoxia católica y por hacer comentarios que podrían crear confusión entre los fieles.

Reacciones a sus declaraciones

Como es habitual en sus intervenciones públicas, las declaraciones del padre Ángel no han dejado indiferente a nadie. Los sectores más progresistas dentro de la Iglesia y algunos activistas LGTBI han aplaudido sus palabras como un signo de esperanza y apertura. Consideran que, con el tiempo, la Iglesia podría modificar su postura y acoger a las parejas homosexuales en la totalidad de sus sacramentos, incluido el matrimonio.

Sin embargo, los sectores más conservadores y fieles a la doctrina tradicional han mostrado su descontento. Para ellos, las palabras del padre Ángel representan una desviación de los principios fundamentales de la fe católica. Argumentan que el matrimonio, tal como ha sido definido por siglos, no puede reinterpretarse para adaptarse a las modas o presiones sociales. Cualquier cambio en este aspecto sería, para ellos, una traición a las enseñanzas de Cristo y la naturaleza misma del sacramento del matrimonio.

Además, algunos líderes dentro de la Iglesia temen que declaraciones como las del padre Ángel puedan alimentar un debate divisivo que socave la unidad de la Iglesia. La posibilidad de que ciertos sectores del clero promuevan ideas que están en contradicción con la enseñanza oficial podría generar confusión entre los fieles, quienes buscan claridad y guía espiritual.

Un tema que divide a la Iglesia

El debate sobre el papel de las personas homosexuales en la Iglesia católica sigue siendo un tema polémico y divisorio. Mientras que la doctrina oficial se mantiene firme en su postura, algunos líderes religiosos, como el padre Ángel, están abogando por una mayor inclusión y apertura. Este tema no solo divide a la jerarquía eclesiástica, sino también a la comunidad de fieles.

El Papa Francisco, aunque ha mostrado una actitud más misericordiosa hacia las personas homosexuales, no ha dado indicios de que la Iglesia esté dispuesta a modificar su postura sobre el matrimonio. De hecho, en varias ocasiones, el Pontífice ha reafirmado la enseñanza tradicional del matrimonio como un sacramento entre un hombre y una mujer. Sin embargo, su enfoque pastoral, más inclusivo y acogedor, ha dejado la puerta abierta a interpretaciones que alimentan el debate sobre el futuro de la Iglesia en este aspecto.

Reflexiones finales

Las palabras del padre Ángel en el podcast Bajo Tierra han reavivado un debate profundo dentro de la Iglesia católica. Aunque es difícil prever si sus predicciones sobre el matrimonio homosexual dentro de la Iglesia llegarán a cumplirse, lo cierto es que el tema sigue generando controversia y división.

El futuro del matrimonio en la Iglesia, y si este incluirá algún día a las parejas homosexuales, sigue siendo incierto. Lo que queda claro es que, mientras algunos sectores abogan por el cambio, la doctrina oficial continúa defendiendo la definición tradicional del sacramento. Las declaraciones del padre Ángel, sin embargo, reflejan un deseo de apertura y de adaptarse a los tiempos modernos, aunque, por el momento, parezcan contradecir la enseñanza oficial.

¿Es correcto pedirle a Dios tener más dinero?



Me encanta la pregunta. A muchos les da un poco de incomodidad hablar sobre el dinero en el contexto de la fe, pero la realidad es que es algo con lo que todos lidiamos, ¿no? Nos levantamos todos los días, trabajamos, pagamos cuentas, y en medio de todo eso, hay momentos en los que nos preguntamos: "¿Está bien que le pida a Dios por más dinero?". Como sacerdote, quiero ayudarte a ver esto desde una perspectiva espiritual, pero también práctica, porque al final, nuestra fe tiene que ver con cómo vivimos cada día.

Lo que significa pedir dinero a Dios

Primero que nada, no hay nada de malo en pedirle a Dios algo que necesitamos. De hecho, Jesús mismo nos invita a pedir en nuestras oraciones. En el Evangelio según San Mateo, Jesús dice: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá" (Mateo 7,7). Esta es una invitación clara de Jesús a acudir a Dios con nuestras necesidades, sean grandes o pequeñas.

El problema no está en el acto de pedir, sino en qué hay detrás de esa petición. ¿Por qué estás pidiendo más dinero? ¿Qué quieres hacer con él? Aquí es donde el corazón y las intenciones juegan un papel crucial. Si le pedimos a Dios más dinero solo para acumularlo o para gastarlo en cosas que no necesitamos, estamos enfocando mal nuestra oración. San Pablo lo dice de manera muy directa: "El amor al dinero es la raíz de todos los males" (1 Timoteo 6,10). Y ojo, aquí no dice que el dinero en sí sea malo, sino el amor al dinero, la obsesión con tener más y más, puede llevarnos a alejarnos de Dios y de lo que realmente importa.

Dios y nuestras necesidades materiales

La enseñanza de la Iglesia siempre ha sido muy clara sobre cómo debemos ver nuestras necesidades materiales. En el "Padre Nuestro", la oración que Jesús nos enseñó, pedimos: "Danos hoy nuestro pan de cada día" (Mateo 6,11). Es una frase tan sencilla, pero llena de significado. Estamos pidiendo lo que necesitamos para vivir, para el día a día. Y Dios, que es un Padre amoroso, quiere darnos lo que necesitamos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta petición incluye “todo alimento necesario para la subsistencia de la vida” (CIC 2830), y esto claramente puede incluir el dinero para cubrir nuestras necesidades básicas.

Pero aquí está la clave: necesidades. No estamos pidiendo lujos, excesos, o acumular riquezas sin fin. Estamos pidiendo lo necesario para vivir dignamente, para cuidar de nuestra familia, para cumplir con nuestras responsabilidades. Y Dios, que nos conoce mejor que nadie, sabe lo que realmente necesitamos. A veces, lo que creemos que es una necesidad puede no serlo realmente. Por eso es importante pedirle también a Dios la sabiduría para discernir entre lo que necesitamos y lo que simplemente deseamos.

¿Qué significa tener más dinero para un cristiano?

Ahora, pongamos que Dios te bendice con más dinero. ¡Qué bien! Pero la pregunta entonces es: ¿qué vas a hacer con ese dinero? Aquí es donde el tema del dinero se conecta profundamente con nuestra fe. Como cristianos, somos llamados a vivir en caridad y justicia. Jesús nos enseña que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22,39) y que “donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón” (Mateo 6,21). Si tu tesoro está en acumular dinero solo para ti, te vas a perder lo que realmente importa.

San Juan Pablo II dijo algo muy profundo sobre esto en una de sus encíclicas, la Centesimus Annus. Él nos recuerda que el dinero y los bienes materiales son medios para un fin, no el fin en sí mismo. El dinero en sí mismo no es malo, pero depende de cómo lo usemos. ¿Lo estás usando para ayudar a los demás? ¿Para mejorar la vida de tu familia? ¿Para apoyar la Iglesia y las obras de caridad? Porque esa es una de las grandes enseñanzas del Evangelio: cuando Dios nos bendice con algo, nos llama a compartirlo.

La virtud de la generosidad

Y aquí entra en juego una virtud muy importante: la generosidad. Jesús nos enseña que hay más alegría en dar que en recibir (Hechos 20,35). Cuando Dios nos da más, lo hace también para que seamos instrumentos de su amor y bendición para los demás. Es fácil caer en la tentación de querer acumular y aferrarnos a lo que tenemos, pero el cristiano sabe que todo lo que tenemos, incluso el dinero, es un regalo de Dios y estamos llamados a administrarlo bien.

San Francisco de Asís es un gran ejemplo de esto. Él era de una familia muy rica, pero eligió vivir en la pobreza para estar más cerca de Dios y servir a los demás. Ahora, no estoy diciendo que todos debamos venderlo todo y vivir en la pobreza, pero sí que aprendamos a desprendernos un poco de ese deseo de tener más y más. Cuando aprendemos a compartir y a ser generosos, encontramos una alegría que el dinero por sí solo no puede darnos.

La confianza en Dios

Finalmente, quiero hablar de la confianza en la providencia de Dios. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos dice algo que a veces es difícil de aceptar en la práctica: "No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis" (Mateo 6,25). Y más adelante dice: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura" (Mateo 6,33). Es una llamada a confiar profundamente en que Dios cuidará de nosotros. Claro, eso no significa que nos quedemos de brazos cruzados sin trabajar ni esforzarnos. Pero sí que pongamos nuestras prioridades en orden. Si buscamos primero a Dios, si vivimos según su voluntad, Él cuidará de nuestras necesidades.

En resumen, pedir a Dios por más dinero no es malo en sí mismo, siempre y cuando lo hagamos desde un corazón humilde, reconociendo nuestras verdaderas necesidades, dispuestos a compartir lo que tenemos y confiando en la providencia de Dios. Dios es un Padre amoroso que quiere lo mejor para nosotros, pero también nos llama a vivir en caridad y generosidad con los demás. Así que sí, puedes pedirle a Dios por más dinero, pero no olvides lo que harás con él cuando llegue.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

Decimos que Jesús nos salva y Redime, ¿No es esto lo mismo? ¿Cuál es la diferencia?


¡Qué buena pregunta! A veces, al escuchar en la Misa o al leer la Biblia, escuchamos hablar de la "salvación" y la "redención" casi como si fueran lo mismo. Y no es que uno esté mal al pensarlo así porque en nuestro lenguaje cotidiano tendemos a usar estos términos como sinónimos. Pero, si lo miramos más a fondo, hay diferencias importantes entre ambos términos que nos ayudan a entender mejor lo que Jesús hizo por nosotros.

Redención: Una Compra por un Precio

Vamos a empezar con la "redención". Este término se refiere a la idea de comprar algo de nuevo, rescatarlo o liberarlo, pero siempre a un costo. En los tiempos antiguos, si alguien se encontraba en la esclavitud o tenía una deuda imposible de pagar, necesitaba que alguien más lo redimiera. Para redimir a esa persona, alguien tenía que pagar un precio en su lugar.

Pues bien, nosotros, la humanidad, estábamos en una situación similar debido al pecado. San Pablo dice en su carta a los Romanos que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6,23). Es decir, debido al pecado original y nuestros pecados personales, estábamos condenados a la muerte, a la separación eterna de Dios, y no podíamos pagar por esa deuda nosotros mismos. Aquí es donde entra Jesús, quien “dio su vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28). Lo que hizo en la cruz fue pagar con su propia sangre el precio que nosotros no podíamos pagar. ¡Esto es redención!

Cuando decimos que Jesús nos redimió, significa que nos rescató de la esclavitud del pecado y de la muerte. Nos compró con su sacrificio. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda en el párrafo 601: “Este sacrificio redentor de Cristo nos libera de la esclavitud del pecado”. ¡Fue un acto de amor impresionante!

Salvación: Ser Rescatados para la Vida Eterna

Ahora, la "salvación" es algo que va más allá de simplemente ser liberados del pecado. Mientras que la redención tiene que ver con pagar el precio por nosotros, la salvación se refiere al hecho de que gracias a ese precio pagado, ahora somos salvados o rescatados para la vida eterna. En otras palabras, no solo fuimos liberados de algo (el pecado y la muerte), sino que también fuimos salvados para algo.

La salvación es ese estado de gracia en el que estamos después de haber sido redimidos. Es como si alguien hubiera estado ahogándose en el mar (ese sería nuestro estado de pecado) y Jesús hubiera venido y nos hubiera sacado del agua (esa es la redención). Pero la salvación es más que simplemente sacarnos del agua; es el hecho de que ahora podemos respirar, vivir, y tener una nueva oportunidad de vida. San Pablo lo explica de manera hermosa cuando dice que “por gracia habéis sido salvados” (Efesios 2,8). Y la salvación no es solo algo que experimentaremos en el cielo después de la muerte, sino que comienza aquí y ahora. Dios nos invita a vivir ya desde ahora en su amistad, en gracia, como hijos e hijas suyos.

Redimidos por Cristo, Salvados por su Gracia

Una manera de entender la diferencia entre redención y salvación es pensar en la redención como algo que Cristo hizo para todos nosotros, para toda la humanidad. Jesús pagó el precio de la redención para todos. Como dice la Biblia, Él “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2,4).

Sin embargo, la salvación es algo más personal. Es una oferta que Jesús nos hace, pero que nosotros debemos aceptar libremente. La redención ya sucedió en la cruz para todos, pero la salvación es algo que debemos acoger en nuestra vida diaria. Cada uno de nosotros está llamado a vivir en amistad con Dios, a responder a su gracia. Y, claro, esto no significa que estamos completamente “salvados” solo porque Jesús murió por nosotros. La salvación es algo que debemos trabajar con temor y temblor (Filipenses 2,12), confiando siempre en la gracia de Dios, pero también cooperando con ella.

Entonces, ¿Cuál es la Diferencia en Resumen?

La redención es el acto por el cual Jesús pagó el precio por nuestros pecados. Nos rescató de la esclavitud del pecado y la muerte, y lo hizo para todos, para toda la humanidad.

La salvación es el estado de vida en el que entramos cuando acogemos el regalo de la redención y comenzamos a vivir en la gracia de Dios. Es más personal y se trata de la relación que cada uno de nosotros tiene con Dios.

Un buen ejemplo de esta diferencia es el pueblo de Israel cuando salió de Egipto. Dios los "redimió" sacándolos de la esclavitud en Egipto, pero su "salvación" completa no se dio hasta que llegaron a la Tierra Prometida. En el camino tuvieron que enfrentar dificultades, confiar en Dios y perseverar en la fe. De manera similar, Jesús ya nos ha redimido, pero nuestra salvación completa llegará cuando estemos con Él en el cielo.

Vivamos la Salvación Aquí y Ahora

Al final del día, lo importante es que ambos conceptos —redención y salvación— nos recuerdan el gran amor que Dios nos tiene y el precio tan alto que Jesús pagó por nosotros. Él no solo nos liberó del pecado, sino que nos ofrece una nueva vida. Y esa vida nueva, esa salvación, comienza aquí en la tierra, cuando vivimos conforme a su Palabra, cuando nos alimentamos de su Cuerpo en la Eucaristía y cuando permanecemos en su gracia.

La salvación es un proceso continuo. Sí, Jesús ya nos ha ganado la victoria, pero nosotros, como sus discípulos, estamos llamados a responder a esa gracia, a vivir conforme a ella, y a perseverar en el camino hacia la santidad. No se trata solo de ser redimidos; se trata de vivir como personas salvadas, como hijos de Dios que tienen la esperanza firme de la vida eterna. ¡Y qué mejor manera de vivir que esa!

Así que, ¡ánimo! Estamos redimidos por la preciosa sangre de Cristo, y Él nos llama a vivir cada día como personas salvadas, siempre en amistad con Dios y bajo la guía del Espíritu Santo.

Autor: Padre Ignacio Andrade.

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