¡Qué gran pregunta! Y te lo digo sinceramente, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos hecho esa misma pregunta: ¿por qué hay tanta desigualdad en el mundo si Dios es bueno? Si Él es justo, ¿por qué parece que unos tienen mucho y otros tan poco? Así que, vamos a charlar sobre este tema con calma, como si estuviéramos tomando un café después de la Misa.
Primero, vamos a partir de algo que todos sabemos y creemos: Dios es amor y es infinitamente justo. Él no es indiferente al sufrimiento humano ni cierra los ojos ante la injusticia. Ahora bien, esto no significa que todo en el mundo funcione de manera perfecta o que todos tengamos las mismas oportunidades. De hecho, desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha tenido que enfrentar situaciones difíciles, de pobreza, enfermedad y, sí, de desigualdad.
La Creación y la libertad humana
Para entender mejor esto, debemos retroceder un poco al inicio de todo: la Creación. Dios, cuando nos creó, nos dio un regalo maravilloso que es la libertad. Somos libres para amar, para hacer el bien, pero también podemos hacer lo contrario, elegir el mal. Y ese es un punto clave, porque muchas de las desigualdades que vemos en el mundo no son directamente "culpa de Dios", sino que son resultado de nuestras propias acciones como seres humanos.
Imagina un mundo donde no tuviéramos libertad para elegir. Sería un lugar frío, sin amor genuino, porque el amor solo puede existir donde hay libertad para elegir amar. Pero esta libertad también trae consecuencias. Desde el pecado original, la humanidad ha vivido las consecuencias de sus decisiones. Y muchas de las desigualdades que vemos hoy son fruto de malas decisiones que la humanidad ha tomado colectivamente a lo largo de la historia.
Por ejemplo, la pobreza extrema en muchos lugares del mundo tiene mucho que ver con las injusticias sociales, la avaricia, la corrupción y la falta de caridad. San Juan Pablo II hablaba de las "estructuras de pecado", que son sistemas en la sociedad que perpetúan la injusticia. Estas estructuras son resultado de acciones humanas, no de Dios.
La parábola de los talentos
Jesús nos enseñó algo muy profundo en la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30). ¿La recuerdas? A cada siervo, el amo le dio una cantidad diferente de talentos: a uno le dio cinco, a otro dos, y a otro uno solo. Ahora, uno podría preguntarse: ¿por qué el amo no dio la misma cantidad a todos? Pero el punto de la parábola no es la cantidad de talentos que cada uno recibió, sino qué hicieron con lo que recibieron.
Dios nos ha dado a todos talentos y oportunidades diferentes. Algunos nacen en familias ricas, otros en situaciones más humildes. Algunos tienen salud de hierro, mientras que otros enfrentan enfermedades desde muy jóvenes. Pero lo que realmente importa es cómo utilizamos lo que Dios nos ha dado. ¿Cómo podemos usar nuestros talentos, nuestra riqueza, nuestro tiempo y nuestras oportunidades para hacer el bien y ayudar a los demás? Ahí está la clave.
La desigualdad y la Providencia de Dios
A veces, vemos la desigualdad desde una perspectiva muy limitada, porque solo vemos lo que está delante de nuestros ojos, pero Dios tiene una perspectiva mucho más amplia, desde la eternidad. La Biblia dice en Isaías 55,9: "Mis caminos no son vuestros caminos, ni mis pensamientos vuestros pensamientos". Esto significa que lo que para nosotros puede parecer injusto o incomprensible, puede tener un propósito mayor que no alcanzamos a ver.
Dios no es indiferente al sufrimiento humano. De hecho, Jesús mismo experimentó la pobreza, el dolor y la injusticia cuando vino al mundo. Él no vino como un rey poderoso, sino como un carpintero humilde, y sufrió la peor de las injusticias: la crucifixión. Pero ese sufrimiento no fue en vano. A través de su muerte y resurrección, nos mostró que incluso en el mayor sufrimiento puede haber redención y esperanza.
En la carta a los Romanos, San Pablo dice algo muy profundo: "Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Romanos 8,28). Esto no significa que todo lo que pasa es bueno, pero sí que Dios puede sacar bien del mal. Incluso las situaciones más difíciles pueden ser oportunidades para que crezcamos en amor, en fe, y en solidaridad con los demás.
Nuestro llamado a ser instrumentos de justicia
Dios permite la libertad humana, y con ello, permite que existan desigualdades, pero también nos llama a nosotros, como sus hijos, a ser instrumentos de justicia y amor en el mundo. No podemos cambiar toda la desigualdad de la noche a la mañana, pero sí podemos hacer una diferencia en la vida de las personas que nos rodean.
Recuerda la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). En esa historia, un hombre fue atacado y dejado por muerto en el camino. Muchos pasaron de largo sin ayudarlo, pero el samaritano se detuvo y lo asistió, sin importar las diferencias culturales o sociales entre ellos. Jesús nos llama a hacer lo mismo: a detenernos, a ver las necesidades de los demás y a hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar su sufrimiento.
Aquí entra el concepto de la caridad. El Catecismo nos enseña que la caridad es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios (Catecismo, 1822). Esto no es solo dar limosna o ayudar al que tiene menos, sino hacer todo lo posible para promover la justicia y la dignidad de cada persona. Como dijo el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: "El amor fraterno solo puede ser desinteresado, ya que el amor es más verdadero cuanto más gratuito es".
¿Qué podemos hacer ante la desigualdad?
Ahora, tal vez te estés preguntando: "¿Y yo qué puedo hacer ante tanta desigualdad?" Lo primero, como cristianos, es abrir los ojos y el corazón. No podemos ser indiferentes. Como dijo Jesús, "los pobres siempre los tendréis con vosotros" (Mateo 26,11), pero eso no significa que debemos ignorar su sufrimiento. Al contrario, estamos llamados a actuar.
Ayuda concreta: Podemos empezar por lo más sencillo, ayudando a quienes están a nuestro alcance. Puede ser un vecino en necesidad, una organización que trabaje con los más pobres, o incluso una pequeña donación a causas justas. Todo cuenta.
Transformar la sociedad: También estamos llamados a trabajar por una sociedad más justa. Esto puede ser denunciando las injusticias, votando por líderes comprometidos con el bien común, o educándonos sobre temas sociales para ser parte de la solución.
Orar y confiar en Dios: Y por último, pero no menos importante, debemos orar. A veces parece que las desigualdades del mundo son tan grandes que no podemos hacer nada, pero nunca debemos subestimar el poder de la oración. Dios escucha nuestras súplicas y actúa a través de nosotros para cambiar el mundo.
En resumen
Dios permite la desigualdad porque respeta nuestra libertad y nos llama a actuar con amor y justicia en el mundo. No siempre entenderemos completamente por qué ocurren ciertas cosas, pero sí sabemos que Él está presente en medio de nuestro sufrimiento y que, a través de nosotros, puede traer consuelo y justicia. Nuestro papel como cristianos es hacer lo que esté en nuestras manos para aliviar el sufrimiento y luchar contra las injusticias, confiando siempre en que Dios, en su infinita sabiduría, tiene un plan más grande de lo que podemos ver.
Autor: Padre Ignacio Andrade.