EL PELIGRO DE LA LENGUA, SAN JUAN CRISÓSTOMO
EL PELIGRO DE LA LENGUA QUE EN ESTE TIEMPO RADICA TAMBIÉN EN LOS DEDOS, LO QUE ESCRIBIMOS.
Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado demonio, porque, después del bautismo, deberemos desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar.
Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos, emprendamos con toda confianza la lucha contra él.
El peligro de la lengua:
Pues bien, él está acostumbrado a intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a través de la lengua y de la boca, porque no hay para él instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que una lengua intemperante y una boca sin puertas.
De aquí nacen nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos de acusación.
Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró cuando decía:
"Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua" (Si 28, 18).
Y la gravedad de la caída la revelaba el mismo diciendo otra vez:
"Mejor es resbalar del pavimento que resbalar de la lengua" (Si 20, 18).
Y lo que dice viene a ser esto mismo:
"Mejor es caer y magullarse el cuerpo que proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma".
Pero no solamente habla de caídas, sino que además nos exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser derribados, cuando dice así:
"Haz a tu boca una puerta y cerrojos" (Si 28, 25).
No para que realmente preparemos puertas y cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la lengua el paso a las palabras inconvenientes.
Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto, para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir:
"La elevación de mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios" (Sal 140, 2-3).
Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a decir:
"¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello de prudencia?" (Si 22, 27).
¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan, aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia?
Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por qué lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo?
Porque también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado, únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues, lo que afirma el mismo que dijo lo de antes:
"En poder de la lengua están la vida y la muerte" (Pr 18, 21).
Y Cristo viene a declarar lo mismo cuando dice:
"Por tus palabras serás condenado, y por tus palabras serás justificado" (Mt 12, 37).
Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y otro uso: el dueño eres tú.
Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia transgresión de la ley.
Pensemos lo mismo respecto de la lengua:
Es una espada que yace en medio, por tanto afílala para acusarte de tus pecados, NO ASESTES EL GOLPE CONTRA UN HERMANO.
Por esta razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes.
Refrénala dentro. ¿Qué no lo soporta? Entonces dale una lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces, cuando ande achicharrada buscando una gota de agua (*Lc 16, 24), no consiga el alivio.
En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y perjura...
San Juan Crisóstomo (2 catequesis bautismal, n4)
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EL PELIGRO DE LA LENGUA QUE EN ESTE TIEMPO RADICA TAMBIÉN EN LOS DEDOS, LO QUE ESCRIBIMOS.
Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado demonio, porque, después del bautismo, deberemos desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar.
Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos, emprendamos con toda confianza la lucha contra él.
El peligro de la lengua:
Pues bien, él está acostumbrado a intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a través de la lengua y de la boca, porque no hay para él instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que una lengua intemperante y una boca sin puertas.
De aquí nacen nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos de acusación.
Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró cuando decía:
"Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua" (Si 28, 18).
Y la gravedad de la caída la revelaba el mismo diciendo otra vez:
"Mejor es resbalar del pavimento que resbalar de la lengua" (Si 20, 18).
Y lo que dice viene a ser esto mismo:
"Mejor es caer y magullarse el cuerpo que proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma".
Pero no solamente habla de caídas, sino que además nos exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser derribados, cuando dice así:
"Haz a tu boca una puerta y cerrojos" (Si 28, 25).
No para que realmente preparemos puertas y cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la lengua el paso a las palabras inconvenientes.
Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto, para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir:
"La elevación de mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios" (Sal 140, 2-3).
Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a decir:
"¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello de prudencia?" (Si 22, 27).
¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan, aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia?
Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por qué lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo?
Porque también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado, únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues, lo que afirma el mismo que dijo lo de antes:
"En poder de la lengua están la vida y la muerte" (Pr 18, 21).
Y Cristo viene a declarar lo mismo cuando dice:
"Por tus palabras serás condenado, y por tus palabras serás justificado" (Mt 12, 37).
Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y otro uso: el dueño eres tú.
Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia transgresión de la ley.
Pensemos lo mismo respecto de la lengua:
Es una espada que yace en medio, por tanto afílala para acusarte de tus pecados, NO ASESTES EL GOLPE CONTRA UN HERMANO.
Por esta razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes.
Refrénala dentro. ¿Qué no lo soporta? Entonces dale una lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces, cuando ande achicharrada buscando una gota de agua (*Lc 16, 24), no consiga el alivio.
En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y perjura...
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