LA APOLOGÉTICA, UNA TAREA INGRATA
Por: P. Flaviano Amatulli Valente
Se necesita mucho espíritu de entrega. Son pocos los que se dedican a esta tarea, convencidos de que se trata de algo necesario y urgente para la Iglesia
COMPLEJIDAD DEL PROBLEMA
Con el asunto de las sectas está pasando algo muy curioso: todos reconocen la gravedad del problema, pero pocos se deciden a enfrentarlo seriamente.
¿Por qué? «No sabemos por donde empezar», confiesan algunos con toda franqueza. «Por fin hemos encontrado a uno que nos presenta objetivos claros al respecto, con estrategias bien concretas», me decía Mons. Castrillón, ex presidente del CELAM. La complejidad del problema es el primer obstáculo, que impide a muchos abordar el tema.
ECUMENISMO MALENTENDIDO
Otro obstáculo; un malentendido ecumenismo. Al querer enfrentar con seriedad el problema de las sectas, uno tienen miedo a obstaculizar el proceso ecuménico ya en acto y con buenas perspectivas para el futuro. Es que no se ha entendido que el ecumenismo no tiene nada que ver con las sectas, que el ecumenismo no tiene nada que ver con las sectas, vorazmente proselitistas. Mientras el ecumenismo busca la unidad, el proselitismo a ultranza de las sectas mira hacia la división. En este contexto, nuestra labor mira a fortalecer la fe de los católicos para que no se dejen arrastrar por las mañas y artimañas de las sectas, y haciendo esto estamos seguros de trabajar en favor de la unidad, al impedir precisamente mayores divisiones.
FLOJERA
Sin embargo, aclarando esto, viene la dificultad de la preparación necesaria para trabajar en esta línea. Se necesita conocer bastante acerca de la Biblia y acerca de la doctrina católica y las creencias de los distintos grupos religiosos. Y entonces interviene la flojera que puede llegar hasta crear un fenómeno de tipo sectario dentro de la misma Iglesia: cada uno se queda con su grupo. Conoce sus cosas, vive la fe como le enseñan allá y con eso se siente feliz, sin preocuparse en lo más mínimo por lo que se maneja en los demás grupos al interior de la misma Iglesia y tanto menos en los grupos que están fuera de ella. Y para camuflar esta situación de cobardía y cerrazón, se hace alarde de «apertura» , «espíritu ecuménico» y tantas cosas bonitas que no vienen al caso. Hasta que el problema no se vuelve «personal» al no pode ayudar a un familiar o un amigo que se está pasando o ya se pasó a una secta. Y entonces empiezan las recriminaciones contra la jerarquía, por no tomar cartas en el asunto y no preparar adecuadamente a su gente.
MUCHOS SACRIFICIOS
Evidentemente no faltan católicos practicantes, que sienten la curiosidad por adentrarse en el problema de las sectas «para conocer». Pero ¿qué pasa? Que una vez satisfecha su curiosidad, se alejan del asunto. No quieren «comprometerse» a dar un servicio a la comunidad eclesial en esta línea específica. Es que se trata de una tarea ingrata, que exige muchos sacrificios y ofrece pocas satisfacciones. No es como trabajar en otros campos.
En realidad, en los movimientos apostólicos normalmente se trabaja con el afán de aumentar la propia membresía y así adquirir más prestigio y poder en la comunidad eclesial, aunados muchas veces a ciertas ventajas de tipo económico. Trabajando en la línea de la defensa de la fe, al contrario, es trabajar por la Iglesia como tal, ayudando al que sea, sin ningún tipo de vínculo ulterior, que pudiera traer algún beneficio.
POCOS COMPROMETIDOS
Es como sembrar en el mar. Aclarar dudas, aconsejar resolver problemas, y ya. Y te quedas solo como antes, con la única satisfacción de haber hecho regresar al redil alguna oveja perdida o haber llevado la paz a un alma angustiada.Es lo que se nota al concluir algún cursillo para seminaristas, religiosas, laicos comprometidos o pueblo en general: alguna palabra de agradecimiento, algún vago deseo de que «esto siga » y ya. Al momento del compromiso concreta, muy pocos levantan la mano. Es que hay que dar mucho y recibir muy poco a cambio.
Casi siempre me preguntan: «¿Quién sostiene esta actividad?» Al escuchar la respuesta: «Nadie», casi todos se enfrían. Ven el asunto muy difícil y con pocas perspectivas para el futuro. Claro, les gustaría entrarle, pero con algunas condiciones: un sueldito, un carrito, una oficinita, teléfono y fax. Pero, esto de meterse a trabajar así nada más, gratis et amore Dei (gratuitamente y por amor a Dios), cargando una miserable mochila y pidiendo hospedaje en cualquier lugar, parece una exageración, algo propio de la Edad Medio, completamente fuera de los parámetros de la era de la computación.
Por eso, somos tan pocos los que estamos metidos en esto. Sin embargo, no por eso nos vamos a desanimar, «tirando la toalla», como dicen por ahí. Somos pocos, pero bien fogueados y convencidos de lo que estamos haciendo. Así que, ni las burlas («Ahí vienen los cazadores de brujas»), ni la pobreza, no los rechazos de parte de algunos nos van a detener: sabemos perfectamente en lo que estamos y lo que pretendemos.
Por otro lado, no faltan (y son muchos) los que ven en esta labor relacionada con el problema de las sectas, algo «providencial», necesario y urgente para el bien de la Iglesia hoy.
UN SACERDOTE COMENTABA:
«Durante los primeros siglos de la historia de la Iglesia, hubo situaciones difíciles con relación al problema de las sectas. Sin embargo, entonces la Iglesia supo enfrentar el problema con audacia y prontitud. Lo que no ha hecho ahora. Por eso el problema se ha hecho grave. ¡Qué bueno que alguien se ha abocado a la tarea de luchar para preparar a los católicos a mantenerse firmes en su fe y no dejarse confundir por las insidias de las sectas!».
Así que, va a depender mucho de nosotros, si esta actividad tendrá todo el alcance que necesita para responder realmente a las necesidades de la Iglesia en el momento actual. Dependerá de nosotros saber involucrar a más gente, crear opinión y despertar interés e iniciativas al respecto.
Como es fácil constatar, aún no se entiende que para llevar adelante esta obra se necesitan fondos económicos. Ni modo. Vamos a usar más la inteligencia para descubrir métodos siempre más populares y que impliquen pocos gastos. Tal vez la pobreza de los medios que utilizamos y la poca capacidad del mismo elemento humano implicado en esta actividad, pueden ser una señal más para convencernos de que esta obra es realmente una «obra de Dios».
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos:
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Por: P. Flaviano Amatulli Valente
Se necesita mucho espíritu de entrega. Son pocos los que se dedican a esta tarea, convencidos de que se trata de algo necesario y urgente para la Iglesia
COMPLEJIDAD DEL PROBLEMA
Con el asunto de las sectas está pasando algo muy curioso: todos reconocen la gravedad del problema, pero pocos se deciden a enfrentarlo seriamente.
¿Por qué? «No sabemos por donde empezar», confiesan algunos con toda franqueza. «Por fin hemos encontrado a uno que nos presenta objetivos claros al respecto, con estrategias bien concretas», me decía Mons. Castrillón, ex presidente del CELAM. La complejidad del problema es el primer obstáculo, que impide a muchos abordar el tema.
ECUMENISMO MALENTENDIDO
Otro obstáculo; un malentendido ecumenismo. Al querer enfrentar con seriedad el problema de las sectas, uno tienen miedo a obstaculizar el proceso ecuménico ya en acto y con buenas perspectivas para el futuro. Es que no se ha entendido que el ecumenismo no tiene nada que ver con las sectas, que el ecumenismo no tiene nada que ver con las sectas, vorazmente proselitistas. Mientras el ecumenismo busca la unidad, el proselitismo a ultranza de las sectas mira hacia la división. En este contexto, nuestra labor mira a fortalecer la fe de los católicos para que no se dejen arrastrar por las mañas y artimañas de las sectas, y haciendo esto estamos seguros de trabajar en favor de la unidad, al impedir precisamente mayores divisiones.
FLOJERA
Sin embargo, aclarando esto, viene la dificultad de la preparación necesaria para trabajar en esta línea. Se necesita conocer bastante acerca de la Biblia y acerca de la doctrina católica y las creencias de los distintos grupos religiosos. Y entonces interviene la flojera que puede llegar hasta crear un fenómeno de tipo sectario dentro de la misma Iglesia: cada uno se queda con su grupo. Conoce sus cosas, vive la fe como le enseñan allá y con eso se siente feliz, sin preocuparse en lo más mínimo por lo que se maneja en los demás grupos al interior de la misma Iglesia y tanto menos en los grupos que están fuera de ella. Y para camuflar esta situación de cobardía y cerrazón, se hace alarde de «apertura» , «espíritu ecuménico» y tantas cosas bonitas que no vienen al caso. Hasta que el problema no se vuelve «personal» al no pode ayudar a un familiar o un amigo que se está pasando o ya se pasó a una secta. Y entonces empiezan las recriminaciones contra la jerarquía, por no tomar cartas en el asunto y no preparar adecuadamente a su gente.
MUCHOS SACRIFICIOS
Evidentemente no faltan católicos practicantes, que sienten la curiosidad por adentrarse en el problema de las sectas «para conocer». Pero ¿qué pasa? Que una vez satisfecha su curiosidad, se alejan del asunto. No quieren «comprometerse» a dar un servicio a la comunidad eclesial en esta línea específica. Es que se trata de una tarea ingrata, que exige muchos sacrificios y ofrece pocas satisfacciones. No es como trabajar en otros campos.
En realidad, en los movimientos apostólicos normalmente se trabaja con el afán de aumentar la propia membresía y así adquirir más prestigio y poder en la comunidad eclesial, aunados muchas veces a ciertas ventajas de tipo económico. Trabajando en la línea de la defensa de la fe, al contrario, es trabajar por la Iglesia como tal, ayudando al que sea, sin ningún tipo de vínculo ulterior, que pudiera traer algún beneficio.
POCOS COMPROMETIDOS
Es como sembrar en el mar. Aclarar dudas, aconsejar resolver problemas, y ya. Y te quedas solo como antes, con la única satisfacción de haber hecho regresar al redil alguna oveja perdida o haber llevado la paz a un alma angustiada.Es lo que se nota al concluir algún cursillo para seminaristas, religiosas, laicos comprometidos o pueblo en general: alguna palabra de agradecimiento, algún vago deseo de que «esto siga » y ya. Al momento del compromiso concreta, muy pocos levantan la mano. Es que hay que dar mucho y recibir muy poco a cambio.
Casi siempre me preguntan: «¿Quién sostiene esta actividad?» Al escuchar la respuesta: «Nadie», casi todos se enfrían. Ven el asunto muy difícil y con pocas perspectivas para el futuro. Claro, les gustaría entrarle, pero con algunas condiciones: un sueldito, un carrito, una oficinita, teléfono y fax. Pero, esto de meterse a trabajar así nada más, gratis et amore Dei (gratuitamente y por amor a Dios), cargando una miserable mochila y pidiendo hospedaje en cualquier lugar, parece una exageración, algo propio de la Edad Medio, completamente fuera de los parámetros de la era de la computación.
Por eso, somos tan pocos los que estamos metidos en esto. Sin embargo, no por eso nos vamos a desanimar, «tirando la toalla», como dicen por ahí. Somos pocos, pero bien fogueados y convencidos de lo que estamos haciendo. Así que, ni las burlas («Ahí vienen los cazadores de brujas»), ni la pobreza, no los rechazos de parte de algunos nos van a detener: sabemos perfectamente en lo que estamos y lo que pretendemos.
Por otro lado, no faltan (y son muchos) los que ven en esta labor relacionada con el problema de las sectas, algo «providencial», necesario y urgente para el bien de la Iglesia hoy.
UN SACERDOTE COMENTABA:
«Durante los primeros siglos de la historia de la Iglesia, hubo situaciones difíciles con relación al problema de las sectas. Sin embargo, entonces la Iglesia supo enfrentar el problema con audacia y prontitud. Lo que no ha hecho ahora. Por eso el problema se ha hecho grave. ¡Qué bueno que alguien se ha abocado a la tarea de luchar para preparar a los católicos a mantenerse firmes en su fe y no dejarse confundir por las insidias de las sectas!».
Así que, va a depender mucho de nosotros, si esta actividad tendrá todo el alcance que necesita para responder realmente a las necesidades de la Iglesia en el momento actual. Dependerá de nosotros saber involucrar a más gente, crear opinión y despertar interés e iniciativas al respecto.
Como es fácil constatar, aún no se entiende que para llevar adelante esta obra se necesitan fondos económicos. Ni modo. Vamos a usar más la inteligencia para descubrir métodos siempre más populares y que impliquen pocos gastos. Tal vez la pobreza de los medios que utilizamos y la poca capacidad del mismo elemento humano implicado en esta actividad, pueden ser una señal más para convencernos de que esta obra es realmente una «obra de Dios».
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