EL MITO DE QUE LA IGLESIA PROCLAMABA UNA TIERRA PLANA. ¿QUIÉN LO INVENTÓ?
Por P.J. Ginés
¿Quién creó el bulo de que la Iglesia proclamaba una tierra plana? Un historiador ¡y un novelista!
Quien acuda a las fuentes antiguas y medievales comprobará con cierta facilidad que los antiguos y los medievales creían que la Tierra era esférica. Lo había dicho Aristóteles y su autoridad fue intocable hasta la época de Copérnico.
Esférica pero, ¿Visitable?
Entre los sabios había cierta discusión sobre si esa tierra esférica estaba poblada en su mitad inferior, e incluso si estuviera poblada, se dudaba si esas regiones podían ser accesibles… ya que el norte era inhabitablemente frío, cabía pensar que el sur también fuese inhabitablemente cálido, que los hombres muriesen al viajar al ecuador igual que morían de frío en el norte.
Hay que recordar que 15 expediciones del príncipe portugués Enrique el Navegante fracasaron en su intento de cruzar el Cabo Bojador en el Sáhara Occidental, hasta que Gil Eanes lo consiguió en 1434, iniciando la era de los grandes descubrimientos. Los portugueses comprobaron que era posible cruzar los trópicos y rodear África.
La idea de un mundo plano era una idea de gente inculta. Entre los marineros del norte se había heredado de la cosmovisión vikinga, de las viejas mitologías escandinavas. Pero entre las clases cultas de toda Europa, prevalecía la imagen de la esfera.
Dos excepciones: Cosmas y Lactancio
Durante toda la Edad Media hubo sólo 2 personalidades cultas que defendiesen una tierra plana. Uno fue Cosmas Indicopleustes, en el siglo VI, navegante griego que luego se hizo monje y topógrafo.
El otro fue Lactancio, uno de los antiguos Padres de la Iglesia, escritor latino del s. II-III. Tanto en la Antigüedad como en la Edad Media su influencia fue poca en temas cosmológicos.
El caso es que en la época en la que Colón creció las personas cultas tenían claro que la tierra era esférica y los trópicos navegables. No estaban claras, en cambio, sus dimensiones ni la posibilidad de navegar hacia Asia por un Atlántico poco conocido.
El bulo para niños: del s. XIX al XXI
Sin embargo, en multitud de dibujos animados, libros para niños o historias ilustradas de la ciencia, durante todo el siglo XX y aún en el XXI se presenta a Cristóbal Colón como un firme e ilustrado científico que se encuentra con la hostilidad de fanáticos religiosos y clérigos medievales que no le dejan navegar repitiendo que la Tierra es plana.
Este es el mito que el historiador medievalista Jeffrey Burton Russell desmanteló en su libro apasionante “El Mito de la Tierra Plana”, que se ha traducido al español recientemente en la editorial Stella Maris.
¿Quién creó el bulo de que la Iglesia creía en una tierra plana? Es un bulo con algunas semillas involuntarias… y con unos culpables voluntarios a principios del s. XIX.
Primeras semillas del bulo
Entre las semillas involuntarias está, sin pretenderlo, el canónigo Copérnico en su obra clásica “De revolutionibus” de 1543, que establecía el movimiento de los planetas alrededor del sol. En ella da por cosa sabida y asumida por todas las personas cultas que la tierra es esférica.
“No es desconocido que Lactancio, por lo demás un ilustre escritor pero difícilmente un astrónomo, habla de modo infantil sobre la forma de la tierra cuando reprende a quienes declararon que tiene la forma de un globo”, escribe Copérnico.
En 1616, cuando el libro de Copérnico llevaba ya 3 ediciones y 70 años de circulación sin especial dificultad, algún censor vaticano –que daba por cosa establecida y común la tierra esférica- decidió que este párrafo no era muy respetuoso con un Padre de la Iglesia (aunque nunca declarado santo) y se omitió ese párrafo en subsiguientes ediciones.
Esto alentó a algunos autores posteriores de ámbitos protestantes o de la Ilustración más anticlerical a crear un conflicto entre Copérnico (la ciencia, la tierra esférica) y la Iglesia Católica (Lactancio, el fanatismo, la “tierra plana”).
Un ejemplo cercano lo tenemos en el “Leviatán” de Hobbes, donde en 1651 el filósofo inglés (y descreído en lo religioso) asegura –sin poder concretar ningún caso- que “todos los hombres doctos reconocen ahora que existen las antípodas”, pero que en épocas anteriores y oscuras hubo quienes “por suponer tal doctrina fueron penados por la autoridad eclesiástica.[…] Nosotros podemos con justicia señalar a los autores de esta oscuridad espiritual: el Papa y el clero romano”.
Anticlericales y anticatólicos de todas las tendencias han leído desde entonces a Hobbes y han asumido que así debió suceder… pero lo cierto es que no se conoce ningún caso de nadie “penado” por ningún Papa ni clérigo católico por defender la existencia de las antípodas: al contrario, lo común era creer en las antípodas, porque así lo decía Aristóteles.
Sin embargo, durante siglos las dos grandes corrientes anti-católicas no usaron esta acusación contra la Iglesia Católica. Los promotores de la rebelión protestante no dudaban de la Tierra esférica ni encontraban nada en la Biblia contra ella: Aristóteles tenía razón y la navegación moderna lo demostraba. Y cuando llegó la corriente ilustrada en el s. XVIII, atacó a lo escolástico y lo aristotélico-tomista, con una excepción: Aristóteles promulgó una tierra esférica, tenía razón en eso, y era mejor no hablar de un tema donde lo aristotélico había acertado.
Excepto por el caso de Hobbes, casi nadie acusaba al catolicismo de ser un inculto promotor de la tierra plana… hasta el s.XIX.
En el siglo XIX hubo dos personalidades que establecieron con su influencia el bulo, aún vigente, de que el catolicismo y los medievales eran ignorantes fanáticos que creían en tierras planas y acosaban a quien lo cuestionase.
Un padre del bulo: el novelista Washington Irving
Uno fue el fantasioso novelista romántico norteamericano Washington Irving, con su novela “Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón”, de 1828.
El medievalista Jeffrey Burton Russell, en “El Mito de la Tierra Plana”, siendo estadounidense, declara sin dificultad “el sesgo anticatólico y antiespañol” de Irving y su país y época. Así, Irving escribió, y una multitud después estudió y copió en el mundo anglosajón, párrafos como este:
“El progreso del conocimiento, aunque se expandía rápidamente, estaba aún obstaculizado por el fanatismo monástico. A Colón le abrumaron con citas de la Biblia y del Nuevo Testamento: el Libro del Génesis, los Salmos de David, las oraciones de los Profetas, las epístolas de los apóstoles y los evangelios. A todo ello se añadieron las reflexiones de varios santos y los comentarios de sacerdotes: San Crisóstomo y San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio, San Basilio y San Ambrosio y Lactancio. No se permitió conceder valor alguno a cuantas demostraciones matemáticas parecieran chocar con el texto de las Escrituras, o a algún comentario de los padres. Colón, que era un hombre devotamente religioso, se encontró en peligro de ser condenado, debido no a un mero error en sus cálculos sino por heterodoxia”.
Casi nadie se molestó en comprobar –Irving desde luego no lo hizo, como detalla Rusell en su libro- que ni Crisóstomo, ni Agustín, ni Jerónimo, ni Gregorio, ni Basilio ni Ambrosio tenían nada escrito contra la tierra esférica.
Lo cierto es que nadie en Salamanca o en España “abrumó” con citas de la Biblia a Colón. Y Lactancio, el único autor que defendió una tierra plana, era un autor menor al respecto que nunca entró en debate.
El otro padre del bulo: el francés Letronne
Russell sospecha que el novelista Irving alimentó su imaginación y prejuicios anti-españoles en sus viajes europeos y su contacto con la Academia francesa. Allí, en Francia, irradió su influencia el otro gran creador del mito de “los católicos y su tierra plana”, una influencia no popular, sino erudita: la del historiador Antoine-Jean Letronne (1787-1848).
Ya el maestro de Letronne, Edmé Mentelle, había escrito en su libro de cosmografía de 1781 que los Padres de la Iglesia y los medievales habían afirmado que la Tierra era plana.
Letronne, que mantuvo cordiales relaciones con todos los gobernantes sucesivos de Francia (Napoleón, Luis XVIII, Carlos X, Luis-Felipe) fue director de la Ecole Nationale des Charters en 1817 e inspector general de la Universidad de París en 1819. Tenía fama de virtuoso, de “santo laico”: se casó con una rica, tuvo 10 hijos con ella, y se supo que donaba a la caridad con generosidad. Pero a partir de cierto momento era tan influyente e intocable que podía escribir de todo sin necesidad de confirmarlo con datos: nadie le rebatía, todos le citaban.
Así, en 1834, a los 47 años, escribió “Sobre las opiniones cosmográficas de los Padres de la Iglesia”, que influyó a todos los historiadores posteriores. Su tesis era –contra la evidencia- que los Padres de la Iglesia exigían lecturas fanáticas y literales de la Biblia. Autores conocidísimos y de primera línea como san Agustín y Orígenes demostraban que eso no era así… así que los desdeñaba como “minoritarios”.
Según este texto de Letronne, las autoridades eclesiales, mediante “tres argumentos irresistibles: la persecución, la prisión y la hoguera” obligaron a todos los astrónomos durante más de mil años a creer en una absurda tierra plana. Pero no aportó ni un solo caso concreto de astrónomo represaliado por defender la tierra esférica… porque nadie fue represaliado. La realidad es que la tierra esférica era asumida por todas las personas letradas desde Aristóteles.
La extensión del bulo
Russell, en El Mito de la Tierra Plana, explica cómo Irving entre el público general y anglosajón, y Letronne en la cultura francófona y la academia establecieron el mito de que la Iglesia predicó la tierra plana, algo que casi nadie había reivindicado anteriormente.
El libro de Russell explica cómo entroncó con los prejuicios anti-hispánicos y anticatólicos de los historiadores de EEUU y cómo sólo recientemente (después de la Segunda Guerra Mundial) se ha ido reparando este error entre los historiadores, aunque no entre los divulgadores. Curiosamente, Wikipedia, tan acusada de ser poco fiable, recoge con detalle el debate y deja clara la verdadera creencia medieval, con Lactancio y Cosmas como las dos únicas y poco relevantes excepciones.
La edición en español de “El mito de la Tierra Plana” incluye además un documento apasionante, que es el Diario de a bordo de Cristóbal Colón.
“Llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde que llevaba el Almirante en todos los navíos, con una F y una Y. Vieron árboles muy verdes, y aguas muchas y frutas de diversas maneras”. Empezaba un nuevo mundo.
Fuente: http://infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1608060358-el-mito-de-que-la-iglesia-pro
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¿Quién creó el bulo de que la Iglesia proclamaba una tierra plana? Un historiador ¡y un novelista!
Quien acuda a las fuentes antiguas y medievales comprobará con cierta facilidad que los antiguos y los medievales creían que la Tierra era esférica. Lo había dicho Aristóteles y su autoridad fue intocable hasta la época de Copérnico.
Esférica pero, ¿Visitable?
Entre los sabios había cierta discusión sobre si esa tierra esférica estaba poblada en su mitad inferior, e incluso si estuviera poblada, se dudaba si esas regiones podían ser accesibles… ya que el norte era inhabitablemente frío, cabía pensar que el sur también fuese inhabitablemente cálido, que los hombres muriesen al viajar al ecuador igual que morían de frío en el norte.
Hay que recordar que 15 expediciones del príncipe portugués Enrique el Navegante fracasaron en su intento de cruzar el Cabo Bojador en el Sáhara Occidental, hasta que Gil Eanes lo consiguió en 1434, iniciando la era de los grandes descubrimientos. Los portugueses comprobaron que era posible cruzar los trópicos y rodear África.
La idea de un mundo plano era una idea de gente inculta. Entre los marineros del norte se había heredado de la cosmovisión vikinga, de las viejas mitologías escandinavas. Pero entre las clases cultas de toda Europa, prevalecía la imagen de la esfera.
Dos excepciones: Cosmas y Lactancio
Durante toda la Edad Media hubo sólo 2 personalidades cultas que defendiesen una tierra plana. Uno fue Cosmas Indicopleustes, en el siglo VI, navegante griego que luego se hizo monje y topógrafo.
El otro fue Lactancio, uno de los antiguos Padres de la Iglesia, escritor latino del s. II-III. Tanto en la Antigüedad como en la Edad Media su influencia fue poca en temas cosmológicos.
El caso es que en la época en la que Colón creció las personas cultas tenían claro que la tierra era esférica y los trópicos navegables. No estaban claras, en cambio, sus dimensiones ni la posibilidad de navegar hacia Asia por un Atlántico poco conocido.
El bulo para niños: del s. XIX al XXI
Sin embargo, en multitud de dibujos animados, libros para niños o historias ilustradas de la ciencia, durante todo el siglo XX y aún en el XXI se presenta a Cristóbal Colón como un firme e ilustrado científico que se encuentra con la hostilidad de fanáticos religiosos y clérigos medievales que no le dejan navegar repitiendo que la Tierra es plana.
Este es el mito que el historiador medievalista Jeffrey Burton Russell desmanteló en su libro apasionante “El Mito de la Tierra Plana”, que se ha traducido al español recientemente en la editorial Stella Maris.
¿Quién creó el bulo de que la Iglesia creía en una tierra plana? Es un bulo con algunas semillas involuntarias… y con unos culpables voluntarios a principios del s. XIX.
Primeras semillas del bulo
Entre las semillas involuntarias está, sin pretenderlo, el canónigo Copérnico en su obra clásica “De revolutionibus” de 1543, que establecía el movimiento de los planetas alrededor del sol. En ella da por cosa sabida y asumida por todas las personas cultas que la tierra es esférica.
“No es desconocido que Lactancio, por lo demás un ilustre escritor pero difícilmente un astrónomo, habla de modo infantil sobre la forma de la tierra cuando reprende a quienes declararon que tiene la forma de un globo”, escribe Copérnico.
En 1616, cuando el libro de Copérnico llevaba ya 3 ediciones y 70 años de circulación sin especial dificultad, algún censor vaticano –que daba por cosa establecida y común la tierra esférica- decidió que este párrafo no era muy respetuoso con un Padre de la Iglesia (aunque nunca declarado santo) y se omitió ese párrafo en subsiguientes ediciones.
Esto alentó a algunos autores posteriores de ámbitos protestantes o de la Ilustración más anticlerical a crear un conflicto entre Copérnico (la ciencia, la tierra esférica) y la Iglesia Católica (Lactancio, el fanatismo, la “tierra plana”).
Un ejemplo cercano lo tenemos en el “Leviatán” de Hobbes, donde en 1651 el filósofo inglés (y descreído en lo religioso) asegura –sin poder concretar ningún caso- que “todos los hombres doctos reconocen ahora que existen las antípodas”, pero que en épocas anteriores y oscuras hubo quienes “por suponer tal doctrina fueron penados por la autoridad eclesiástica.[…] Nosotros podemos con justicia señalar a los autores de esta oscuridad espiritual: el Papa y el clero romano”.
Anticlericales y anticatólicos de todas las tendencias han leído desde entonces a Hobbes y han asumido que así debió suceder… pero lo cierto es que no se conoce ningún caso de nadie “penado” por ningún Papa ni clérigo católico por defender la existencia de las antípodas: al contrario, lo común era creer en las antípodas, porque así lo decía Aristóteles.
Sin embargo, durante siglos las dos grandes corrientes anti-católicas no usaron esta acusación contra la Iglesia Católica. Los promotores de la rebelión protestante no dudaban de la Tierra esférica ni encontraban nada en la Biblia contra ella: Aristóteles tenía razón y la navegación moderna lo demostraba. Y cuando llegó la corriente ilustrada en el s. XVIII, atacó a lo escolástico y lo aristotélico-tomista, con una excepción: Aristóteles promulgó una tierra esférica, tenía razón en eso, y era mejor no hablar de un tema donde lo aristotélico había acertado.
Excepto por el caso de Hobbes, casi nadie acusaba al catolicismo de ser un inculto promotor de la tierra plana… hasta el s.XIX.
En el siglo XIX hubo dos personalidades que establecieron con su influencia el bulo, aún vigente, de que el catolicismo y los medievales eran ignorantes fanáticos que creían en tierras planas y acosaban a quien lo cuestionase.
Un padre del bulo: el novelista Washington Irving
Uno fue el fantasioso novelista romántico norteamericano Washington Irving, con su novela “Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón”, de 1828.
El medievalista Jeffrey Burton Russell, en “El Mito de la Tierra Plana”, siendo estadounidense, declara sin dificultad “el sesgo anticatólico y antiespañol” de Irving y su país y época. Así, Irving escribió, y una multitud después estudió y copió en el mundo anglosajón, párrafos como este:
“El progreso del conocimiento, aunque se expandía rápidamente, estaba aún obstaculizado por el fanatismo monástico. A Colón le abrumaron con citas de la Biblia y del Nuevo Testamento: el Libro del Génesis, los Salmos de David, las oraciones de los Profetas, las epístolas de los apóstoles y los evangelios. A todo ello se añadieron las reflexiones de varios santos y los comentarios de sacerdotes: San Crisóstomo y San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio, San Basilio y San Ambrosio y Lactancio. No se permitió conceder valor alguno a cuantas demostraciones matemáticas parecieran chocar con el texto de las Escrituras, o a algún comentario de los padres. Colón, que era un hombre devotamente religioso, se encontró en peligro de ser condenado, debido no a un mero error en sus cálculos sino por heterodoxia”.
Casi nadie se molestó en comprobar –Irving desde luego no lo hizo, como detalla Rusell en su libro- que ni Crisóstomo, ni Agustín, ni Jerónimo, ni Gregorio, ni Basilio ni Ambrosio tenían nada escrito contra la tierra esférica.
Lo cierto es que nadie en Salamanca o en España “abrumó” con citas de la Biblia a Colón. Y Lactancio, el único autor que defendió una tierra plana, era un autor menor al respecto que nunca entró en debate.
El otro padre del bulo: el francés Letronne
Russell sospecha que el novelista Irving alimentó su imaginación y prejuicios anti-españoles en sus viajes europeos y su contacto con la Academia francesa. Allí, en Francia, irradió su influencia el otro gran creador del mito de “los católicos y su tierra plana”, una influencia no popular, sino erudita: la del historiador Antoine-Jean Letronne (1787-1848).
Ya el maestro de Letronne, Edmé Mentelle, había escrito en su libro de cosmografía de 1781 que los Padres de la Iglesia y los medievales habían afirmado que la Tierra era plana.
Letronne, que mantuvo cordiales relaciones con todos los gobernantes sucesivos de Francia (Napoleón, Luis XVIII, Carlos X, Luis-Felipe) fue director de la Ecole Nationale des Charters en 1817 e inspector general de la Universidad de París en 1819. Tenía fama de virtuoso, de “santo laico”: se casó con una rica, tuvo 10 hijos con ella, y se supo que donaba a la caridad con generosidad. Pero a partir de cierto momento era tan influyente e intocable que podía escribir de todo sin necesidad de confirmarlo con datos: nadie le rebatía, todos le citaban.
Así, en 1834, a los 47 años, escribió “Sobre las opiniones cosmográficas de los Padres de la Iglesia”, que influyó a todos los historiadores posteriores. Su tesis era –contra la evidencia- que los Padres de la Iglesia exigían lecturas fanáticas y literales de la Biblia. Autores conocidísimos y de primera línea como san Agustín y Orígenes demostraban que eso no era así… así que los desdeñaba como “minoritarios”.
Según este texto de Letronne, las autoridades eclesiales, mediante “tres argumentos irresistibles: la persecución, la prisión y la hoguera” obligaron a todos los astrónomos durante más de mil años a creer en una absurda tierra plana. Pero no aportó ni un solo caso concreto de astrónomo represaliado por defender la tierra esférica… porque nadie fue represaliado. La realidad es que la tierra esférica era asumida por todas las personas letradas desde Aristóteles.
La extensión del bulo
Russell, en El Mito de la Tierra Plana, explica cómo Irving entre el público general y anglosajón, y Letronne en la cultura francófona y la academia establecieron el mito de que la Iglesia predicó la tierra plana, algo que casi nadie había reivindicado anteriormente.
El libro de Russell explica cómo entroncó con los prejuicios anti-hispánicos y anticatólicos de los historiadores de EEUU y cómo sólo recientemente (después de la Segunda Guerra Mundial) se ha ido reparando este error entre los historiadores, aunque no entre los divulgadores. Curiosamente, Wikipedia, tan acusada de ser poco fiable, recoge con detalle el debate y deja clara la verdadera creencia medieval, con Lactancio y Cosmas como las dos únicas y poco relevantes excepciones.
La edición en español de “El mito de la Tierra Plana” incluye además un documento apasionante, que es el Diario de a bordo de Cristóbal Colón.
“Llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde que llevaba el Almirante en todos los navíos, con una F y una Y. Vieron árboles muy verdes, y aguas muchas y frutas de diversas maneras”. Empezaba un nuevo mundo.
Fuente: http://infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1608060358-el-mito-de-que-la-iglesia-pro
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¡GRACIAS!
Entonces el juicio de la iglesia a Galileo por decir que la tierra era redonda, también fue un bulo de un novelista. Vale, vale.
ResponderBorrarNo hubo represalias no. Se le obligó a Galileo a abandonar sus estudios sobre la tierra a cambio de salvar su vida o si no morir. Pero nadie fue represaliado. Y la Inquisición no existió. Ni el genocidio nazi.
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