LAS APARICIONES DE LA VIRGEN MARÍA EN LOS PRIMEROS SIGLOS DEL CRISTIANISMO
Por Richbell Meléndez
En los primerísimos siglos de la historia del cristianismo se registran pocas apariciones. Lo que no significa que no las hubiera: en una época en que la enseñanza de Jesús se difundía, con frecuencia en medio de muchas dificultades y contrastes, se comprende que hechos de este genero, si los hubo, no siempre fueron transcritos o su recuerdo se perdió.
Las pocas apariciones de las que tenemos noticia se basan en tradiciones orales no documentadas: esto vale también para la aparición de la Virgen, que habría ocurrido tres días después de su asunción al cielo.
Algunos años mas tarde, alrededor del 70 dC, se transmite que la madre de Dios apareció en Le Puy en Francia, a una mujer hacia poco convertida al Cristianismo. El lugar de la aparición: Una pequeña capilla recién construida. La mujer, que estaba gravemente enferma, se curó y enseguida se registraron milagrosas curaciones y apariciones en el lugar. Con el tiempo los Obispos aceptaron el culto mariano en Le Puy e hicieron construir allí una gran Iglesia, aún hoy meta de numerosos peregrinos. En 1860 sobre el monte que domina la ciudad se erigió una imagen de la Virgen de casi dieciséis metros de altura.
En los siglos II y III, se recuerda sólo una aparición: la de la Virgen María acompañada por el apóstol Juan a Gregorio Taumaturgo en Nueva Cesarea, en el Asia menor. Gregorio y su hermano Atenodoro eran discípulos de Orígenes. Por invitación de la Madre de Dios, Juan le dio al futuro santo varias explicaciones en materia de fe.
Seguramente de cualquiera manera que se mire este acontecimiento, no es posible dejar de reconocer en él un gran testimonio de la vida doctrinal de María en la Iglesia y del culto que á ella se tributaba en el siglo tercero. Este hecho es creíble verosímil y moralmente cierto.
Creible porque para no creer en las apariciones seria menester no creer en el Evangelio y los Apóstoles que refieren apariciones tales como las de los Angeles, las de Moisés y Elías, las de Nuestro Señor a sus discípulos después de su Resurrección y á San Esteban y a San Pablo después de su Ascensión.
Verosímil porque no hay nada en esta aparición que no sea conveniente y conforme a la razón cristiana. La de la Virgen y de San Juan es muy natural habiendo sido este discípulo instruido muy particularmente en los misterios del Verbo por Aquella en quien estos misterios se habían cumplido. Y todavía no es la Virgen misma la que instruye directamente a San Gregorio, sino quien lo hace instruir por San Juan, con la conveniencia de su sexo y la doble autoridad de su carácter de Reina de los Apóstoles y de Madre del Discípulo amado.
Por lo demás nada singular ni novelesco en esta aparición ella tiene verdaderamente el carácter apostólico la sencillez y la grandeza.
Finalmente, es moralmente cierta porque la profunda y universal impresión que ha hecho en la Iglesia el culto particular con que se ha perpetuado su memoria en Neocesárea, el testimonio tan puro de San Gregorio de Niza y de San Basilio garantizando la verdad de esta relación con la autorizada boca de San Gregorio de Neocesárea y finalmente el carácter tan santo y tan venerable de aquel grande hombre todo concurre a que sea admitida.
Pero dado que no se creyera esta aparición a pesar de razones tan convincentes la creencia universal de que ha sido objeto en el tercer siglo, atestiguaría por lo menos la alta idea que se tenía en aquellos primeros tiempos de la Santísima Virgen, de su Soberanía apostólica, de su acción espiritual en la Iglesia, de su ministerio continuo de Madre y de Mediadora de la verdad. Por otra parte, esto no es más que la realización visible del carácter atribuido a la Virgen María por la doctrina apostólica. Esta aparición sale de toda la doctrina anterior y vuelve a ella como una consecuencia y un efecto. Es la misma Virgen dando fe de sí misma, como la daban los Doctores y los oráculos de la fe desde San Juan.
Si desean conocer más sobre las apariciones de la Virgen en la historia, les recomiendo leer los siguientes libros.
- Las apariciones de la Virgen María por Paola Giovetti
- La Virgen María viviendo en la Iglesia, 2 por Auguste Nicolás.
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En los primerísimos siglos de la historia del cristianismo se registran pocas apariciones. Lo que no significa que no las hubiera: en una época en que la enseñanza de Jesús se difundía, con frecuencia en medio de muchas dificultades y contrastes, se comprende que hechos de este genero, si los hubo, no siempre fueron transcritos o su recuerdo se perdió.
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Algunos años mas tarde, alrededor del 70 dC, se transmite que la madre de Dios apareció en Le Puy en Francia, a una mujer hacia poco convertida al Cristianismo. El lugar de la aparición: Una pequeña capilla recién construida. La mujer, que estaba gravemente enferma, se curó y enseguida se registraron milagrosas curaciones y apariciones en el lugar. Con el tiempo los Obispos aceptaron el culto mariano en Le Puy e hicieron construir allí una gran Iglesia, aún hoy meta de numerosos peregrinos. En 1860 sobre el monte que domina la ciudad se erigió una imagen de la Virgen de casi dieciséis metros de altura.
En los siglos II y III, se recuerda sólo una aparición: la de la Virgen María acompañada por el apóstol Juan a Gregorio Taumaturgo en Nueva Cesarea, en el Asia menor. Gregorio y su hermano Atenodoro eran discípulos de Orígenes. Por invitación de la Madre de Dios, Juan le dio al futuro santo varias explicaciones en materia de fe.
Seguramente de cualquiera manera que se mire este acontecimiento, no es posible dejar de reconocer en él un gran testimonio de la vida doctrinal de María en la Iglesia y del culto que á ella se tributaba en el siglo tercero. Este hecho es creíble verosímil y moralmente cierto.
Creible porque para no creer en las apariciones seria menester no creer en el Evangelio y los Apóstoles que refieren apariciones tales como las de los Angeles, las de Moisés y Elías, las de Nuestro Señor a sus discípulos después de su Resurrección y á San Esteban y a San Pablo después de su Ascensión.
Verosímil porque no hay nada en esta aparición que no sea conveniente y conforme a la razón cristiana. La de la Virgen y de San Juan es muy natural habiendo sido este discípulo instruido muy particularmente en los misterios del Verbo por Aquella en quien estos misterios se habían cumplido. Y todavía no es la Virgen misma la que instruye directamente a San Gregorio, sino quien lo hace instruir por San Juan, con la conveniencia de su sexo y la doble autoridad de su carácter de Reina de los Apóstoles y de Madre del Discípulo amado.
Por lo demás nada singular ni novelesco en esta aparición ella tiene verdaderamente el carácter apostólico la sencillez y la grandeza.
Finalmente, es moralmente cierta porque la profunda y universal impresión que ha hecho en la Iglesia el culto particular con que se ha perpetuado su memoria en Neocesárea, el testimonio tan puro de San Gregorio de Niza y de San Basilio garantizando la verdad de esta relación con la autorizada boca de San Gregorio de Neocesárea y finalmente el carácter tan santo y tan venerable de aquel grande hombre todo concurre a que sea admitida.
Pero dado que no se creyera esta aparición a pesar de razones tan convincentes la creencia universal de que ha sido objeto en el tercer siglo, atestiguaría por lo menos la alta idea que se tenía en aquellos primeros tiempos de la Santísima Virgen, de su Soberanía apostólica, de su acción espiritual en la Iglesia, de su ministerio continuo de Madre y de Mediadora de la verdad. Por otra parte, esto no es más que la realización visible del carácter atribuido a la Virgen María por la doctrina apostólica. Esta aparición sale de toda la doctrina anterior y vuelve a ella como una consecuencia y un efecto. Es la misma Virgen dando fe de sí misma, como la daban los Doctores y los oráculos de la fe desde San Juan.
Si desean conocer más sobre las apariciones de la Virgen en la historia, les recomiendo leer los siguientes libros.
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