¿POR QUÉ JESÚS HACÍA MILAGROS?
Por: P. Antonio Rivero, L.C.
Jesús con sus milagros desea establecer el reino de Dios en la tierra y en cada corazón.
El mensaje de Jesús y su estilo personal nos ha dejado un profundo interrogante: ¿Quién es Jesús? Nadie ha hablado como Él; ha hecho añicos la piedad farisea; ha presentado de Dios una concepción que, empalmando con lo más puro del pensamiento hebreo, lo ha desbordado al mismo tiempo por completo. Su palabra es sublime, única, trascendente. Pero, ¿Qué garantías da? ¿Qué ha hecho Jesús que le autorice a hablar así? Si abrimos los Evangelios veremos que las palabras de Jesús van unidas íntimamente a unas obras excepcionales que las acreditan y las hacen eficaces. Son los milagros. Sus milagros son signos inequívocos de la llegada del Reino que Él predica.
Los milagros son la garantía y la confirmación de su palabra y predicación, pues predicación y obras van íntimamente unidas. Además, los milagros son signos inequívocos de la llegada del Reino y manifiestan el dominio que Él tiene sobre todos los seres de la creación: sobre los espíritus, los hombres y los seres irracionales. Antes de realizar el milagro Cristo pide fe y humildad. Con los milagros, Jesús busca la conversión y la vuelta a Dios.
Características de los milagros de Jesús
No se puede separar el mensaje de Jesús con los signos o milagros, pues éstos confirman el mensaje.
Jesús realiza siempre sus milagros en el contexto del Reino, buscando la conversión. Por eso reprende a las ciudades de Cafarnaún, Corazaín y Betsaida, porque, habiendo visto los milagros que han visto, no se han arrepentido (cf Mt 11, 20-24).
Jesús realiza los milagros como signos de que ha llegado el Reino. Fuera de este contexto no obra milagro alguno. Cuando le piden un número de circo, como en el caso de Herodes o en su propio pueblo, se niega en redondo (cf Mc 6, 5; Lc 23, 9).
Jesús obra los milagros en nombre propio. No los hace en nombre de Yavé, como los profetas en el Antiguo Testamento. Sus palabras son: “Yo te lo digo, yo te lo ordeno”.
Jesús los hace con total sencillez y movido por el amor. Nada de formas mágicas, ni intervención quirúrgica; nada de procesos hipnóticos o sugestión. Realiza los milagros conmovido en su corazón y siempre en un contexto religioso. La máxima discreción circunda su actividad taumatúrgica. Nunca se busca a sí mismo, nunca obra un milagro para deslumbrar. A los curados recomienda silencio. Cuando el pueblo le exalta, Jesús se marcha (cf Jn 6, 15; Mc 5, 39; Jn 11,6). Nunca obró prodigios punitivos para deslumbrar o explotar el miedo del pueblo supersticioso, como vemos en los apócrifos.
Los milagros de Cristo tienen también una dimensión apologética, es decir, los realiza como signos de que el Padre le ha enviado. Nicodemo así lo reconoce (cf Jn 3, 2). O el ciego de nacimiento (Jn 9, 33). Sus obras prueban, por tanto, su origen divino (cf Jn 5, 36).
2 Sentido de los milagros de Jesús
Jesús con sus milagros, curaciones, exorcismos pretende destruir efectivamente el dominio de Satanás, que subyuga al hombre por medio del pecado, la enfermedad y la muerte; y así, establecer el reino de Dios en la tierra y en cada corazón. Jesús con sus milagros manifiesta su omnipotencia y su divinidad, hechas amor por el hombre.
Tratando de resumir el sentido teológico de los milagros diremos lo siguiente:
Son signos de contenido religioso y están conectados con la presencia del Reino.
Son signos de contenido soteriológico y manifiestan que Dios salva y es capaz de salvar en el tiempo. Jesús trae la salvación completa (cuerpo y alma), una salvación sobre todo espiritual, una salvación eterna.
Son signos de sentido cristológico: Jesús es el milagro primero de donde se derivan los otros.
Son signos de contenido trinitario: el origen y la raíz de los milagros es la unión de Cristo con su Padre, en el Espíritu Santo.
Son signos de contenido escatológico, pues hacen presente una realidad que aún está escondida: el triunfo de Dios y la transformación de la naturaleza en obediencia a la voluntad de Dios.
Los milagros de Jesús y la historia
Hay quien admite sin problemas la historicidad del mensaje de Cristo, pero no la de sus milagros. Contestemos.
Los relatos de los milagros en los evangelios no son un apéndice del que se pudiera prescindir. En concreto, en el evangelio de Marcos, si prescindimos del relato de la pasión, los milagros de Cristo suponen el 47% de su Evangelio. Como dice Trilling: “Los relatos de milagros ocupan tan extenso lugar en los Evangelios que sería imposible que todos ellos hubieran sido inventados posteriormente y atribuidos a Jesús” [1].
Además, los milagros aparecen estrechamente unidos al mensaje de Jesús. Ambos, predicación y milagros, aparecen como signos de la llegada del Reino: tienen la misma intención y responden a la misma lógica.
Otro dato importante es que muchos milagros de Jesús tuvieron un carácter público. No se trata de rumores, sino de milagros hechos delante de todo Israel, como la multiplicación de los panes (cf Jn 6) o la resurrección de Lázaro, que fue comprobada por los judíos de Jerusalén (cf Jn 12, 18).
Es más, los Evangelios fueron escritos cuando todavía vivían los contemporáneos de Jesús, que podrían haber negado sus milagros, o haber dicho que eran falsos. De hecho, nadie, ni siquiera los enemigos de Jesús, negaron que Jesús realizara prodigios. Los fariseos no los pueden negar y usan el recurso de atribuirlos al poder del diablo (cf Mt 12, 26-27). Es curioso que una tradición judía que aparece en el Talmud babilónico hable también de los milagros de Cristo atribuyéndolos a la magia.
La historicidad de los milagros de Cristo queda garantizada no sólo por el hecho de que aparecen en todas las fuentes que componen los Evangelios, sino porque, si se les compara con los relatos helénicos de milagros, aparece una evidente diferencia con ellos, aunque estén relatados con la misma estructura (exposición de la enfermedad, petición de curación, curación y acción de gracias). Los de Cristo son sobrios, no hay magia ni artilugios raros; siempre en contexto de oración.
El hecho de que un mismo milagro sea narrado con algunas diferencias entre los evangelistas avala la historicidad, pues siempre coinciden en lo fundamental. Las diferencias provienen del estilo mismo de los evangelistas, su finalidad concreta para su auditorio concreto. Por ejemplo:
* Mateo narra lo esencial de los milagros y deja los detalles, lo anecdótico: su interés se concentra en Jesucristo. Describe los milagros para enseñar la doctrina de Jesús, para orientar en su seguimiento. Los milagros son un medio excelente para mostrar el cumplimiento de las promesas hechas en el A.T. y para enseñar cuál es la postura cristiana, cómo se debe creer y esperar. La llegada de Jesús y sus acciones proclaman que Jesús es el Mesías prometido y que se le debe seguir.
* Marcos describe los milagros añadiendo datos pintorescos que parecen tener una importancia secundaria: dice el nombre del curado (10, 46) y sus reacciones espontáneas. Los milagros son signos de la gran novedad y de la autoridad de Jesús. Después de realizar los milagros, aparece el comentario: la admiración de los que han visto el hecho, su temor, su alabanza, su adoración (1, 27; 2, 12; 4, 41; 5, 14.20.42; 7, 37). La palabra y la acción poderosa de Jesús van juntas, para destruir el poder del maligno y hacer presente el Reino de Dios. El silencio cristiano, el ocultamiento del misterio de Jesucristo en Marcos tiene una finalidad concreta: no desvirtuar el mesianismo religioso de Jesús y convertirlo en político.
* Lucas interpreta, conforme a su teología, los milagros como la presencia misericordiosa de Dios en Jesucristo. Por ello son motivo para alabar y glorificar (18, 43; 23, 47). Los milagros son muy importantes para mostrar que la salvación ya se está realizando en el tiempo de Jesús, que es el tiempo de la gracia. La fuerza de la curación está en el mismo Jesús.
* Juan narra un número pequeño de milagros (siete). Y cada milagro tiene una significación profunda: la curación del paralítico le da ocasión para exponer que Jesús obra como el Padre (5, 17); la multiplicación de los panes para decir que Jesús es verdadero pan (6, 35); la curación del ciego, para darle a conocer como la luz del mundo (9, 57); la resurrección de Lázaro, para mostrarle como la Resurrección y la Vida (11, 25). Los milagros que realiza Jesús muestran su ser. Por eso los que no los aceptan son culpables (10, 37; 15, 24). Estos milagros no son importantes por ser hechos maravillosos, sino por lo que significan: dan testimonio de que el Padre le ha enviado (5, 36), son la manifestación de la común acción entre Jesús y su Padre (10, 30; 14, 11).
No cabe decir que los milagros de Cristo son ambiguos y que sólo la fe los puede discernir: no son ambiguas las obras de Dios, sino el corazón del hombre. Cristo lo dice claramente: “Si no me creéis por lo que os digo, creedme al menos por las obras” (Jn 10, 38).
CONCLUSIÓN
Los cristianos más sencillos tienen una gran capacidad para comprender la presencia de Dios en su historia. Recurren a Él frecuentemente y experimentan su ayuda. Esta es una verdadera experiencia cristiana. Ahora bien, cuando se den casos de desequilibrios psicológicos y de engaños milagreros, será la misma Iglesia, como Madre y Maestra, la que irá orientando amorosamente a sus hijos, para que no caigan en excesos. Como también explicará, cuando sea necesario, a quienes se dejen llevar de racionalismo exacerbado y nieguen todo hecho sobrenatural, comprobado y ratificado, para que sepan abrirse con fe a la acción de Dios que obra, no en contra de las leyes físicas, sino más allá de las leyes físicas.
[1] W. Trilling, Jesús y los problemas de su historicidad, Barcelona 1975, 121.
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Por: P. Antonio Rivero, L.C.
Jesús con sus milagros desea establecer el reino de Dios en la tierra y en cada corazón.
El mensaje de Jesús y su estilo personal nos ha dejado un profundo interrogante: ¿Quién es Jesús? Nadie ha hablado como Él; ha hecho añicos la piedad farisea; ha presentado de Dios una concepción que, empalmando con lo más puro del pensamiento hebreo, lo ha desbordado al mismo tiempo por completo. Su palabra es sublime, única, trascendente. Pero, ¿Qué garantías da? ¿Qué ha hecho Jesús que le autorice a hablar así? Si abrimos los Evangelios veremos que las palabras de Jesús van unidas íntimamente a unas obras excepcionales que las acreditan y las hacen eficaces. Son los milagros. Sus milagros son signos inequívocos de la llegada del Reino que Él predica.
Los milagros son la garantía y la confirmación de su palabra y predicación, pues predicación y obras van íntimamente unidas. Además, los milagros son signos inequívocos de la llegada del Reino y manifiestan el dominio que Él tiene sobre todos los seres de la creación: sobre los espíritus, los hombres y los seres irracionales. Antes de realizar el milagro Cristo pide fe y humildad. Con los milagros, Jesús busca la conversión y la vuelta a Dios.
Características de los milagros de Jesús
No se puede separar el mensaje de Jesús con los signos o milagros, pues éstos confirman el mensaje.
Jesús realiza siempre sus milagros en el contexto del Reino, buscando la conversión. Por eso reprende a las ciudades de Cafarnaún, Corazaín y Betsaida, porque, habiendo visto los milagros que han visto, no se han arrepentido (cf Mt 11, 20-24).
Jesús realiza los milagros como signos de que ha llegado el Reino. Fuera de este contexto no obra milagro alguno. Cuando le piden un número de circo, como en el caso de Herodes o en su propio pueblo, se niega en redondo (cf Mc 6, 5; Lc 23, 9).
Jesús obra los milagros en nombre propio. No los hace en nombre de Yavé, como los profetas en el Antiguo Testamento. Sus palabras son: “Yo te lo digo, yo te lo ordeno”.
Jesús los hace con total sencillez y movido por el amor. Nada de formas mágicas, ni intervención quirúrgica; nada de procesos hipnóticos o sugestión. Realiza los milagros conmovido en su corazón y siempre en un contexto religioso. La máxima discreción circunda su actividad taumatúrgica. Nunca se busca a sí mismo, nunca obra un milagro para deslumbrar. A los curados recomienda silencio. Cuando el pueblo le exalta, Jesús se marcha (cf Jn 6, 15; Mc 5, 39; Jn 11,6). Nunca obró prodigios punitivos para deslumbrar o explotar el miedo del pueblo supersticioso, como vemos en los apócrifos.
Los milagros de Cristo tienen también una dimensión apologética, es decir, los realiza como signos de que el Padre le ha enviado. Nicodemo así lo reconoce (cf Jn 3, 2). O el ciego de nacimiento (Jn 9, 33). Sus obras prueban, por tanto, su origen divino (cf Jn 5, 36).
2 Sentido de los milagros de Jesús
Jesús con sus milagros, curaciones, exorcismos pretende destruir efectivamente el dominio de Satanás, que subyuga al hombre por medio del pecado, la enfermedad y la muerte; y así, establecer el reino de Dios en la tierra y en cada corazón. Jesús con sus milagros manifiesta su omnipotencia y su divinidad, hechas amor por el hombre.
Tratando de resumir el sentido teológico de los milagros diremos lo siguiente:
Son signos de contenido religioso y están conectados con la presencia del Reino.
Son signos de contenido soteriológico y manifiestan que Dios salva y es capaz de salvar en el tiempo. Jesús trae la salvación completa (cuerpo y alma), una salvación sobre todo espiritual, una salvación eterna.
Son signos de sentido cristológico: Jesús es el milagro primero de donde se derivan los otros.
Son signos de contenido trinitario: el origen y la raíz de los milagros es la unión de Cristo con su Padre, en el Espíritu Santo.
Son signos de contenido escatológico, pues hacen presente una realidad que aún está escondida: el triunfo de Dios y la transformación de la naturaleza en obediencia a la voluntad de Dios.
Los milagros de Jesús y la historia
Hay quien admite sin problemas la historicidad del mensaje de Cristo, pero no la de sus milagros. Contestemos.
Los relatos de los milagros en los evangelios no son un apéndice del que se pudiera prescindir. En concreto, en el evangelio de Marcos, si prescindimos del relato de la pasión, los milagros de Cristo suponen el 47% de su Evangelio. Como dice Trilling: “Los relatos de milagros ocupan tan extenso lugar en los Evangelios que sería imposible que todos ellos hubieran sido inventados posteriormente y atribuidos a Jesús” [1].
Además, los milagros aparecen estrechamente unidos al mensaje de Jesús. Ambos, predicación y milagros, aparecen como signos de la llegada del Reino: tienen la misma intención y responden a la misma lógica.
Otro dato importante es que muchos milagros de Jesús tuvieron un carácter público. No se trata de rumores, sino de milagros hechos delante de todo Israel, como la multiplicación de los panes (cf Jn 6) o la resurrección de Lázaro, que fue comprobada por los judíos de Jerusalén (cf Jn 12, 18).
Es más, los Evangelios fueron escritos cuando todavía vivían los contemporáneos de Jesús, que podrían haber negado sus milagros, o haber dicho que eran falsos. De hecho, nadie, ni siquiera los enemigos de Jesús, negaron que Jesús realizara prodigios. Los fariseos no los pueden negar y usan el recurso de atribuirlos al poder del diablo (cf Mt 12, 26-27). Es curioso que una tradición judía que aparece en el Talmud babilónico hable también de los milagros de Cristo atribuyéndolos a la magia.
La historicidad de los milagros de Cristo queda garantizada no sólo por el hecho de que aparecen en todas las fuentes que componen los Evangelios, sino porque, si se les compara con los relatos helénicos de milagros, aparece una evidente diferencia con ellos, aunque estén relatados con la misma estructura (exposición de la enfermedad, petición de curación, curación y acción de gracias). Los de Cristo son sobrios, no hay magia ni artilugios raros; siempre en contexto de oración.
El hecho de que un mismo milagro sea narrado con algunas diferencias entre los evangelistas avala la historicidad, pues siempre coinciden en lo fundamental. Las diferencias provienen del estilo mismo de los evangelistas, su finalidad concreta para su auditorio concreto. Por ejemplo:
* Mateo narra lo esencial de los milagros y deja los detalles, lo anecdótico: su interés se concentra en Jesucristo. Describe los milagros para enseñar la doctrina de Jesús, para orientar en su seguimiento. Los milagros son un medio excelente para mostrar el cumplimiento de las promesas hechas en el A.T. y para enseñar cuál es la postura cristiana, cómo se debe creer y esperar. La llegada de Jesús y sus acciones proclaman que Jesús es el Mesías prometido y que se le debe seguir.
* Marcos describe los milagros añadiendo datos pintorescos que parecen tener una importancia secundaria: dice el nombre del curado (10, 46) y sus reacciones espontáneas. Los milagros son signos de la gran novedad y de la autoridad de Jesús. Después de realizar los milagros, aparece el comentario: la admiración de los que han visto el hecho, su temor, su alabanza, su adoración (1, 27; 2, 12; 4, 41; 5, 14.20.42; 7, 37). La palabra y la acción poderosa de Jesús van juntas, para destruir el poder del maligno y hacer presente el Reino de Dios. El silencio cristiano, el ocultamiento del misterio de Jesucristo en Marcos tiene una finalidad concreta: no desvirtuar el mesianismo religioso de Jesús y convertirlo en político.
* Lucas interpreta, conforme a su teología, los milagros como la presencia misericordiosa de Dios en Jesucristo. Por ello son motivo para alabar y glorificar (18, 43; 23, 47). Los milagros son muy importantes para mostrar que la salvación ya se está realizando en el tiempo de Jesús, que es el tiempo de la gracia. La fuerza de la curación está en el mismo Jesús.
* Juan narra un número pequeño de milagros (siete). Y cada milagro tiene una significación profunda: la curación del paralítico le da ocasión para exponer que Jesús obra como el Padre (5, 17); la multiplicación de los panes para decir que Jesús es verdadero pan (6, 35); la curación del ciego, para darle a conocer como la luz del mundo (9, 57); la resurrección de Lázaro, para mostrarle como la Resurrección y la Vida (11, 25). Los milagros que realiza Jesús muestran su ser. Por eso los que no los aceptan son culpables (10, 37; 15, 24). Estos milagros no son importantes por ser hechos maravillosos, sino por lo que significan: dan testimonio de que el Padre le ha enviado (5, 36), son la manifestación de la común acción entre Jesús y su Padre (10, 30; 14, 11).
No cabe decir que los milagros de Cristo son ambiguos y que sólo la fe los puede discernir: no son ambiguas las obras de Dios, sino el corazón del hombre. Cristo lo dice claramente: “Si no me creéis por lo que os digo, creedme al menos por las obras” (Jn 10, 38).
CONCLUSIÓN
Los cristianos más sencillos tienen una gran capacidad para comprender la presencia de Dios en su historia. Recurren a Él frecuentemente y experimentan su ayuda. Esta es una verdadera experiencia cristiana. Ahora bien, cuando se den casos de desequilibrios psicológicos y de engaños milagreros, será la misma Iglesia, como Madre y Maestra, la que irá orientando amorosamente a sus hijos, para que no caigan en excesos. Como también explicará, cuando sea necesario, a quienes se dejen llevar de racionalismo exacerbado y nieguen todo hecho sobrenatural, comprobado y ratificado, para que sepan abrirse con fe a la acción de Dios que obra, no en contra de las leyes físicas, sino más allá de las leyes físicas.
[1] W. Trilling, Jesús y los problemas de su historicidad, Barcelona 1975, 121.
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