¿ES VERDAD QUE CRISTO DESPRECIÓ A SU MADRE, COMO DICEN ALGUNOS?
Por: Jesús Urones
Respuestas católica a varias objeciones protestantes
Muchos protestantes nos muestran los siguientes pasajes de las Escrituras:
Mt 12,46-49… tu madre y tus hermanos te están afuera esperando, y Jesús respondió ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y volviéndose a los que le rodeaban dijo: estos son mi madre y mis hermanos, porque todo el que hace la voluntad de mi Padre, merece ser mi hermano, mi hermana, y mi madre…
Lc 11,27-28… una mujer se puso de pie y gritó: bienaventurada la mujer que te crio y los pechos que te amamantaron, pero Jesús le dijo: más bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Sobre estos textos, ellos -los protestantes- de forma muy simplista interpretan lo peor, sosteniendo que Jesús rechazó a su Madre al no reconocerla.
¿Qué podemos contestar a este argumento? Podemos decir ¡válgame Dios! Es lo peor que se puede pensar de Jesús, puesto que Jesús nunca en su vida tuvo pecado (1 Ped 2,22) ¿Te imaginas a un Jesús amando a pecadores y prostitutas y rechazando a su Madre?
De tener razón quienes hacen tal afirmación sería causa suficiente para dejar de creer en Jesús, afortunadamente ese Jesús no existe en la vida de los católicos. El Jesús que amó a los niños, a los paralíticos, a los endemoniados, a los pecadores, a las prostitutas, que se entregó por ti y por mí, es imposible que haya rechazado a la mujer que lo engendró, nuestro Jesús no es un pecador, ya que un pecador no puede salvarnos.
Quienes interpretan así las Escrituras, queriendo quitar méritos a María, terminan diciendo lo peor que se podría afirmar acerca del hijo que ella tuvo en su vientre por nueve meses.
Aquellos parecen ignorar que Jesús es el modelo de toda virtud que debe imitar todo ser humano. ¿Y qué modelo sería aquel a quien la Biblia sentencia con estas palabras?:
Maldito el hombre que desprecia a su padre y a su madre, y todo el pueblo dirá: amén. Dt 27,16
Si hacemos un análisis un poco más profundo a aquellas citas, nos daremos cuenta que las mismas son una alabanza a María, veamos:
Mt 12,50… Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre…
Lc 11,28… más bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica…
María hizo la voluntad del Padre:
Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia Lc 1,38
Y nadie como María puso en práctica y guardaba en su corazón la Palabra de Dios:
... Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón Lc 2,51.
Pero en este punto considero que es mejor que quien nos aclare el tema sea San Juan Pablo II.
"Redemptoris Mater" Encíclica de Juan Pablo II
El evangelio de Lucas recoge el momento en el que “alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11, 27). Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la carne. La Madre de Jesús quizás no era conocida personalmente por esta mujer. En efecto, cuando Jesús comenzó su actividad mesiánica, María no le acompañaba y seguía permaneciendo en Nazaret. Se diría que las palabras de aquella mujer desconocida le hayan hecho salir, en cierto modo, de su escondimiento.
A través de aquellas palabras ha pasado rápidamente por la mente de la muchedumbre, al menos por un instante, el evangelio de la infancia de Jesús. Es el evangelio en que María está presente como la madre que concibe a Jesús en su seno, le da a luz y le amamanta maternalmente: la madre-nodriza, a la que se refiere aquella mujer del pueblo. Gracias a esta maternidad Jesús -Hijo del Altísimo (cf. Lc 1, 32)- es un verdadero hijo del hombre. Es “carne”, como todo hombre: es “el Verbo (que) se hizo carne” (cf. Jn 1, 14). Es carne y sangre de María.
Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (cf. Lc 11, 28). Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.
El mismo paso a la esfera de los valores espirituales se delinea aun más claramente en otra respuesta de Jesús, recogida por todos los Sinópticos. Al ser anunciado a Jesús que su “madre y sus hermanos están fuera y quieren verle”, responde: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (cf. Lc 8, 20-21). Esto dijo “mirando en torno a los que estaban sentados en corro”, como leemos en Marcos (3, 34) o, según Mateo (12, 49) “extendiendo su mano hacia sus discípulos”.
Estas expresiones parecen estar en la línea de lo que Jesús, a la edad de doce años, respondió a María y a José, al ser encontrado después de tres días en el templo de Jerusalén.
Así pues, cuando Jesús se marchó de Nazaret y dio comienzo a su vida pública en Palestina, ya estaba completa y exclusivamente “ocupado en las cosas del Padre” (cf. Lc 2, 49). Anunciaba el Reino: “Reino de Dios” y “cosas del Padre”, que dan también una dimensión nueva y un sentido nuevo a todo lo que es humano y, por tanto, a toda relación humana, respecto a las finalidades y tareas asignadas a cada hombre. En esta dimensión nueva un vínculo, como el de la “fraternidad”, significa también una cosa distinta de la “fraternidad según la carne”, que deriva del origen común de los mismos padres. Y aun la “maternidad”, en la dimensión del reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso. Con las palabras recogidas por Lucas Jesús enseña precisamente este nuevo sentido de la maternidad.
Los Padres de la Iglesia también responden [2]
San Juan Crisóstomo in Matthaeum hom. 45. Esta contestación no la dio el Salvador menospreciando a su Madre, sino manifestando que de nada le hubiese aprovechado el haberle dado a luz si después no hubiera sido buena y fiel. Además, si Jesús, que nació de María, no la hubiese beneficiado con las virtudes de su alma, con mucha más razón puede decirse que no nos valdrá el tener un padre o un hermano o un hijo virtuoso, si nosotros carecemos de su virtud.
Beda. Una mujer confiesa con gran fe la encarnación del Señor, en tanto que los escribas y los fariseos lo tientan y blasfeman. Y así dice: "Estando diciendo estas cosas, he aquí que una mujer, levantando la voz de en medio del pueblo, exclamó: Bienaventurado el vientre que te llevó", etc. Con cuyas palabras confundió la calumnia de los personajes que estaban presentes y la perfidia de los futuros herejes. Porque así como entonces los judíos negaban al verdadero Hijo de Dios, blasfemando de las obras del Espíritu Santo; así después los herejes no quisieron confesar al verdadero Hijo del hombre, consustancial al Padre, negando que María siempre Virgen, por la cooperación de la virtud del Espíritu Santo, hubiese provisto la materia de la carne al Unigénito de Dios que había de nacer. Pero si se dice que la carne del Verbo de Dios, nacido según la carne, es extraña a la de la Virgen Madre, habría que decir que no hay razón para beatificar el vientre que lo había llevado y los pechos que le habían alimentado. ¿Cómo podía decirse que había sido alimentado con la leche de la Virgen si se niega que lo haya concebido en su seno, siendo así que, según los físicos, uno y otro proceden de un mismo origen? Y no sólo Ella que mereció engendrar corporalmente al Verbo de Dios, sino que asegura que son bienaventurados también todos lo que procuran concebir, dar a luz y como dar de lactar espiritualmente al mismo Verbo por la fe y la práctica de las buenas obras, tanto en su corazón como en el de sus prójimos. Sigue pues: "Pero Jesús respondió: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios", etc.
Una tercera cita bíblica
Quienes inultamente intentan desvalorizar a la Santísima Virgen María, suelen presentarnos este otro pasaje de la Escritura:
Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Juan 2:1-4
Este milagro produjo un dolor cierto en la vida de María, pues por un lado experimenta la alegría de ver realizarse la Salvación según los planes divinos, pero eso lleva consigo separarse de su Hijo. No es fácil darse cuenta de lo dolorosa que sería para ella la separación. A toda madre le cuesta separarse de sus hijos – carne de su carne- pues la fuerza natural de la maternidad es muy grande. Pero, en su caso, el dolor era mayor ya que la comunión entre ellos era la más plena que haya podido darse nunca entre dos personas en esta tierra. Ella es llena de gracia y carece del egoísmo, producto del pecado de origen; Él es perfecto Hombre y Perfecto Dios. Han rezado mucho juntos. Y han convivido treinta años, más de lo que suelen convivir los hijos con sus madres.
María llevará con elegancia la separación física de Jesús y se oculta en las horas de gloria de su Hijo, cuando todos le aclaman. Jesús subraya esta separación con palabras como las que dice cuando le buscan sus parientes junto con María y dice señalando a sus discípulos: “He aquí a mi madre y a mis parientes. El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” .
Juan entiende que, si el vínculo de la sangre es muy fuerte, más fuertes aún son el de la gracia y la vocación. Y se siente gozosamente incluido en esa relación tan intensa con su Maestro. Pero también se da cuenta de que María no era rechazada, sino más bien ensalzada, pues nadie como Ella cumplía la Voluntad de Dios del modo más incondicional. Es natural que Juan se sintiese ya de la familia de María [3].
Retornemos a la Encíclica Redemtoris Mater, para que sea San Juan Pablo II quien nos de más luz sobre el tema:
Según el texto resultaría que Jesús y sus discípulos fueron invitados junto con María, dada su presencia en aquella fiesta: el Hijo parece que fue invitado en razón de la madre. Es conocida la continuación de los acontecimientos concatenados con aquella invitación, aquel “comienzo de las señales” hechas por Jesús -el agua convertida en vino-, que hace decir al evangelista: Jesús “manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2, 11).
María está presente en Caná de Galilea como Madre de Jesús, y de modo significativo contribuye a aquel “comienzo de las señales”, que revelan el poder mesiánico de su Hijo. He aquí que: “como faltaba vino, le dice a Jesús su Madre: "no tienen vino". Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 3-4). En el Evangelio de Juan aquella “hora” significa el momento determinado por el Padre, en el que el Hijo realiza su obra y debe ser glorificado (cf. Jn 7, 30; 8, 20; 12, 23. 27; 13, 1; 17, 1; 19, 27). Aunque la respuesta de Jesús a su madre parezca como un rechazo (sobre todo si se mira, más que a la pregunta, a aquella decidida afirmación: “Todavía no ha llegado mi hora”), a pesar de esto María se dirige a los criados y les dice: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Entonces Jesús ordena a los criados llenar de agua las tinajas, y el agua se convierte en vino, mejor del que se había servido antes a los invitados al banquete nupcial.
¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? De todos modos el hecho es elocuente. Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. Tiene un significado que no está contenido exclusivamente en las palabras de Jesús y en los diferentes episodios citados por los Sinópticos (Lc 11, 27-28; 8, 19-21; Mt 12, 46-50; Mc 3, 31-35). En estos textos Jesús intenta contraponer sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que esta “maternidad” (al igual que la “fraternidad”) debe ser en la dimensión del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios. En el texto joánico, por el contrario, se delinea en la descripción del hecho de Caná lo que concretamente se manifiesta como nueva maternidad según el espíritu y no únicamente según la carne, o sea la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia “No tienen vino”). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone “en medio”, o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien “tiene el derecho de”- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María “intercede” por los hombres. No sólo: como Madre desea también que se manifieste el poder mesiánico del Hijo, es decir su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida. Precisamente como había predicho del Mesías el Profeta Isaías en el conocido texto, al que Jesús se ha referido ante sus conciudadanos de Nazaret “Para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos ...” (cf. Lc 4, 18).
Otro elemento esencial de esta función materna de María se encuentra en las palabras dirigidas a los criados: “Haced lo que él os diga”. La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse. para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías. En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a “su hora”. En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera “señal” y contribuye a suscitar la fe de los discípulos [4].
Resumen
Pese a lo que, con un análisis puramente superficial, algunos quieren interpretar de lo escrito en Mt 12,46-49 y Lc 11,27-28, podemos ver que -como todo lo que dice Jesús- su enseñanza es profunda y para comprenderla es necesario hacer un razonamiento más meticuloso y profundo.
Vemos que:
Jesús nunca repudió a la Virgen, su Madre, en esas citas, antes bien la ensalza de la manera que Dios suele hacer a quienes ama.
Quien sigue el ejemplo de María encuentra la fe que está buscando.
De haber repudiado a su Madre, hubiera cometido pecado, algo totalmente incompatible con la naturaleza divina y con lo que él mismo nos vino a enseñar (Lc 18,18-20).
¿Qué hay detrás de quienes afirman que Jesús repudió a la Virgen? Eso tan sólo Dios lo sabe, a nosotros nos toca simplemente ser luz del mundo (Mateo 5, 14) para guiar a quien ha perdido el camino.
María Madre de la Iglesia
Ruega por nosotros.
____________________________________________
NOTAS:
[1] #20, Encíclica "Redemptoris Mater" - Juan Pablo II - 25 de marzo de 1987
[2] Foros de Catholic.net
[3] Encuentra.com
[4] # 21 Encíclica "Redemptoris Mater" - Juan Pablo II - 25 de marzo de 1987
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Por: Jesús Urones
Respuestas católica a varias objeciones protestantes
Muchos protestantes nos muestran los siguientes pasajes de las Escrituras:
Mt 12,46-49… tu madre y tus hermanos te están afuera esperando, y Jesús respondió ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y volviéndose a los que le rodeaban dijo: estos son mi madre y mis hermanos, porque todo el que hace la voluntad de mi Padre, merece ser mi hermano, mi hermana, y mi madre…
Lc 11,27-28… una mujer se puso de pie y gritó: bienaventurada la mujer que te crio y los pechos que te amamantaron, pero Jesús le dijo: más bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Sobre estos textos, ellos -los protestantes- de forma muy simplista interpretan lo peor, sosteniendo que Jesús rechazó a su Madre al no reconocerla.
¿Qué podemos contestar a este argumento? Podemos decir ¡válgame Dios! Es lo peor que se puede pensar de Jesús, puesto que Jesús nunca en su vida tuvo pecado (1 Ped 2,22) ¿Te imaginas a un Jesús amando a pecadores y prostitutas y rechazando a su Madre?
De tener razón quienes hacen tal afirmación sería causa suficiente para dejar de creer en Jesús, afortunadamente ese Jesús no existe en la vida de los católicos. El Jesús que amó a los niños, a los paralíticos, a los endemoniados, a los pecadores, a las prostitutas, que se entregó por ti y por mí, es imposible que haya rechazado a la mujer que lo engendró, nuestro Jesús no es un pecador, ya que un pecador no puede salvarnos.
Quienes interpretan así las Escrituras, queriendo quitar méritos a María, terminan diciendo lo peor que se podría afirmar acerca del hijo que ella tuvo en su vientre por nueve meses.
Aquellos parecen ignorar que Jesús es el modelo de toda virtud que debe imitar todo ser humano. ¿Y qué modelo sería aquel a quien la Biblia sentencia con estas palabras?:
Maldito el hombre que desprecia a su padre y a su madre, y todo el pueblo dirá: amén. Dt 27,16
Si hacemos un análisis un poco más profundo a aquellas citas, nos daremos cuenta que las mismas son una alabanza a María, veamos:
Mt 12,50… Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre…
Lc 11,28… más bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica…
María hizo la voluntad del Padre:
Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia Lc 1,38
Y nadie como María puso en práctica y guardaba en su corazón la Palabra de Dios:
... Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón Lc 2,51.
Pero en este punto considero que es mejor que quien nos aclare el tema sea San Juan Pablo II.
"Redemptoris Mater" Encíclica de Juan Pablo II
El evangelio de Lucas recoge el momento en el que “alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11, 27). Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la carne. La Madre de Jesús quizás no era conocida personalmente por esta mujer. En efecto, cuando Jesús comenzó su actividad mesiánica, María no le acompañaba y seguía permaneciendo en Nazaret. Se diría que las palabras de aquella mujer desconocida le hayan hecho salir, en cierto modo, de su escondimiento.
A través de aquellas palabras ha pasado rápidamente por la mente de la muchedumbre, al menos por un instante, el evangelio de la infancia de Jesús. Es el evangelio en que María está presente como la madre que concibe a Jesús en su seno, le da a luz y le amamanta maternalmente: la madre-nodriza, a la que se refiere aquella mujer del pueblo. Gracias a esta maternidad Jesús -Hijo del Altísimo (cf. Lc 1, 32)- es un verdadero hijo del hombre. Es “carne”, como todo hombre: es “el Verbo (que) se hizo carne” (cf. Jn 1, 14). Es carne y sangre de María.
Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (cf. Lc 11, 28). Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.
El mismo paso a la esfera de los valores espirituales se delinea aun más claramente en otra respuesta de Jesús, recogida por todos los Sinópticos. Al ser anunciado a Jesús que su “madre y sus hermanos están fuera y quieren verle”, responde: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (cf. Lc 8, 20-21). Esto dijo “mirando en torno a los que estaban sentados en corro”, como leemos en Marcos (3, 34) o, según Mateo (12, 49) “extendiendo su mano hacia sus discípulos”.
Estas expresiones parecen estar en la línea de lo que Jesús, a la edad de doce años, respondió a María y a José, al ser encontrado después de tres días en el templo de Jerusalén.
Así pues, cuando Jesús se marchó de Nazaret y dio comienzo a su vida pública en Palestina, ya estaba completa y exclusivamente “ocupado en las cosas del Padre” (cf. Lc 2, 49). Anunciaba el Reino: “Reino de Dios” y “cosas del Padre”, que dan también una dimensión nueva y un sentido nuevo a todo lo que es humano y, por tanto, a toda relación humana, respecto a las finalidades y tareas asignadas a cada hombre. En esta dimensión nueva un vínculo, como el de la “fraternidad”, significa también una cosa distinta de la “fraternidad según la carne”, que deriva del origen común de los mismos padres. Y aun la “maternidad”, en la dimensión del reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso. Con las palabras recogidas por Lucas Jesús enseña precisamente este nuevo sentido de la maternidad.
¿Se aleja con esto de la que ha sido su madre según la carne?
¿Quiere tal vez dejarla en la sombra del escondimiento, que ella misma ha elegido? Si así puede parecer en base al significado de aquellas palabras, se debe constatar, sin embargo, que la maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo especialísimo. ¿No es tal vez María la primera entre “aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”? Y por consiguiente ¿No se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima? Sin lugar a dudas, María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne (“¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque “guardaba” la palabra y “la conservaba cuidadosamente en su corazón” (cf. Lc 1, 38.45; 2, 19. 51 ) y la cumplía totalmente en su vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que el elogio pronunciado por Jesús no se contrapone, a pesar de las apariencias, al formulado por la mujer desconocida, sino que viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen, que se ha llamado solamente “esclava del Señor” (Lc 1, 38). Si es cierto que “todas las generaciones la llamarán bienaventurada” (cf. Lc 1, 48), se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo profético del Magníficat de María y dar comienzo al Magníficat de los siglos. [1]
Los Padres de la Iglesia también responden [2]
San Juan Crisóstomo in Matthaeum hom. 45. Esta contestación no la dio el Salvador menospreciando a su Madre, sino manifestando que de nada le hubiese aprovechado el haberle dado a luz si después no hubiera sido buena y fiel. Además, si Jesús, que nació de María, no la hubiese beneficiado con las virtudes de su alma, con mucha más razón puede decirse que no nos valdrá el tener un padre o un hermano o un hijo virtuoso, si nosotros carecemos de su virtud.
Beda. Una mujer confiesa con gran fe la encarnación del Señor, en tanto que los escribas y los fariseos lo tientan y blasfeman. Y así dice: "Estando diciendo estas cosas, he aquí que una mujer, levantando la voz de en medio del pueblo, exclamó: Bienaventurado el vientre que te llevó", etc. Con cuyas palabras confundió la calumnia de los personajes que estaban presentes y la perfidia de los futuros herejes. Porque así como entonces los judíos negaban al verdadero Hijo de Dios, blasfemando de las obras del Espíritu Santo; así después los herejes no quisieron confesar al verdadero Hijo del hombre, consustancial al Padre, negando que María siempre Virgen, por la cooperación de la virtud del Espíritu Santo, hubiese provisto la materia de la carne al Unigénito de Dios que había de nacer. Pero si se dice que la carne del Verbo de Dios, nacido según la carne, es extraña a la de la Virgen Madre, habría que decir que no hay razón para beatificar el vientre que lo había llevado y los pechos que le habían alimentado. ¿Cómo podía decirse que había sido alimentado con la leche de la Virgen si se niega que lo haya concebido en su seno, siendo así que, según los físicos, uno y otro proceden de un mismo origen? Y no sólo Ella que mereció engendrar corporalmente al Verbo de Dios, sino que asegura que son bienaventurados también todos lo que procuran concebir, dar a luz y como dar de lactar espiritualmente al mismo Verbo por la fe y la práctica de las buenas obras, tanto en su corazón como en el de sus prójimos. Sigue pues: "Pero Jesús respondió: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios", etc.
Una tercera cita bíblica
Quienes inultamente intentan desvalorizar a la Santísima Virgen María, suelen presentarnos este otro pasaje de la Escritura:
Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Juan 2:1-4
Este milagro produjo un dolor cierto en la vida de María, pues por un lado experimenta la alegría de ver realizarse la Salvación según los planes divinos, pero eso lleva consigo separarse de su Hijo. No es fácil darse cuenta de lo dolorosa que sería para ella la separación. A toda madre le cuesta separarse de sus hijos – carne de su carne- pues la fuerza natural de la maternidad es muy grande. Pero, en su caso, el dolor era mayor ya que la comunión entre ellos era la más plena que haya podido darse nunca entre dos personas en esta tierra. Ella es llena de gracia y carece del egoísmo, producto del pecado de origen; Él es perfecto Hombre y Perfecto Dios. Han rezado mucho juntos. Y han convivido treinta años, más de lo que suelen convivir los hijos con sus madres.
María llevará con elegancia la separación física de Jesús y se oculta en las horas de gloria de su Hijo, cuando todos le aclaman. Jesús subraya esta separación con palabras como las que dice cuando le buscan sus parientes junto con María y dice señalando a sus discípulos: “He aquí a mi madre y a mis parientes. El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” .
Juan entiende que, si el vínculo de la sangre es muy fuerte, más fuertes aún son el de la gracia y la vocación. Y se siente gozosamente incluido en esa relación tan intensa con su Maestro. Pero también se da cuenta de que María no era rechazada, sino más bien ensalzada, pues nadie como Ella cumplía la Voluntad de Dios del modo más incondicional. Es natural que Juan se sintiese ya de la familia de María [3].
Retornemos a la Encíclica Redemtoris Mater, para que sea San Juan Pablo II quien nos de más luz sobre el tema:
Según el texto resultaría que Jesús y sus discípulos fueron invitados junto con María, dada su presencia en aquella fiesta: el Hijo parece que fue invitado en razón de la madre. Es conocida la continuación de los acontecimientos concatenados con aquella invitación, aquel “comienzo de las señales” hechas por Jesús -el agua convertida en vino-, que hace decir al evangelista: Jesús “manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2, 11).
María está presente en Caná de Galilea como Madre de Jesús, y de modo significativo contribuye a aquel “comienzo de las señales”, que revelan el poder mesiánico de su Hijo. He aquí que: “como faltaba vino, le dice a Jesús su Madre: "no tienen vino". Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 3-4). En el Evangelio de Juan aquella “hora” significa el momento determinado por el Padre, en el que el Hijo realiza su obra y debe ser glorificado (cf. Jn 7, 30; 8, 20; 12, 23. 27; 13, 1; 17, 1; 19, 27). Aunque la respuesta de Jesús a su madre parezca como un rechazo (sobre todo si se mira, más que a la pregunta, a aquella decidida afirmación: “Todavía no ha llegado mi hora”), a pesar de esto María se dirige a los criados y les dice: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Entonces Jesús ordena a los criados llenar de agua las tinajas, y el agua se convierte en vino, mejor del que se había servido antes a los invitados al banquete nupcial.
¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? De todos modos el hecho es elocuente. Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. Tiene un significado que no está contenido exclusivamente en las palabras de Jesús y en los diferentes episodios citados por los Sinópticos (Lc 11, 27-28; 8, 19-21; Mt 12, 46-50; Mc 3, 31-35). En estos textos Jesús intenta contraponer sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que esta “maternidad” (al igual que la “fraternidad”) debe ser en la dimensión del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios. En el texto joánico, por el contrario, se delinea en la descripción del hecho de Caná lo que concretamente se manifiesta como nueva maternidad según el espíritu y no únicamente según la carne, o sea la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia “No tienen vino”). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone “en medio”, o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien “tiene el derecho de”- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María “intercede” por los hombres. No sólo: como Madre desea también que se manifieste el poder mesiánico del Hijo, es decir su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida. Precisamente como había predicho del Mesías el Profeta Isaías en el conocido texto, al que Jesús se ha referido ante sus conciudadanos de Nazaret “Para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos ...” (cf. Lc 4, 18).
Otro elemento esencial de esta función materna de María se encuentra en las palabras dirigidas a los criados: “Haced lo que él os diga”. La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse. para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías. En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a “su hora”. En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera “señal” y contribuye a suscitar la fe de los discípulos [4].
Resumen
Pese a lo que, con un análisis puramente superficial, algunos quieren interpretar de lo escrito en Mt 12,46-49 y Lc 11,27-28, podemos ver que -como todo lo que dice Jesús- su enseñanza es profunda y para comprenderla es necesario hacer un razonamiento más meticuloso y profundo.
Vemos que:
Jesús nunca repudió a la Virgen, su Madre, en esas citas, antes bien la ensalza de la manera que Dios suele hacer a quienes ama.
Quien sigue el ejemplo de María encuentra la fe que está buscando.
De haber repudiado a su Madre, hubiera cometido pecado, algo totalmente incompatible con la naturaleza divina y con lo que él mismo nos vino a enseñar (Lc 18,18-20).
¿Qué hay detrás de quienes afirman que Jesús repudió a la Virgen? Eso tan sólo Dios lo sabe, a nosotros nos toca simplemente ser luz del mundo (Mateo 5, 14) para guiar a quien ha perdido el camino.
María Madre de la Iglesia
Ruega por nosotros.
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NOTAS:
[1] #20, Encíclica "Redemptoris Mater" - Juan Pablo II - 25 de marzo de 1987
[2] Foros de Catholic.net
[3] Encuentra.com
[4] # 21 Encíclica "Redemptoris Mater" - Juan Pablo II - 25 de marzo de 1987
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