ATENTADOS SACRÍLEGOS ¿PROVOCACIÓN O SIGNOS DE LOS TIEMPOS?
La mañana del 8 de agosto del año en curso 2019 el que esto escribe y un miembro del presbiterio de Guadalajara alcanzamos, luego de subir a pie durante algo más de dos horas la brecha húmeda y resbaladiza que comunica la ranchería El Palenque con la cumbre del Cerro Gordo, en el novel municipio de San Ignacio que lleva ese apelativo, el picacho donde desde hace muchos años hay grandísimas antenas de comunicación.
Ahí, a 2670 metros sobre el nivel del mar, en la cumbre más elevada de los Altos de Jalisco, el 12 de octubre de 1993 centenares de integrantes de la pastoral juvenil de la parroquia de San Francisco de Asís de Tepatitlán, bajo la guía de don Salvador Zúñiga, fueron testigos de la bendición de una cruz metálica inspirada otra de madera que bendijo en 1514, donde se construía la catedral primada del Nuevo Mundo, don Alessandro Geraldini, primer obispo de La Española, hoy Santo Domingo y también primado de las Iglesias particulares del continente americano.
En 1984, otro 12 de octubre, el Papa Juan Pablo II, al término de la misa que presidió en el Estadio Olímpico de Santo Domingo y en la que concelebraron todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales de América Latina, los Estados Unidos, Canadá, Filipinas, España y Portugal, entregó a cada uno de ellos una réplica de dicha cruz, para que en los siguientes nueve años, portadas en caminatas juveniles, visitaran todas las diócesis de tales circunscripciones eclesiásticas. El itinerario concluyó el mismo día del 1992, cuando se cumplieron 500 años del descubrimiento del Nuevo Mundo y el comienzo de su evangelización.
En tal marco, la diócesis de San Juan de los Lagos, cuya ciudad episcopal visitó en 1990 San Juan Pablo II, eligió el Cerro Gordo jalisciense para instalar un monumento sencillo pero digno, al que luego se le añadió, al ras del suelo, una pequeña ermita donde se puso una pequeña escultura de Nuestra Señora de Guadalupe, de 75 centímetros de altura, tallada en piedra, que allí se mantuvo hasta que que manos sacrílegas redujeron a pedazos poco antes de nuestro arribo.
No sólo descubrimos vandalizada la ermita y reducida a fragmentos la escultura guadalupana, sino también borrada con herramientas de filo la inscripción puesta en un pedestal al pie de la cruz, excepto esta frase del Papa polaco “¡Jóvenes, no tengáis miedo a ser santos!”. ¿Por qué la respetaron los vándalos?
En la historia de la Iglesia la iconoclastia (odio a las imágenes sagradas) cubre horizontes muy añejos y germinales, como lo son los que comienzan con las raíces judías de la religión cristiana, heredera de la aversión al politeísmo idolátrico, haciendo suya la prohibición judía de confeccionar imágenes sagradas para el culto (aniconismo).
Ese cariz se fue olvidando cuando los judeocristianos vinieron a menos y los conversos paganos se hicieron mayoría. En el siglo V los emperadores bizantinos encabezaron la lucha de los iconoclastas y contagiaron de ello al Islam, que en el Medio Oriente y el norte de África impusieron, a partir del siglo VIII, su hegemonía hasta lamer la cristiandad occidental en los territorios oriente y poniente, y tal caso fue el de la península ibérica.
Actualizó el repudio a las imágenes sagradas en el ámbito cristiano y lo mantiene fresco desde hace 500 años el cisma luterano y sus cientos de ramificaciones.
Episodios como el descrito pueden atemperarse analizando este radicalismo con los métodos contemporáneos de conculcar y aridecer el fundamento antropológico de la vida humana: si ésta no es valiosa desde su concepción hasta su fin natural, nada tiene de extraño que el ya viejo debate que pide despenalizar a las mujeres embarazadas deseosas de interrumpir su gestación, se sume ahora la solicitud de respaldo médico, público y asistido para echar de sí ese “producto” como si fuera un cuerpo extraño.
Por el mismo camino, ahora se discute y aprueba en los países “cristianos” el “derecho” de injertar, en el esquema de la salud pública, el del suicidio asistido, siempre y cuando, de momento, que el enfermo así lo pida o sean sus familiares los que soliciten la “eutanasia” para él.
Provocaciones orquestadas
Creemos que mientras la humanidad no toque fondo acerca de su dignidad intrínseca, se irán multiplicando situaciones tan abominables como estas que forman ya parte de nuestro paisaje cotidiano: ejecuciones, torturas y fosas clandestinas para centenares de personas.
Empero, si entre los vencedores del pasado se hizo moneda corriente destruir los símbolos sacros de los vencidos; si hasta fundamentos teológicos hubo para destruir imágenes consideradas sacrílegas por los iconoclastas, que eso ahora ocurra entre nosotros merece una explicación más amplia.
El repudio a actos tan cobardes y ruines como el aquí descrito.
La multiplicación de atentados que buscan provocar reacciones airadas –en el caso aquí aludido en la diócesis donde más caló la cultura religiosa que alentó el contingente más compacto de la resistencia católica en tiempos de persecución religiosa por parte del gobierno, los cristeros.
No caer en las redes insidiosas de quienes aspiran a exaltar los ánimos para que realicen actos de violencia, intolerancia, ruptura y falta de respeto.
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por Daniel Casas Bañuelos
La mañana del 8 de agosto del año en curso 2019 el que esto escribe y un miembro del presbiterio de Guadalajara alcanzamos, luego de subir a pie durante algo más de dos horas la brecha húmeda y resbaladiza que comunica la ranchería El Palenque con la cumbre del Cerro Gordo, en el novel municipio de San Ignacio que lleva ese apelativo, el picacho donde desde hace muchos años hay grandísimas antenas de comunicación.
Ahí, a 2670 metros sobre el nivel del mar, en la cumbre más elevada de los Altos de Jalisco, el 12 de octubre de 1993 centenares de integrantes de la pastoral juvenil de la parroquia de San Francisco de Asís de Tepatitlán, bajo la guía de don Salvador Zúñiga, fueron testigos de la bendición de una cruz metálica inspirada otra de madera que bendijo en 1514, donde se construía la catedral primada del Nuevo Mundo, don Alessandro Geraldini, primer obispo de La Española, hoy Santo Domingo y también primado de las Iglesias particulares del continente americano.
En 1984, otro 12 de octubre, el Papa Juan Pablo II, al término de la misa que presidió en el Estadio Olímpico de Santo Domingo y en la que concelebraron todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales de América Latina, los Estados Unidos, Canadá, Filipinas, España y Portugal, entregó a cada uno de ellos una réplica de dicha cruz, para que en los siguientes nueve años, portadas en caminatas juveniles, visitaran todas las diócesis de tales circunscripciones eclesiásticas. El itinerario concluyó el mismo día del 1992, cuando se cumplieron 500 años del descubrimiento del Nuevo Mundo y el comienzo de su evangelización.
En tal marco, la diócesis de San Juan de los Lagos, cuya ciudad episcopal visitó en 1990 San Juan Pablo II, eligió el Cerro Gordo jalisciense para instalar un monumento sencillo pero digno, al que luego se le añadió, al ras del suelo, una pequeña ermita donde se puso una pequeña escultura de Nuestra Señora de Guadalupe, de 75 centímetros de altura, tallada en piedra, que allí se mantuvo hasta que que manos sacrílegas redujeron a pedazos poco antes de nuestro arribo.
No sólo descubrimos vandalizada la ermita y reducida a fragmentos la escultura guadalupana, sino también borrada con herramientas de filo la inscripción puesta en un pedestal al pie de la cruz, excepto esta frase del Papa polaco “¡Jóvenes, no tengáis miedo a ser santos!”. ¿Por qué la respetaron los vándalos?
Luego de hacer un registro fotográfico de lo visto y rescatar el rostro de la escultura, que dimos en depósito a un vecino respetable de la ranchería, notificamos los hechos a don Humberto Arámbula, párroco de San Ignacio Cerro Gordo, para que él tome las providencias que el caso amerite.
No es un hecho aislado
Lo hasta aquí descrito se ha venido repitiendo, en los últimos meses, con inquietante frecuencia, en la arquidiócesis de Guadalajara. No se trata, pues, de hechos aislados sino programáticos provenientes de grupos que odian la fe católica y se sirven de estas profanaciones para enviar señales perturbadoras a las adormiladas conciencias de este sector.
En la historia de la Iglesia la iconoclastia (odio a las imágenes sagradas) cubre horizontes muy añejos y germinales, como lo son los que comienzan con las raíces judías de la religión cristiana, heredera de la aversión al politeísmo idolátrico, haciendo suya la prohibición judía de confeccionar imágenes sagradas para el culto (aniconismo).
Ese cariz se fue olvidando cuando los judeocristianos vinieron a menos y los conversos paganos se hicieron mayoría. En el siglo V los emperadores bizantinos encabezaron la lucha de los iconoclastas y contagiaron de ello al Islam, que en el Medio Oriente y el norte de África impusieron, a partir del siglo VIII, su hegemonía hasta lamer la cristiandad occidental en los territorios oriente y poniente, y tal caso fue el de la península ibérica.
Actualizó el repudio a las imágenes sagradas en el ámbito cristiano y lo mantiene fresco desde hace 500 años el cisma luterano y sus cientos de ramificaciones.
Pero ¿no fue esa la conducta practicada con especial encono a partir de 1492, por los cristianos en América? ¿Y el duelo y la desolación de los nativos ante estos actos merecen tomarse en cuenta cuando ahora los católicos recibimos estas afrentas?
Aversión a la vida humana
Por el mismo camino, ahora se discute y aprueba en los países “cristianos” el “derecho” de injertar, en el esquema de la salud pública, el del suicidio asistido, siempre y cuando, de momento, que el enfermo así lo pida o sean sus familiares los que soliciten la “eutanasia” para él.
Provocaciones orquestadas
Creemos que mientras la humanidad no toque fondo acerca de su dignidad intrínseca, se irán multiplicando situaciones tan abominables como estas que forman ya parte de nuestro paisaje cotidiano: ejecuciones, torturas y fosas clandestinas para centenares de personas.
Empero, si entre los vencedores del pasado se hizo moneda corriente destruir los símbolos sacros de los vencidos; si hasta fundamentos teológicos hubo para destruir imágenes consideradas sacrílegas por los iconoclastas, que eso ahora ocurra entre nosotros merece una explicación más amplia.
El repudio a actos tan cobardes y ruines como el aquí descrito.
La multiplicación de atentados que buscan provocar reacciones airadas –en el caso aquí aludido en la diócesis donde más caló la cultura religiosa que alentó el contingente más compacto de la resistencia católica en tiempos de persecución religiosa por parte del gobierno, los cristeros.
No caer en las redes insidiosas de quienes aspiran a exaltar los ánimos para que realicen actos de violencia, intolerancia, ruptura y falta de respeto.
A cambio de ello, han de implantarse actos de desagravio, penitencia y reparación. Tal encomienda tienen los integrantes de este tiempo de la pastoral juvenil de la diócesis de San Juan de los Lagos, al calor de la divisa que respetaron los autores de esta profanación: “¡Jóvenes, no tengáis miedo a ser santos!”.
Esa imagen fue colocada por los jóvenes de la ACJM de Tepatitlán si no me equivoco por el año 92, luego ella por el 2002 sufrío un atentado similar al que se describe. En 2001 o 2002 luego de un acto de desagravio, el Sr. Cura Zúñiga mando a restaurar la imagen de cantera y fue colocada nuevamente. Triste el abandono del lugar que era custodiado por jóvenes de la pastoral de aquella diócesis.
Fuente arquimedios
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