BATALLA FINAL
Estamos dentro de una batalla espiritual enorme. Lo primero que ha de hacer el cristiano es enterarse de ello. Y obrar en consecuencia: «vigilad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre» (Lc 21,36).
No puede el hombre mantenerse ajeno a esa batalla, en una neutralidad distante y pacifista: «el que no está conmigo está contra mí» (Lc 11,23).
Hay dos bloques mundiales enfrentados. De un lado, guiados y dominados por el diablo, están los que afirman: «no queremos que Él reine sobre nosotros» (Lc 19,14).
Y del otro, guiados y animados por el mismo Cristo, los que quieren y procuran: «venga a nosotros tu Reino».
Unos quieren «ser como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gén 3,5) y creen, como dice el Beato Pío IX, que «la razón humana, sin tener para nada en cuenta a Dios, es el único árbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal; es ley de sí misma; y bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos» (Syllabus 1864,3).
Los otros quieren regirse por la ley de Dios, expresada en la ley natural y revelada plenamente en Cristo: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».
Y el hombre, la familia, los pueblos, en medio de estos dos bloques irreconciliables, han de elegir de qué parte van a combatir. No es posible mantener una neutralidad ajena a esa guerra inmensa. Muchos cristianos moderados lo intentan, pero solo consiguen hacerse cómplices del mundo, reforzando en él así las fuerzas del diablo. Todos los discípulos de Cristo hemos de saber que la Iglesia peregrina es necesariamente una Iglesia militante.
La meditación de las dos banderas, en los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, expone muy claramente la batalla permanente que hay en el mundo entre la luz de Dios y las tinieblas del diablo:
«El primer preámbulo es la historia: cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya»: los dos campos que se enfrentan son Jerusalén y Babilonia.
El tercer preámbulo es «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle».
El jefe de los enemigos «hace llamamiento de innumerables demonios y los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular». Contra él y contra ellos, «el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todo los estados y condiciones de personas».
Elijan ustedes dónde se sitúan, con quién combaten y contra quién luchan. No demoren su elección, sepan que es necesaria y urgente. Y no se dejen engañar ni por el diablo, ni por la flojera de la carne, ni por las solicitudes del mundo, porque si no entran de lleno a combatir bajo la bandera de Cristo, lo quieran o no, rechazan al Salvador del mundo y se mantienen cautivos del Príncipe de este mundo.
por José María Iraburu
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