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"Baja de la Cruz"

"Baja de la Cruz"

Por Juan M. Rodea


¿Una justa condición para creer?


Un visceral desafío que procede de la incredulidad es presentado como afrenta en el momento más inoportuno, a un condenado a muerte se le demanda un esfuerzo extraordinario en una cruel situación de desventaja para gozar de una credibilidad condicionada y quizá pasajera que demerita todo un Proyecto, se pide una prueba para que en el momento funcionen las cosas a modo más allá de lo sensato que pueda esto resultar, de la misma forma que un secuestrador o un terrorista demandan un acuerdo forzado ellos estipulan sus términos a quien a la vez están tomando como rehén: "¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la Cruz!" (Mt. 27,40) ¿De qué depende que esta condición sea valorada o no como justa conforme a los términos en que se realiza?, ¿y qué tal si fuéramos a la búsqueda de interpretar las intenciones con las que se realiza?... de antemano los textos bíblicos que narran el acontecimiento lo juzgan con cabal fundamento como una burla hacia el condenado, acción que viene a formar parte de un momento puntual y con implicaciones diversas que no se pueden de ningún modo subestimar.


¿Qué hay tras el reclamo?


Una actitud renuente frente a la conversión que parte del orgullo y la envidia que termina lamentablemente apoderándose de quienes estaban a cargo de enseñar y hacer cumplir la Ley de Dios para preservar la Alianza sacerdotal es la que lleva a los maestros de la Ley a oponerse al Ministerio de Cristo, aceptar su Propuesta implicaba renunciar a algunas cosas a las que estaban acostumbrados, se puede decir que la conveniencia era el origen de su rechazo del Plan de Salvación que constituye el Plan de Dios para la humanidad.

En este contexto histórico se observan hechos y acciones que marcaron el rumbo de este proyecto de Dios, de igual forma que sucede al día de hoy con las particularidades del acontecer actual: hablar de este momento histórico hace paralelos el pasado y el presente de la Historia de Salvación, y de la misma forma en que sucede con la iniciativa de Jesús de dar la propia vida como donación entera de su Persona (Jn. 10,17-18).

Ese fue el reclamo anterior, aquel que fue silenciado con el estruendo que secundaba las últimas palabras de Jesús antes de expirar (Lc. 23,44-48), aunque quizás es aún más apremiante cuestionarse si a pesar de ello ese reclamo aún existe ya desde voces diferentes, y basta mirar los medios de comunicación, donde algunos líderes de opinión que en público se expresan con una fuerte aversión hacia toda forma de Fe, en vez de ignorar el tema, se vuelven acérrimos críticos al expresarse en forma hilarante en ocasiones y en forma agresiva en otras, y el argumento central toma una fuerza especial durante estos momentos en que la humanidad atraviesa por una de las peores crisis de su historia –o al menos es en lo que el miedo y la incertidumbre llevan al impulso a pensar–.



A veces se habla de la creencia en Dios como una injusta forma de infundir miedo para llevar de la tragedia a la conversión, o en un intento de darle un tinte más racionalista al reclamo se reprocha el cómo las religiones del mundo apoyan directa o indirectamente a los médicos y científicos para resolver el problema para después desentenderse reconociendo la bondad de la Acción Divina, como si una cosa estuviera peleada con la otra..., y ya no hablemos del trillado mito de la opulencia de la Iglesia y una riqueza material que no es compartida para erradicar el hambre, enfermedades y damnificación por desastres naturales, y esta pandemia de coronavirus naturalmente se presta para bombardear fuertemente con ese discurso.


¿Qué diferencia este desafío del justo reclamo?


Para terminar de entender el primer caso hay que reparar en que quienes actualmente rechazan la Fe directa o indirectamente tras caretas de arrogancia, sarcasmo y desprecio hacia la genuina ignorancia o simple ingenuidad de no pocos creyentes –un problema que por su gravedad no puede ser ignorado suele esconderse un resentimiento generado por heridas hechas en el transcurso de la experiencia personal y que han empeorado con los remedios propuestos en las alternativas ideológicas, formas de colectivización mal encauzadas y la reacción inicua encabezada por la envidia y el deseo de venganza.



Un claro ejemplo: más allá de los daños en propiedad ajena y la agresión física hacia las personas que se crucen en el camino, los colectivos que piden considerar verdaderos males como el aborto en forma de derechos, suelen impartir talleres para "abortar de forma segura en casa" sin la conciencia del peligro que supone la vida e integridad de quienes en su desesperación lo realicen y sin que quienes lo promueven se atrevan a mencionarlo:




Justamente antes de ser aprehendido para ser juzgado y ejecutado, Jesús mismo reprende a Pedro por su intento de defender a su Maestro y explica cómo el círculo de la violencia la vuelve sistémica y conduce a la muerte de quienes se involucran (Mt. 26,51-52).

A veces nuestra realidad al ser confrontada puede ocasionarnos dolor o incomodidad ante la pérdida de algo que al ser debidamente resuelta nos puede ayudar a obtener un bien mayor, y para muestra basta un botón: varios católicos quedaron contrariados de la postura de la Iglesia mexicana antes del 9M y se llegó a pensar que se estaba cediendo ante las peticiones de los colectivos tal y como los mismos colectivos lo manifestaban en son de burla a través de sus redes sociales, e incluso no faltaron católicos desinformados que llegaron a pensar que se estaba apoyando al paro –evidentemente la Iglesia NO SE ESTABA SUMANDO AL PARO– y aún algunos cedieron compartiendo contenido y elementos propios de los colectivos –quede este último punto comentado más con fines narrativos que de juicio, y sin embargo la puerta que se dejó abierta al diálogo tenía como objetivo que fuésemos LOS LAICOS quienes a través de contracampañas como #mujeresvida o #undiasinviolencia pudimos unirnos no al paro convocado por los colectivos, sino al justo reclamo por la violencia no solamente hacia las mujeres, sino de todo aquel ser humano (para este ejemplo en particular, en vez de la venganza se opta por pedir cordialmente protección y responsabilidad para lograr el bien común mediante el justo medio).

Contrario a lo que se cree, no tenemos un Dios cruel que se goza en el dolor humano y al que se le pinta como implacable por una interpretación sesgada del Antiguo Testamento ni mucho menos negligente ante sus hijos que sufren, tan es así que Él mismo en la Persona de su propio Hijo se entregó a nosotros de la forma más injusta en reparación de nuestros pecados:



Y ante todo, por si sigue siendo difícil entender el dolor físico de un Hombre que fue agredido físicamente en forma gradual pasando de las bofetadas (Jn. 18,22; Mt. 26,67) a los sádicos azotes de los conquistadores romanos (Jn. 19,1-3) y la ignominiosa cruz (Deut. 21,22-23; Jn. 19,5-6; Gál. 3,13; Fil. 2,8), también está el sufrimiento anímico de la tristeza y angustia de Getsemaní (Mt. 26,37-38) y ese sentimiento de profundo abandono en el Calvario (Mt. 27,46) ya citado por el salmista (cfr. Sal. 22,1ss). El propio dolor fue la forma perfecta de unir el sufrimiento experimentado por Jesús al del resto de la humanidad en oblación:



Un detalle inesperado propio de la espontaneidad del programa citado (min. 11:30): nuestra invitada tenía ganas de salmodiar, instada entonces a la forma de compartir en la que se sintiera expresándolo más tranquilamente lo hizo y comentamos el hecho de que esperaríamos al domingo de ramos para escuchar la liturgia completa, y son inevitables los sentimientos encontrados al reparar en que tuvimos que vivir la celebración de la semana pasada en la lejanía de una transmisión en vivo o por televisión. Por algo vivimos ese adelanto (Rom. 8,28), muy a propósito de la insistencia de entender los signos de los tiempos, y el dolor es un indicador de la necesidad de Dios por ser en Él en el que encontramos Plenitud, más allá del chantaje percibido por el recelo del no creyente, descubrimos nuestra propia vulnerabilidad y la exponemos delante de Dios encauzando nuestro sentido de vida, más o menos dirigidas en esa línea van todas las corrientes de la filosofía y la psicología, pero una aproximación bastante precisa es la de la experiencia propia de Viktor Frankl en el campo de concentración, gracias a la fortaleza que desarrolló poniendo sus ojos más allá de Auschwitz nació la logoterapia, la escuela que más apertura tiene a la dimensión teologal del hombre –específicamente de la cosmovisión judeocristiana.



Es evidente entonces que no es nueva la osadía de desafiar a Dios y pedirle que actúe a nuestra conveniencia, antes del aborrecimiento cultural posmoderno promovido por los representantes del progresismo y las mentes donde predomina un criterio débil el día de hoy ("si Dios existe, que deje de haber pobreza, los curas dejen de violar niños", etc.), antes de que los maestros de la Ley con su alevosía de acusadores y verdugos dijeran "si eres Hijo de Dios, baja de la Cruz", se escuchó decir también: "si eres Hijo de Dios, tírate abajo[...]" (Mt. 4,6), y ese mismo adversario definitivo formalmente declarado recibió por respuesta "[...]está escrito: 'no tentarás al Señor tu Dios'" (Mt. 4,7; cfr. Deut. 6,16). Hay una brecha entre la malicia declarada de la enemistad completa elegida contra Dios que comienza por culparle del destino (Jb. 2,9) y la desesperación que nos lleva atribuirle nuestras desgracias, o en su defecto, demostrar que como la desgracia existe, entonces no existe el Bien absoluto y por ende es vana la búsqueda de la trascendencia, y sin embargo esta humana y limitada forma de pensar que es de naturaleza intrínsecamente empírica, se origina en un conocimiento incompleto y perturbado de nuestra realidad y la realidad del mundo –por no mencionar la insensatez y el desconocimiento del Plan de Dios– (Jb. 2,10; Sal. 14,1), es preciso atender a la identificación de los sofismas modernos en sus más diversas formas de aplicarlos en esta narrativa –comenzando por la falacia de petición de principio que es el punto de partida en esta ocasión, el hombre de paja o la compleja paradoja de Epicuro.


La Verdad: solución y punto de convergencia




Si de verdad nos esforzáramos en aprender desde nuestros momentos de dolor; si así como somos capaces de levantarle la voz o simplemente reclamarles a nuestros padres, maestros o superiores en el trabajo y de pelearnos con nuestros clientes, proveedores, socios y vecinos fuésemos firmes para dejar de justificar a líderes e ideologías en momentos de clara injusticia e incongruencia por miedo de renunciar a algún favor o la necesidad de replantear las convicciones propias; si así como somos capaces de reclamarle –no siempre de la mejor manera– a alguien que se metió en la fila o se nos cerró con su vehículo en la calle fuésemos firmes para denunciar un delito que presenciamos; si así como somos capaces de criticar a nuestro párroco, el Papa, los obispos y líderes pastorales –gran parte del tiempo a sus espaldas o en el anonimato presencial de las redes fuéramos prestos para el apostolado, las obras de Misericordia, la responsabilidad cotidiana y firmes para reprender en la caridad a alguien que está errando sin alegar una empatía simplista y reducida; si así como somos capaces de reclamar tiempos de respuesta a las oraciones de Dios fuéramos nosotros de asiduos a la oración y a los Sacramentos –especialmente el de la reconciliación–, podríamos comenzar a sentar las bases en nuestra vida de la Verdadera Justicia, aquella que fue detalladamente descrita en el Sermón del monte (Mt. 5-7).



Dios es el Bien y la Verdad en si mismos, se le puede entender de forma personal gracias a Jesucristo que se entrega por nosotros un día como hoy, por ello debemos preguntarnos si nuestro reclamo es realmente justo y ser capaces de rectificar y perdonar a Dios dado que Él ni es culpable de nuestro dolor ni se complace en el mismo, antes bien, es capaz de llorar junto a nosotros ante nuestra pérdida (Jn. 11,35; Lc. 19,41); de ahí a partir de las circunstancias viene perdonar aún a quien nos ha hecho daño sin importar si es capaz de reconciliarse con nosotros o no (Mt. 6,12.14;5,44-47), Jesús mismo pone el ejemplo de compasión ante esa saña máxima de quienes lo llevan al suplicio (Lc. 23,34); y el verdadero arrepentimiento para rectificar nuestras acciones, culmina con perdonarnos a nosotros mismos confiando en que Dios puede perdonarnos de todo si así lo permitimos (1 Jn. 3,20-21; Jn. 6,37-38; Lc. 15,20), estos tres niveles de perdón los identifica y enseña San Francisco de Asís, es preciso reiterar que en el sufrimiento propio somos más sensibles de acuerdo a nuestro grado de autorreconocimiento a la Verdadera Justicia y cuando vemos la dureza de corazón de alguien a nuestro lado a raíz de que la está pasando mal, es posible voltear para reconocer la oportunidad de elegir entre el reproche y la compasión para pedir perdón ante la propia exigencia de nuestras culpas (Lc. 23,39-42) y recibir en reciprocidad aún sin merecerlo la Misericordia y el recibimiento de Dios que nos acompaña incondicionalmente desde la Cruz (Lc. 23,43).

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