¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? (Lc. 24,5) |
Por Juan M. Rodea
De haber sido la prensa como la conocemos al día de hoy hubiéramos encontrado una nota parecida a la que acabamos de leer –con las debidas precisiones históricas, claro está–, de hecho, el evangelio según San Mateo nos dice que de hecho los guardias si fueron a dar la noticia a los sumos sacerdotes –al parecer, sin rendir cuentas a sus superiores– de lo que había sucedido, a lo que estos determinaron entregarles una suma de dinero para difundir la noticia de que "sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos", teniendo de hecho la disposición de convencer a Pilato de que esa versión era real para evitarles complicaciones –y naturalmente evitárselas ellos–, y al día de hoy las escuelas rabínicas parecen estar convencidas de que en efecto así sucedió (Mt. 26,11-15).
El orden que constituían las autoridades religiosas y políticas de Israel en tiempos de Cristo en conjunto con el imperio que les había conquistado y convertido en provincia años atrás era lo que todo Estado civilizado necesita: leyes, ese pequeño y tan disputado territorio –hasta la fecha–, formas de producir y un control sobre la vida pública que es preciso para el bien común, esto al menos en términos normativos –"lo que debería ser"–. Sin embargo, para lograr el bien común, el justo medio demanda para lograr orden que haya integridad moral por parte de los participantes para evitar transgresiones contra la vida, la libertad o la propiedad de cada uno, hay preceptos estipulados que buscan que esto se dé independientemente de que se logre o no, o en el peor de los casos que las transgresiones hacia esas tres dimensiones de la persona sean peores –términos positivos o "lo que en realidad es"–, así concibe el estudio del derecho y otras ciencias sociales el orden y la convivencia humana, ahora que si lo vemos desde la teología, tenemos que todos esos preceptos son lo que se conoce como la ley ceremonial, mientras que la Ley moral constituye la esencia de todas estas disposiciones –o algunas otras que se tengan en común con otras culturas en esta época, en anteriores o posteriores–, ahí la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, mientras que en el primero predomina en la práctica la ley ceremonial sobre la Ley moral, la propuesta de la Nueva Alianza es que la Ley moral sea la que rija la moral del hombre para que recupere su dignidad de hijo de Dios (Mt. 5,9), en eso consiste el Reino de Dios (Mt. 6,10), ese Reino que Jesús de Nazareth que es juzgado por el procurador romano ha de encabezar (Mt. 27,11; Jn. 18,33), ese Reino que aunque no es de este mundo (Jn. 18,36) ha de establecer las bases para que sea la Paz definitiva la que traiga el verdadero orden que la humanidad necesita (Pacem in terris, Num. 165; cfr. Jn. 14,27).
¿Quién nos retirará la piedra del Sepulcro? (Mc. 16,3)
Una auténtica preocupación viene de las tres mujeres que le iban a buscar para ungirle y darle el último adiós, recordemos que en su cultura y época las mujeres tenían restringido el campo de acción, especialmente en el marco de las solemnidades. Primero que nada solamente tuvieron oportunidad de verlo siendo bajado de la Cruz y para que su cuerpo se conservase un poco tenían que embalsamarlo con perfume, mirra y lienzos nuevos, ese duelo tenía que ser llevado con ese toque estético que le ameritaba. Sin embargo, cuando su amigo Lázaro fue visitado por Él mismo antes de padecer, Él lo ordenó y la piedra fue movida por hombres fuertes que estaban en el lugar (Jn. 11,39), en esta ocasión ellas tres se dirigían solas hacia el sepulcro y no iban a ser los guardias las que las apoyaran sin contarles el tiempo para esta obligada tarea de preparación; la preocupación consiste en pensar en algo que sabemos que no podemos o no sabemos hacer y que vamos a requerir tarde o temprano, y en materia de Fe, ¿qué es lo que nos preocupa al igual que a estas mujeres?, esto tomando en cuenta que Dios dispuso que un ángel bajara del Cielo, hiciera rodar la piedra y hasta se sentara en ella (Mt. 28,2), ¿acaso no es Dios quien nos ayuda a mover la piedra de la preocupación para que podamos ver su Gloria en nuestras vidas? (cfr. Jn. 11,40).
¿Dónde lo han puesto? (Jn. 20,11-16)
Por demás conmovedor el encuentro de Jesús con María Magdalena, la misma de quien había expulsado siete demonios (Lc. 8,2): un duelo pronunciado por la interrupción de no ver a su difunto en donde debería de estar, la incertidumbre de que se lo llevaron y un dolor tal en el que dos ángeles le preguntan por qué llora y se limita a decir que se lo han llevado y no sabe dónde lo han puesto, y al no darse cuenta que no son humanos quienes la están asistiendo, es Jesús mismo quien le pregunta el motivo de su llanto y no es sino hasta que levanta la mirada al oír que la llama por su nombre que es gradualmente consolada por ese Maestro al que creía muerto...
...y hoy vivimos ante una pandemia que se cobra cada vez más vidas humanas, el temor nada infundado de que uno de nuestros familiares desarrolle la enfermedad y en el peor de los casos muera y no nos dejen despedirnos de él(la), aunque a decir verdad, ¿quién se puede despedir de sus familiares?, pensemos en situaciones más cotidianas: quien pierde a un ser querido por alguna enfermedad terminal que no sea contagiosa, muy a pesar de que sea ya de edad avanzada y haya oportunidad de verle todos los días como si ya fuera el último siempre es inesperado el momento en el que parte porque muy dentro de nosotros el cariño que sentimos por esa persona nos lleva de manera natural a albergar la esperanza de verle nuevamente con salud, y cuando alguien de nuestra familia muere repentinamente en un accidente o víctima de un crimen o guerra suele ser un duelo más brusco el que se vive, más desgarrador, toda pérdida nos lleva a la tristeza y gran parte de las veces a la culpa, ¿acaso María Magdalena no habrá sentido culpa por no haber podido estar presente más temprano, "antes de que se llevaran a su Maestro"?, y siendo así, identificando nuestro dolor, nuestra angustia, nuestra desesperación y más emociones adversas y su respectivo límite –aún cuando pensamos que ya nada puede ser peor–, ¿dónde han puesto los demás a Jesús si no es fuera de nuestra vista y/o alcance?, ¿dónde lo hemos puesto nosotros mismos?, ¿dónde hemos dejado que lo pongan?, ¿a dónde lo hemos dejado irse Él mismo después de nuestras malas decisiones?, ¿no está acaso nuestro Maestro y Amigo fiel esperándonos para consolarnos llamándonos por nuestro nombre y listo para abrazarnos cuando lo necesitemos?
¿Por qué seguir buscando donde no está?
A veces pensamos que hemos de encontrar a Dios al calor de una discusión en la que nadie es codecendiente, o practicando la Fe a nuestro antojo y conveniencia para obtener favor especial y jactarnos de ello ante los demás, y sin embargo, puede llegar el momento en que la incertidumbre que estamos enfrentando termine por confrontarnos a nosotros para acabar sucumbiendo ante ella y estar a punto de dar la razón a quien intenta –conciente o inconcientemente– interponer nuevamente la piedra entre Jesús y nosotros.
Del mismo modo, si nadie está interpuesto en nuestro camino –la mayor parte quienes nos dificultamos más la existencia somos nosotros mismos–, el temor que acompaña la muerte y la pérdida pueden ser los que apaguen la vela de nuestra confianza y perdamos de vista la compañía divina, en no pocas ocasiones he visto al igual que muchos abundante información sobre las tragedias que vive nuestro mundo, al grado de que ha habido quien piensa que las recientes medidas como realizar la liturgia a puerta cerrada han sido actos de cobardía y abandono de la Fe, cuando la Iglesia lo que busca es que el creyente viva para que en momentos peores a los que estamos viviendo pueda seguir luchando por la Verdad con la frente en alto (Ap. 19,11-14).
Recordemos que aquel que resucitó una mañana tan bella como la que estamos viviendo hoy prometió después de resucitar y convocar a sus Apóstoles (Mt. 28,16) estar con nosotros todos los días hasta el fin de este mundo (Mt. 26,19-20), estos tiempos, lejos de ser el fin de la Iglesia –que NUNCA llegará (Mt. 16,18)–, vienen a ser el comienzo de una nueva etapa, pues el COVID19 no cerró iglesias, sino que abrió una en cada hogar cristiano.
https://www.facebook.com/defiendetufecatolico/
TU DONATIVO NOS HACE FALTA Estimado lector: ¡Gracias por seguirnos y leer nuestras publicaciones. Queremos seguir comprometidos con este apostolado y nos gustaría contar contigo, si está en tus posibilidades, apóyanos con un donativo que pueda ayudarnos a cubrir nuestros costos tecnológicos y poder así llegar cada vez a más personas. ¡Necesitamos de ti! ¡GRACIAS!
NOTA IMPORTANTE: La publicidad que aparece en este portal es gestionada por Google y varía en función del país, idioma e intereses y puede relacionarse con la navegación que ha tenido el usuario en sus últimos días.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario