“Señor, si con beber te ofendo, con la cruda me sales debiendo”, suelen decir quienes un día antes abusaron del alcohol.
Vivimos en una sociedad que cada vez consume más alcohol. Éste que se ha vuelto normal y parte de la vida social. Dicen que no puede haber fiesta si no hay bebidas alcohólicas, y entonces tenemos un problema social: la enfermedad del alcoholismo.
Pero vayamos adentrándonos en el tema: a nivel de la movilidad humana, las reglas de tránsito castigan con mayor severidad a quienes conducen bajo los efectos del alcohol y provocan accidentes, muchas veces mortales. El problema se agrava si se mezcla con drogas.
Somos parte de una sociedad que juzga e impone todo con base en la libertad humana: “Yo puedo hacer, comer y beber lo que quiera y cuanto quiera”. Este es un sofisma que conlleva muchos errores y daños a la verdadera dignidad de la persona.
Estamos llamados a no abusar de nuestro propio cuerpo y a no jugar, por nuestra imprudencia, con nuestra vida y la de los demás.
Por ello, resulta muy interesante la pregunta: ¿Es pecado emborracharse?
¿Qué dice la Biblia sobre el alcohol?
La Sagrada Escritura nos va dando una respuesta: El libro Sapiencial de los Proverbios nos dice: “El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con ellos se embriaga, no es sabio” (20, 1). “El que ama el placer acabará en la miseria, el amigo del vino y los perfumes, no se enriquecerá” (21, 17). “No andes con los que beben vino, ni con los que se hartan de carne, porque borrachos y comilones se empobrecen, y la pereza los viste de harapos (23, 20-21). “¿De quién son los quejidos? ¿De quién los lamentos? ¿De quién las peleas? ¿De quién los pleitos? ¿De quién las heridas sin motivo? ¿De quién la mirada malintencionada? De los que se divierten bebiendo vino, de los que andan saboreando mezclas” (23, 29-30).
Y los Profetas nos dicen: “Tienen cítaras y arpas, panderos y flautas, y vino para sus banquetes, pero no consideran la acción del Señor, ni tienen en cuenta sus obras” (Isaías 5, 12). “También éstos se tambalean por el vino, y el licor los hace dar traspiés; sacerdotes y profetas se tambalean por el licor, se atontan con el vino, el licor los hace dar traspiés; se tambalean como videntes, tartamudean al hablar” (Isaías 28, 7). “En la fiesta de nuestro rey los príncipes se adormecen con el aroma del vino; el rey se mezcla con los chismosos” (Oseas 7, 5).
San Pablo, por su parte, en su Carta a los Romanos, nos dice: “La noche está muy avanzada y el día se acerca; despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje; nada de envidias y rivalidades” (13, 12-13).
Es difícil responder de forma simple si emborracharse es o no pecado. Lo que sí podemos decir es que el emborracharte (embriagarte) sí es un problema, sobre todo cuando abusas constante como excusa para desinhibirte, para evadirte; cuando lo utilizas para huir de compromisos y olvidarte de “la dura realidad”.
Si un día nos pasemos de copas, pero nos comportamos bien y no creamos problemas ni agredimos al prójimo, entonces no hay problema, ni pecado, pero si la agarramos de cada ocho días, o cuando lo hacemos despilfarramos nuestro dinero, descuidamos las obligaciones, negamos lo necesario a nuestra familia, conducimos el auto irresponsablemente, provocamos riñas entre amigos, entonces, claro que es pecado, y grave.
No podemos tomar de pretexto la embriaguez, el estar borrachos, para agredir y sacar todo aquello que en “nuestro sano juicio” no haríamos ni diríamos. Dice el dicho que todo exceso es malo, y el alcohol, en exceso, nos lleva a otros excesos.
El alcohol no es malo, su abuso sí, por las consecuencias a la salud, a la estabilidad emocional individual, familiar y social.
La embriaguez (el alcoholismo) ha llegado a ser una grave enfermedad en el mundo, tanto para la persona que lo padece como para las personas que le rodean. Hay una pérdida de la voluntad, se generan conflictos con los demás y afectaciones graves de tipo psicosomático, etc.
No se trata de que la Iglesia o el sacerdote nos digan si emborracharse es o no pecado; se trata de que todos los hombres seamos libres de ataduras, de dependencias enfermizas. Evitemos ponerle un nombre a esto, mejor busquemos no caer en la dependencia.
El que alguien me diga –y yo vea– que algo no está bien, no es coartar mi libertad, es un llamado a ser más libres. Cuando se pierde la libertad y la voluntad, perdemos el rumbo y, es cuando somos más esclavos del alcohol y nos alejamos de Dios y de nuestros hermanos. Es fácil caer en un vicio y justificarlo, y qué difícil se vuelve reconocerlo y dejarnos ayudar para salir de él.
La embriaguez, el emborracharnos, puede no llegar a ser pecado, pero lo que puedo llegar a hacer cuando estoy borracho, pueden ser muchos pecados…
POR PBRO. SALVADOR BARBA
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