¿La Biblia habla sobre no querer tener hijos? Debemos ser claros: a la Sagrada Escritura no le interesa el no querer tener hijos, le interesa la vida: cuidarla y preservarla; ese es el mensaje divino revelado.
En la Biblia, en la Sagrada Escritura, lo importante es el amor manifestado en la vida y en la generación-proyección en los hijos. Estos son una necesidad vital para la humanidad y una bendición de Dios. A Dios le importa la vida y quiere que la vivamos en el amor, que el hombre sea feliz y su prole se prolongue por todos los años, de generación en generación.
Cuando los libros revelados se fueron escribiendo, inspirados por Dios, el problema antropológico y religioso de la época era el cómo tener más hijos y no el cómo no tener hijos.
Por ejemplo, en el Éxodo, cuando nos narra que el pueblo judío estaba esclavizado en Egipto, para evitar que creciera, se les pidió a las parteras que dieran muerte a los varones al nacer arrojándolos al río, pero a las mujeres se les dejaba vivir. Un genocidio selectivo por razones políticas y de dominio (Ex 1). Vemos ahí claramente una sexualidad basada en la procreación y no centrada en el placer por el placer.
Hoy hemos propiciado un mundo pansexualizado, lo que a su vez ha generado una violencia mayor a hombres y mujeres. Y todo es consecuencia de la falta de valoración del ser humano, creatura de Dios.
Los tiempos han cambiado
Hasta hace algunos años, se decía que toda persona, para dejar huella en la historia, debía escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo; ahora decimos (pensamos): ni libro, ni árbol, ni hijo. Nos falta cultivar el espíritu (cultura), cuidar el medio ambiente (ecología-cuidado de la Casa Común) y tener hijos.
También, hasta hace algunos años, se veía mal a aquel hombre o mujer que no quisiera tener descendencia. Y no faltaban quienes juzgaban temerariamente de “bendición” o “castigo” a quienes aún queriendo, no podían concebir hijos.
Hoy vivimos en un mundo convulsionado por muchas ideologías y tendencias con tinte modernista y novedoso sobre la vida y las actitudes personales; se han ido imponiendo tendencias de opinión marcadas por la comodidad y el conformismo, al tiempo que se ha ido diluyendo, e incluso perdiendo, la persona y sus valores esenciales e intrínsecos.
Hemos convertido tristemente la vida en aquella frase de la canción de José Alfredo Jiménez: “La vida no vale nada”. Y si mi vida no vale nada, menos la de todos los que me rodean. Y decimos que no queremos tener hijos para “evitar que sufran”. Llevamos así una vida marcada por el vacío y las falsas justificaciones.
La consecuencia: un vacío existencial
Vivimos en un mundo que se niega a poner a Dios por encima de todo y busca expulsar Sus mandamientos. Esto nos ha llevado a un vacío existencial: ‘Dios no está en mi realidad del mundo, lo dejo en el “cielo”; aquí quien manda soy yo, y no necesito de Dios.’ Quien piensa así pretende sentirse libre, pero en realidad se vuelve esclavo de sus pasiones.
Un mundo que gira alrededor del individualismo y del hedonismo tiende a querer manipular a Dios y a querer imponer al hombre como si fuera Dios: ‘yo mando, es mi vida, con mi cuerpo hago lo que quiero, son mis leyes.’ De esta manera, los seres humanos quieren construir y tener el control de todo, manipulando la genética y la vida, decidiendo quién nace y quién muere, alargando y recortando la vida, administrando medicinas que ayudan y “medicinas” que destruyen.
Vivimos en una sociedad que habla de comunidad, pero genera divisiones; una comunidad que habla contra las dictaduras, pero en la que todos quieren ser dictadores; una comunidad que habla de la vida, pero que genera muerte de diversas maneras.
El Pbro. Salvador Barba es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.
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