Los niños, preferidos de Jesús
Una de las enseñanzas más novedosas de Nuestro Señor Jesucristo tiene que ver con el valor religioso de las relaciones interpersonales humanas. Cuando se encontraba en la Última Cena, narrada por el evangelista san Juan, Jesús pidió a los discípulos que permanecieran en su amor. Dicha permanencia se daría al cumplir lo que Él les mandaba: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,9-12).
También dentro de la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “quien me ve a Mí ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús trató de que sus palabras y sus obras fueran transparencia o reflejo de la cercanía de Dios Padre a la humanidad. Esto se lo dijo también a quienes le pedían una y otra vez señales: “no se les dará otra señal que la de Jonás, porque su predicación fue suficiente para los ninivitas y éstos se convirtieron” (cfr. Lc 11,29-32).
En buena medida, Jesús invitó a todos aquellos que entraban en contacto con Él que ejercieran la fe creyendo que Él venía de Dios. Ahora bien, el camino de unión e identificación con Dios no se reduce a una serie de actos cultuales (rezos, sacrificios, ofrendas a Dios, etc…) sino que implica el amor al prójimo.
Cuando Nuestro Señor habló sobre el juicio final, que cada uno deberá afrontar, pone como criterio el ejercicio de la caridad hacia los demás como parámetro de dignidad para entrar en la vida eterna: “vengan benditos de mi Padre porque estuve enfermo y me fueron a visitar, estuve hambriento… Lo que hicieron al más pequeño de mis hermanos a mí me lo hicieron” (Mt 25,34-40).
Resulta interesante en nuestro texto de hoy que Jesús afronta el tema de quién es el más importante, en primer lugar diciéndoles que el mayor debe ser el último de todos y lo complementa, a manera de paralelismo, tomando a un niño.
Los niños socialmente en aquella época eran los que menos contaban, y declara que éste es transparencia o reflejo de sí mismo. “Quien lo recibe a él me recibe a mí”, pero a final de cuentas reafirma el valor religioso de aquella acción añadiendo, “y recibe también a quien me ha enviado”, es decir, recibe también a Dios nuestro Padre.
El camino de unión con Dios no se reduce a una serie de actos culturales, sino que implica el amor al prójimo.
Por: Monseñor Salvador Martínez.
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