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¡Cuidado! Estos son los riesgos de vivir en unión libre



Con frecuencia se acercan parejas jóvenes para pedirme que bendiga a sus niños pequeños. Siempre les pregunto si están casados por la Iglesia, y la mayoría de ellas no lo están. Por supuesto que a los pequeños les doy la bendición.

Es un hecho que la Iglesia Católica está experimentando una caída de las celebraciones del sacramento del matrimonio y un aumento de parejas bautizadas que deciden vivir en unión libre.

A medida en que no se cultiva la fe y aumentan el materialismo y el ateísmo, menos parejas se interesan por celebrar su unión en una boda religiosa.

La cultura popular promueve el amor libre. Dice una canción de Pablo Milanés: “Yo no te pido que me firmes diez papeles grises para amar, sólo te pido que tu quieras las palomas que suelo mirar“.

El cantautor de trova protestaba contra la institución del matrimonio. Su amor era inseguro; no hablaba de una clase de amor total y comprometido para toda la vida.

¿Por qué se necesitan firmar papeles y una ceremonia donde los nuevos esposos tengan la bendición de Dios? Si un hombre y una mujer están planeando entregarse el uno al otro y pasar el resto de su vida juntos, ¿por qué no celebrarlo públicamente, y por qué no firmar un certificado de matrimonio?

La unión libre no es digna para el ser humano. El hombre nació para construir proyectos que trasciendan, y uno de ellos –quizá el más importante– es el formar una comunidad de vida y de amor llamada familia.

Cuando dos personas deciden vivir juntas y sin compromisos con la sociedad y con Dios, generalmente lo hacen porque uno de los dos no está realmente seguro de establecer una entrega comprometida para toda la vida.




Si no hay papeles que firmar ni altar ante el cual hacer una alianza, la puerta se queda abierta para poder escapar de la relación en cualquier momento de crisis.

La Iglesia Católica en México no celebra el sacramento del matrimonio sin que los novios hayan contraído matrimonio civil. Lo exige porque quiere proteger a los esposos.

El gobierno mexicano es de los pocos en el mundo que no reconocen válido el matrimonio eclesiástico. En cualquier otro país una pareja que se casa por la Iglesia automáticamente queda casada ante la ley civil. No es así en nuestro país.

Si se casan únicamente por la Iglesia y hay después una separación, la mujer quedaría como concubina y no como la esposa legítima del marido, es decir, quedaría desprotegida. Por eso la Iglesia exige el matrimonio civil antes de celebrar el matrimonio eclesiástico.

El contrato del matrimonio se establece para proteger a los cónyuges. Vivir juntos para toda la vida incluye riesgo para ambos, sobre todo para la mujer. Ella muchas veces deja de trabajar para dedicarse a la crianza de los hijos, y el contrato matrimonial le garantiza que ella y los niños serán mantenidos.

Ante un eventual abandono del marido, la mujer tiene derecho a recibir una cantidad económica de su esposo como mantenimiento para ella y los hijos, pero si no existe el matrimonio, tampoco existe la protección. Cada uno será libre para escapar de la relación y sin que el otro pueda cuestionarlo.

Los partidarios de la unión libre sostienen que las parejas que viven en concubinato muestran mayor grado de felicidad, y esto se debe a que la relación es más relajada y conviven con más humor, ya que no existe un compromiso que las ate. Esto es falso.

En la unión libre la relación de pareja no es más relajada, sino más estresante. Simplemente saber que en cualquier momento el otro puede irse de la casa y sin obligaciones hace que se nazca en la pareja el miedo de verse abandonado, lo que se reflejará en más pleitos y discusiones.

Además a nivel sexual las relaciones íntimas se vuelven engañosas, ya que la entrega que se expresan mediante sus cuerpos no corresponde al nivel de compromiso en el que viven sus vidas ordinariamente.

Con sus cuerpos se dicen “me entrego totalmente a ti para siempre” pero la realidad es otra: carece del sello de garantía de un alto nivel de compromiso, ante Dios y ante los hombres. Por eso también las relaciones íntimas de pareja no son tan satisfactorias como las de los esposos que están comprometidos realmente con el Señor y con sus hermanos.

La unión libre, en el fondo, es egoísta. Se deslinda de Dios y de la comunidad. Es un amor aislado, incompleto, sin conexión con el bien de la sociedad que todos formamos y sin articulación con el amor divino que el matrimonio representa.

Por eso cuando los novios se casan por la Iglesia se piden testigos y la ceremonia es pública. La asamblea de invitados, grande o pequeña, ratifica que el matrimonio es un bien para la Iglesia y la sociedad, pero además, por ser un bien no exento de dificultades y pruebas, necesita una comunidad que ayude a los novios con un soporte espiritual.

“Yo no te pido que me bajes una estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz”, canta Milanés, el trovador cubano. Más allá de la poesía hecha música, el amor verdadero y real es el que firma los papeles, el que se compromete con Dios y con la sociedad en una entrega para toda la vida. Es el matrimonio el que recibe la bendición divina. Lo otro es inseguridad.

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