Hace muchos años, “en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, conocí a una chica que estaba muy enamorada de su novio. Después de una relación de dos años en los que tuvieron actividad sexual con regularidad, decidieron casarse.
Ella llegó de blanco y puntual a la Iglesia para la celebración de su boda, pero pasaron los minutos y el novio no aparecía. El sacerdote tuvo que iniciar la misa sin el muchacho mientras ella, angustiada, esperaba en el coche.
La misa terminó y el novio nunca llegó. La había dejado plantada. Durante las horas siguientes ella no tuvo noticias de él, y fue hasta dos días después cuando apareció para decirle que lo habían secuestrado. Ella ingenuamente le creyó.
Tener relaciones sexuales durante el noviazgo ofusca, sin duda, la mente de los novios. Cada vez que ellos tienen intimidad hablan en un lenguaje corporal que no está en sintonía con la realidad de su noviazgo.
Si tomamos en cuenta de que por medio del acto sexual vienen nuevas vidas humanas a la tierra; si vemos que el acto sexual crea un vínculo emocional muy fuerte entre la pareja que los hace querer estar juntos; si consideramos que el sexo es expresión de una entrega total de cuerpo y alma a la otra persona, entonces nos damos cuenta de que Dios creó el sexo con una lógica interna, y esa lógica se resume en dos palabras: “para siempre”.
Cuando una pareja hace el amor como Dios ha querido, entonces su lenguaje es el siguiente: “me quiero para ti, te doy mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, y para toda la vida, hasta que la muerte nos separe; quiero tener hijos contigo y educarlos“.
Este significado que Dios ha querido para el sexo no se vive durante el noviazgo. La pareja de novios, al fornicar, está hablando un lenguaje mentiroso: “te doy mi cuerpo pero no mi alma porque no tengo compromiso total contigo; y no quiero tener hijos contigo, al menos por ahora”.
Pero vayamos a la historia de aquella chica plantada en el atrio parroquial el día de su boda. La historia terminó más triste todavía.
Después de unos meses en que ella creyó la mentira del secuestro, volvieron a establecer su relación y nuevamente decidieron casarse.
El sacerdote al que le solicitaron la boda, sabiendo lo que había ocurrido en aquel día de sus nupcias fallidas y sospechando que el novio había estado mintiendo, se rehusó a casarlos.
Finalmente fueron a contraer matrimonio a un pueblo lejano de su diócesis donde esta vez la boda sí se realizó.
Pero llegada la la luna de miel aquel hombre sacó toda su furia y la golpeó hasta que se cansó. Fue cuando ella abrió ojos para darse cuenta de que había tenido un novio realmente trastornado y era muy peligroso. Y fueron muy felices… cada uno en su casa.
Es un hecho de que las personas que llegan vírgenes al matrimonio se divorcian menos. La razón es muy sencilla: las relaciones sexuales crean un vínculo emocional muy poderoso en la pareja, vínculo que no permite descubrir los defectos de la otra persona o a no darles la debida importancia.
Ese enlace psicológico fue creado por Dios para mantenerlos unidos en el matrimonio. Pero al salirse del plan divino y caer en el hábito de la fornicación, los novios rompen el proyecto de Dios y, la mayor parte de las veces, pagan las consecuencias con rupturas dolorosas.
La novia plantada en su boda y aporreada en su luna de miel había tomado la malísima decisión de casarse con una persona absolutamente desaconsejable para el matrimonio. Su decisión la tomó con el corazón y no con el cerebro.
Si no hubiera tenido vida sexual con su novio, lo más probable es que la relación hubiera terminado pronto, apenas el hombre hubiera empezado a hacer sus escenas de ira.
Aquellos novios que saben esperar hasta el matrimonio, pasan sus noviazgos conociendo realmente a la otra persona en sus virtudes y sus defectos para decidir si valdrá la pena pasar el resto de su vida casados; son novios que saben tomar sus decisiones con el corazón utilizando también la inteligencia.
La dramática experiencia que tuvieron esos novios –la chica plantada primero y abofeteada después– es extrema, y por ello es elocuente para ilustrar los peligros del sexo prematrimonial.
Este tipo de historias y otras muchas de fracasos conyugales pueden hacer que muchos jóvenes solteros quieran pensar en todo menos en el matrimonio. Sin embargo no deben de tener miedo. Hay que decirles la verdad: se puede formar un matrimonio muy feliz y para toda la vida.
Solamente deben de vivir bien sus noviazgos, con altos estándares. Deben reservar la actividad sexual sólo para el matrimonio y aprender a conocerse desde el fondo del alma. Esto les dará la libertad para tomar una decisión tan trascendental como es la de fundar con otra persona un hogar para toda la vida.
Es una virtud que muy pocos le damos el verdadero valor y después pagamos las consecuencias
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