En estos tiempos, marcados por muchas muertes no anunciadas, donde es común escuchar que tal o cual persona falleció por causas de la pandemia, surge esta inquietante pregunta: ¿qué pasa con el alma de N, que muere de covid sin confesión (para bien morir) y tampoco pudo recibir la Unción de los Enfermos?
La gracia de los sacramentos
El Señor Jesucristo -médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos-, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuara, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y salvación, incluso en sus propios miembros.
Esta es la finalidad de los dos Sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los Enfermos (CEC 421)
El Señor Jesús, desde el principio del anuncio del Reino de Dios, nos ha invitado, ayer y hoy, y más en estos tiempos a que estemos preparados, pues no sabemos ni el día ni la hora”.
Pero la realidad es otra
No estamos preparados para morir y las muertes por pandemia se multiplicaron y nos agarraron de sorpresa. Los sacerdotes tampoco estábamos preparados para algo así, y en muchos casos nos encontrábamos también resguardados.
En su desesperación, muchos fieles buscaban y no hallaban a un pastor dispuesto; aunque en la mayoría de los casos, ni siquiera lo pensaron o no les dio tiempo, pues la muerte sorprendió agresivamente a las familias.
¿Qué pasa con quien murió de covid sin confesión ni unción de enfermos?
Pero vayamos al punto. “Lo primero es lo primero”, dirían en mi rancho: la misericordia de Dios es infinita y mira el corazón de la persona enferma, las oraciones de los familiares y de la Iglesia.
El Señor se hace presente, en cada momento y circunstancia, en la vida de cada uno de nosotros (sus hijos), quienes, marcados por el Bautismo, fuimos llamados para participar de su vida, de la salvación y de la vida eterna.
Recordemos esta oración:
Señor, dale el descanso eterno.
R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.
Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
La misericordia de Dios
Es decir, si el corazón del hombre se enfrenta al trono de la misericordia con fe, encuentra perdón y compasión, y por ello, el perdón de sus pecados y la salvación eterna.
En los rituales de estos dos Sacramentos hay clara referencia que el modo ordinario es a través de estos sacramentos de curación, del cuerpo y del alma, pero deja abierto el modo extraordinario de recibir dichas gracias, confiadas a la Iglesia.
Esto significa que lo ordinario es lo que nosotros los hombres podemos hacer en comunión de Iglesia, sacerdotes y laicado.
Por su parte, el modo extraordinario deja abierta la puerta a la acción directa de Dios para el perdón de los pecados, a través de un acto de contrición perfecta (como decían los clásicos): “un corazón puro, Señor, no lo rechazas”.
¿Qué es la penitencia interior?
“La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido.
Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia.
Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4)”. (CEC 1431)
El amor de Dios nunca quita
Los ritual de los Sacramentos de la Iglesia se centra en la oración comunitaria, la oración de unos por otros, para pedir al Señor que derrame sus gracias sacramentales, pero no cierra, ni puede cerrar las gracias divinas a la intervención directa y amorosa de Dios sobre todos sus hijos, “¡si yo quiero, a ti qué!”;
El amor de Dios misericordioso da siempre de más, nunca quita. Aún en los Sacramentos de la Iglesia se pide y supone para su eficacia redentora, el corazón sincero de aquel que pide y recibe sacramentalmente la absolución.
De modo ordinario y de modo extraordinario, supone la disposición del fiel penitente que al pedir recibe.
Conclusión
Dios quiere que todos los hombres se salven y alcancen la salvación, no quiere que ninguno de sus hijos se pierda; por eso nos ha dado los sacramentos de manera ordinaria.
Pero también mantiene abierta su gracia para aquellos que de modo extraordinario, en el lecho del dolor y del peligro de muerte le suplican, obtengan el perdón y la redención, siempre y cuando pongan su corazón sincero ante Él, tanto el enfermo como la familia que ora y confía.
¡La misericordia de Dios es para todo aquel que cree en Él y se deja salvar por Él!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario