Del amor podemos decir aquel viejo dicho de que “cada quien habla de la feria, según le fue en ella”, de lo cual se desprende una gran verdad: por cada enamorado siempre habrá una experiencia diferente de amor.
San Juan Evangelista, que era un enamorado del Creador, nos dice que Dios es amor (1 Jn 4,16) y esta definición abarca ya todas las posibles definiciones habidas y por haber, por más buenas que éstas sean.
Del amor de Dios también podría decirse que es infinito, inmenso como Él. Se trata de un amor que, incluso, para nosotros los seres humanos -tan limitados en amor- llega a parecernos una locura, pues eso de darnos a su propio Hijo es el misterio más incomprensible con el que alguien se pueda enfrentar.
También se puede decir que el amor de Dios es eterno, que no cambia, que no es voluble. Asimismo, que es un amor creativo, que no frustra ni limita. Y que es un don maravilloso de sí mismo. Del amor de Dios también se puede señalar que es, al mismo tiempo, universal y exclusivo.
A cada uno de nosotros, Dios nos ama como seres únicos e irrepetibles. Su relación conmigo es personal; Él me conoce y me ama desde antes de la creación misma. Dios tiene todo el tiempo para mí, para ti y para todos. ¡Es lo bueno de ser eterno!
Sin embargo, también se puede decir que Dios es celoso. ¡Así lo dice la Biblia! (Dt 6, 14). Y es que Él tiene derecho a una adoración exclusiva, ¡y de hecho la exige! “¡No tendrás otro Dios más que a mí!”, Él nos pide esto en el primero de los Diez Mandamientos.
Todo amor, que se precie de ser un amor genuino, es así: posesivo, exclusivo, monopolizante, porque amar nos lleva a hacernos uno con la persona amada. ¡Cuánto debe amarnos Dios a cada uno, que se hizo hombre para que todos nos divinizáramos por la gracia divina que nos comunica por la redención! ¡Eso es amar!
A imagen y semejanza
¡Cómo nos parecemos a nuestro Padre del Cielo! Estamos hechos nada menos que a su imagen y semejanza. Él quiso crearnos así. De manera que en el amor también nos parecemos a Él.
Cuando el amor es amor del bueno, se convierte en dádiva, en don de uno mismo a la persona amada. Se hace una comunión tal, que es completamente exclusiva. “Te amaré toda la vida”, se dicen los esposos. Y ese amor implica la fidelidad.
El mutuo amor de los esposos es fértil. Los hijos participan de ese mismo amor, del que son signo y expresión. Por eso los padres sienten que sus hijos son en gran medida ellos mismos, y les dan el amor más generoso que pueda existir. Así que si el ser humano ama a imagen y semejanza de Dios, es lógico que tenga celos como Él.
Entonces, ¿los celos son buenos o malos?
Los celos pueden ser buenos o malos dependiendo de lo que se esté hablando. Si los celos son la justa reclamación de ser amados en exclusividad, desde luego que son buenos, aunque le pese a las personas que defienden la muy sonada moda del intercambio de parejas, o a las que reclaman el falso “derecho” de gozar de otras experiencias amorosas fuera del Matrimonio.
A veces los jóvenes preguntan si es pecado tener dos novias al mismo tiempo. La respuesta es categórica: ¡Sí! Debemos considerar que el noviazgo es una preparación al Matrimonio, y si durante esa etapa se es infiel, ¿qué se espera del Matrimonio?
El noviazgo serio tiene sus normas, y la primera de ellas es que cuando uno de los novios considera que ya no ama a su pareja con exclusividad, debe romper lealmente la relación, y no seguir manteniendo una situación falsa. Duele romper, pero duele más la infidelidad.
En cambio, en el Matrimonio, por mandato de Jesús, ya no se vale romper, porque el esposo y la esposa son una sola carne, y lo que Dios ha unido no lo debe separar el hombre.
El divorcio no sólo atenta contra el cónyuge y los hijos, sino contra Dios mismo, que quiere que el amor de los esposos sea signo de su propio amor. Por eso, para los católicos, el Matrimonio es un sacramento, signo de la alianza divina con su Pueblo santo.
De celos a celos
Los celos son, pues, el reclamo legítimo de un derecho a la fidelidad. Sin embargo, éstos se vuelven enfermizos cuando son un constante temor, sin fundamentos, de que el ser amado ame a otra persona, y de que hayamos dejado de ser el objeto predilecto y exclusivo de su amor.
Entonces, se puede decir que este tipo de celos son una enfermedad, nacida, tal vez, de una tremenda inseguridad sobre el propio valor. “Valgo tan poco, que mi ser amado no puede amarme”.
Una buena terapia que impacte sobre la autoestima puede ayudar a curar este tipo de celos, que dañan tanto al celoso como al celado. Los celos enfermizos sumen los hogares en auténticos infiernos que nadie soporta ni tiene por qué soportar.
Cabe señalar que los celos no sólo se dan entre novios o esposos; también hay madres y padres posesivos, que esclavizan a sus hijos con empalagosas cadenas de amor paternal mal entendido. ¡Pobres yernos y nueras si no logran sacar a sus cónyuges de esa esclavitud!
También en la amistad, y en cualquier tipo de relaciones interpersonales, se llegan a dar los celos malos.
Pero, ¿cómo se curan los celos? Como hemos mencionado anteriormente, a veces es necesario recurrir a un especialista, y trabajar en el tema de la autoestima hasta llegar a comprender que sí tenemos derecho a ser amados. Lo que siempre será necesario recordar, es que el amor por definición es dádiva.
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