Con tristeza hemos conocido que esta semana se despenalizó el aborto en Sinaloa, México. Esta noticia se suma a lo que ocurrió hace unas semanas en Colombia, donde la Corte Constitucional se pronunció a favor del aborto hasta la semana 24 de gestación, lo que ha provocado una gran consternación en ese país hermano, y en todo el continente americano. Pero, ¿cuáles son las aristas de esta decisión?
En un primer ángulo del problema, la despenalización implica que la mujer que aborta no es penalizada con cárcel. En este sentido, es importante tener claro que la Iglesia Católica no quiere mujeres en la cárcel. No se trata de perseguir a la mujer que aborta, y menos cuando se trata de víctimas que pueden estar siendo presionadas socialmente para recurrir a esta práctica que les lleva a perder a un hijo, quedando marcadas por el dolor para toda la vida.
Hay un segundo ángulo: el de las personas involucradas en un aborto, la clínica que los ofrece de manera legal o ilegal y convierte la muerte de un ser humano en un gran negocio; los médicos que, al practicar un aborto, están faltando al juramento de cuidar de toda vida; los familiares -e inclusive el padre de ese nuevo ser humano- que pueden estar orillando a la mujer a deshacerse de su hijo, por comodidad, por irresponsabilidad y/o por muchas circunstancias que puedan influir en tal decisión. Cabe mencionar que prácticamente todos los encarcelados actualmente por el delito de aborto tienen que ver con este segundo ángulo.
Un tercer ángulo es la sociedad en la que nos hemos vuelto fríos, desinteresados en los problemas del prójimo. Una sociedad que dice: “Que sea su decisión”, refiriéndose a la mujer embarazada, sin darse cuenta que tal vez no es una decisión libre, sino forzada por las circunstancias y por la falta de solidaridad. Una sociedad que debe despertar para darse cuenta que una mujer embarazada debe ser protegida por las leyes de salud, laborales, sociales, etc.
El cuarto ángulo es el del ser humano en desarrollo. El aborto, en cualquier momento desde la concepción, es inadmisible. No obstante, vemos con mucha preocupación que, de concretarse en Colombia y en otros países de Latinoamérica el aborto a las 24 semanas de gestación, se estaría asesinando a un ser humano con su sistema nervioso, sus pulmones, sus músculos y su oído, desarrollados. A esa edad, lo que el bebé comienza a ganar es madurez de sus músculos y órganos, a fin de estar preparado para el momento del nacimiento.
Un quinto ángulo es el costo económico de los abortos. Sólo en nuestra querida Ciudad de México se han cometido 241,000 abortos en hospitales públicos -sin contar los privados– desde que en el 2007 se despenalizó. Aunado al dolor que causa pensar en esas 241,000 personas que vieron truncada su vida, sus posibilidades, y en las miles de mujeres que perdieron a sus hijos, está el tema ético, de que esos abortos son pagados con recursos públicos; recursos que podrían haberse usado para la compra de medicamentos o tratamientos necesarios en nuestro sistema de salud.
Como podemos ver, la despenalización no implica solamente un aspecto, y viendo los diferentes ángulos, nos podemos dar cuenta que es una tragedia de principio a fin. La sociedad y el gobierno deberían evitar los abortos. La Iglesia, a través de laicos organizados, ha de buscar dar respuestas y acompañamiento a la mujer embarazada, pero hacen falta respuestas en sinergia con todos. Festejar la que ocurrió en Sinaloa y la decisión de la Corte de Colombia en materia de aborto, como un avance en derechos humanos, refleja la miopía de quienes hacen propuestas semejantes y una ideologización de los derechos humanos, que dejan de ser para todos.
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