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El colombiano Alejandro Vélez, Ingeniero en Administración de la Universidad Nacional de Bogotá se enorgullecía de ser ateo, centrando su vida en el éxito profesional, el dinero y el placer sexual con su novia. No podía imaginar que un día, estando de rodillas, conocería a Dios. «Era ateo, totalmente alejado de Dios. Me burlaba y atacaba todo lo relacionado con la Iglesia y con Dios», relata Alejandro en su testimonio.
Sus papás son católicos y cuando era pequeño le llevaban a misa. Bautizado, recibió la Primera Comunión y también el sacramento de la Confirmación. Pero al ir creciendo, ya en el colegio, empezó a vivir experiencias que lo iban alejando de Dios. «Por ejemplo empecé a tener novias y terminando el colegio comencé a tener relaciones sexuales con una novia de entonces. Toda esa falta de pureza me empezó a alejar mucho de Dios».
La influencia de los profesores.
Luego ingresó con 17 años a una universidad pública, la Nacional de Bogotá (Colombia). Siendo aún inmaduro y débil de carácter, dice Alejandro, las creencias de algunos profesores pasaron a ser la suyas. «Ellos no perdían oportunidad para meter su comentario de izquierdas; y sobre todo anti-cristiano, anti-católico, anti-iglesia. Entonces, me enredaron totalmente. Me dejé de llevar de eso».
Estaba convirtiéndose en ateo y tan solo escuchar que se hablaba de Dios o de religión le incomodaba. «Tenía las entendederas cerradas y uno rechaza todo lo que es de Dios. El demonio te tiene agarrado totalmente. Yo no quería escuchar que me dijeran -por ejemplo- eso que estás haciendo con tu novia no está bien. Y por otro lado los profes en la Universidad adoctrinando desembocó en que yo me burlaba de la Iglesia. Decía que la Iglesia es un negocio. Hacía chistes pesados, feos, hasta morbosos sobre la Iglesia, los sacerdotes, sobre Dios y la Virgen».
Su ídolo pasó a ser la ciencia y a medida que avanzaba en los estudios, como también en sus primeros años profesionales, comenzó a surgir en él la soberbia, un carácter egocéntrico, confidencia. «Uno se cree muy bueno. Uno dice yo no robo, no mato, yo leo mucho. Uno cree que se las sabe todas, que sabe mucho de historia, además ya soy ingeniero, trabajo, gano mi propia plata. Mejor dicho, prácticamente no necesito de nadie, soy autosuficiente. Entonces es como un egocentrismo que uno está tan lleno de uno mismo que Dios no cabe, no tiene cabida».
El secreto de esa mujer era Dios
El año 2010 al terminar «por infidelidades» un noviazgo «muy mundano» de seis años y medio, enfrentó una crisis que le llevó a reflexionar sobre la vida que había llevado en todo ese tiempo. En medio de este proceso se fijó en una compañera de trabajo, Johana, cuya permanente alegría la hacía ser muy querida en la empresa. «Era juiciosa, no se enredaba en chismes, buena trabajadora, muy querida, muy buena gente», comenta. Pero un día, conversando con ella, cuando le preguntó cómo había logrado aquel carácter se sobresaltó por la respuesta. Ella le habló de su fe en Dios y que participaba regularmente en una comunidad católica.
A pesar de lamentar que fuese una mujer creyente decidió conocerla un poco más y le pidió que lo llevase a esos grupos católicos de los que ella participaba. Se sintió cómodo, le agradó la gente, las charlas formativas que recibían y regresó en otras oportunidades. Claro que todo era un interés solo intelectual, él seguía con su corazón cerrado a Dios.
Fue al terminar el tercer encuentro al que asistía junto a Johana que algo nuevo ocurrió en Alejandro: «Sentí la necesidad de ir a misa, algo que jamás había sentido», comenta. Y acudió a los pocos días a una Eucaristía. «En esa misa se me vino la imagen de un amigo que yo tenía de infancia y que se había suicidado un año antes. De forma reiterada se me vino el pensamiento de que yo podría haber hecho algo y no hice nada. Sabía que él estaba mal y no hice nada. Creo que esa fue de las primeras veces en que (sin tener aún conciencia de ello) percibí la voz de Dios pidiéndome hacer las cosas bien. Y de alguna forma regresándome esa conciencia que la tenía super adormecida, escondida».
Poco después estando en un almuerzo, Johana lo confrontó advirtiéndole que si él pretendía que fuesen novios, debía saber que ella no tendría relaciones sexuales sino hasta el matrimonio. «Y yo le dije medio sarcástico: «¿O sea que tienes como un cinturón de castidad?» Y ella me respondió firme: «Si lo quieres ver así, sí». Yo quedé confuso diciéndome, pero ¿Cómo así? ¿Qué es esto? Al final le dije: «Me gusta esa convicción, que te hagas respetar»».
Alejandro regresó a su hogar admirado por esa convicción de fe que le mostraba Johana, aunque su relación con Dios continuaba siendo un acto intelectual. «Todo era parte de mi decisión de conocer, no es que yo estuviera convencido de la existencia de Dios». Por esto, cuando ella le sugirió que se confesara le resultaba difícil dar el paso. Pero se dejó acompañar hasta comprender lo que era el examen de conciencia y decidió confesarse, aunque en lo profundo seguía sin experimentar lo que es la fe en Dios.
«Me confesé por fin casi dos meses después de haber llegado y ahí fue donde se me abrieron las entendederas totalmente, de una. Todo encajaba, todo era coherente. Esa nueva fuerza… sentí que Dios me perdonó. Salí de ese confesionario como flotando y nunca me imaginé que iba a pasar eso. Todo era coherente y empecé a sentir una felicidad. Mi alma sentía mucha paz».
Tras esta experiencia de conversión ya han pasado once años, Alejandro y Johana se casaron, formaron familia, asisten regularmente a los sacramentos, llevando una vida de oración y permanente formación en la fe.
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El Señor siempre espera por cada uno de nosotros y pone en nuestro camino a la persona indicada para tener ese encuentro personal. Bendiciones
ResponderBorrarLa fe de aquella chica logro que aquel ateo se cobierta animo haser firmes en la que profesas
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