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Lo que la industria anticonceptiva no quiere que sepas sobre la píldora



Muchos adolescentes y los jóvenes llevan una vida sexual activa. La escuela les enseña a vivir en el ejercicio de sus llamados “derechos sexuales y reproductivos”, y para ello les proporciona información sobre los diversos métodos anticonceptivos disponibles en el mercado.

Se les ofrece mucha información sobre las ventajas y desventajas de utilizar pastillas, implantes, dispositivos intrauterinos, anillos vaginales, condones, parches y otros métodos para evitar un embarazo.

Los métodos naturales y la abstención sexual se aconsejan como las últimas opciones o no se aconsejan, ya que estos no aportan económicamente a la industria contraceptiva y abortista que está detrás del gran negocio de los derechos sexuales y reproductivos.

Riesgos de los métodos anticonceptivos

Veamos los riesgos para la salud que implica que los adolescentes y jóvenes utilicen estos métodos, así como la trampa que representa para las mujeres. De sus implicaciones morales nos ocuparemos en otra ocasión.

Mary Beth Bonacci explica que las píldoras anticonceptivas y otros métodos químicos funcionan por un engaño que se hace al cerebro femenino. Se le envía una señal hormonal que indica que la mujer está embarazada cuando, en realidad, no lo está. La lógica entonces es que la mujer no tenga su ovulación, ya que las mujeres embarazadas no ovulan.

Si una persona trata de leer con detenimiento los efectos secundarios que producen las pastillas anticonceptivas, necesitará gafas para poder distinguir las palabras. Sus fabricantes no quieren que las mujeres consumidoras las lean y así no se enteren de lo que les puede ocurrir:

Subirán de peso, se pondrán de mal humor y cambiará su piel. También les vendrán náuseas. Es decir, las mujeres usuarias de la píldora tendrán efectos similares a los que tienen las mujeres embarazadas, pero con la diferencia de que en ellas no hay ningún bebé que venga en camino, y los efectos secundarios durarán más que los nueve meses de un embarazo.

Cosas más serias pueden ocurrir a las mujeres que consumen estas pastillas: se afectará la capacidad de coagulación de la sangre y se incrementará significativamente el riesgo de cardiopatías y accidentes cerebro-vasculares. Tendrán el doble de probabilidad de tener un infarto o una embolia que las mujeres que no utilizan pastillas.

Idealmente la píldora previene el embarazo pero en el mundo real muchas mujeres olvidan tomarlas, o bien las mezclan con otros medicamentos y así pierden efectividad.

La píldora cuenta con dos acciones de respaldo –dice la Bonacci– en caso de que haya una ovulación. Primero, hace más espeso el moco cervical, lo que dificulta a los espermatozoides pasar. Y segundo, en el caso de que un bebé fuera concebido, la pastilla endurece el recubrimiento del útero para que un embrión no se pueda implantar y así muera en un aborto espontáneo.

Los expertos señalan que estos abortos ocurren entre el 2 y el 28 por ciento de los ciclos menstruales de mujeres que utilizan pastillas anticonceptivas. Esto quiere decir que estas mujeres podrían estar concibiendo y abortando un bebé cada año sin que ellas se den cuenta.

Para muchas mujeres feministas, el mayor avance que ha tenido la sociedad en las últimas décadas no ha sido la teoría de la relatividad de Einstein ni la bomba nuclear, ni las computadoras ni internet. Para ellas la gran revolución ha sido la píldora anticonceptiva.

Se enorgullecen de que les dio la posibilidad de decidir si tener hijos y cuándo tenerlos, y las empoderó dándoles mayor control sobre su cuerpo. Para ellas la píldora es un triunfo.

En realidad la pastilla anticonceptiva es parte de la guerra de sexos que hoy encabeza el feminismo. De manera natural los cuerpos de las mujeres ovulan mensualmente; si ellas son saludables así funciona su organismo. Con esa belleza y sabiduría las hizo Dios.

Pero a la naturaleza de la creación se rebelan las banderas del feminismo proclamando que la creación de la mujer, de esa manera, no fue buena. Es mejor que la mujer entre en la competencia dentro de la vida social, sin ovular, sin embarazarse, como los hombres que no ovulan y no se embarazan.

¿Qué hacer entonces para que la mujer se asemeje más al varón y pueda competir con él reclamando cuotas de género? Tómese esas pastillas con sustancias químicas, aunque le pueda dar una trombosis o un infarto, con tal de que ese pequeño óvulo no cumpla con su función mensual.

Dice la señora Bonacci (traduzco): “¿Cómo se supone que las mujeres nos queremos a nosotras mismas? ¿Cómo decimos que vivimos en paz con nosotras mismas y con Dios que nos creó, cuando vivimos en una constante guerra contra nuestros cuerpos saludables? Creo que no podemos. Creo que mucha de la rabia de las mujeres hoy puede rastrearse hasta la imposible contradicción entre querernos a nosotras mismas y la alteración química de nuestra naturaleza”.

La rebelión contra la naturaleza femenina no es el camino para empoderar a las mujeres. Ese fue la vía equivocada de Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood y de otras feministas que la siguieron. Las mujeres merecen salir adelante y tener éxito en la vida social y laboral de otras maneras, pero no a través de la contracepción y el aborto. El amor a ellas mismas empieza por el respeto a su naturaleza de sus cuerpos.

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El autor es el Pbro. Eduardo Hayen, quien es director de Comunicación Social y coordinador de la Pastoral de la Vida aquí en la Diócesis de Ciudad Juárez.

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