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Con su bebé huían de la guerra, hasta que las monjas les dieron refugio



Las benedictinas contemplativas del monasterio de Solonka en Ucrania, cerca de Leópolis (Lviv), estaban acostumbradas al silencio y a la soledad, pero ahora la situación ha cambiado, pues desde febrero de 2022 dejaron abrieron las puertas de su convento a cientos de refugiados que huyen de la guerra.

Una de las familias alojadas ahí es la de Roman y Anna, que tienen un bebé de un mes y un niño de siete años.

Son de Kharkiv, la segunda mayor ciudad de Ucrania y una de las que ha sufrido los bombardeos de la guerra. Cuando comenzó la invasión militar de Rusia en Ucrania permanecieron entre diez y once días en la ciudad, pero luego la situación empeoró. Ya habían hecho sus maletas cuando un misil golpeó la casa. “Todo comenzó a arder, todos los cristales de las ventanas volaron”, dijo Roman a ACN.

El misil golpeó también la casa de los vecinos. Él recuerda que en las calles las personas huían temerosos de más misiles y de que hubiera fugas de gas.

Ellos tomaron a los niños, el equipaje y huyeron. Pararon un automóvil que los llevó a casa de la madre de un amigo. “Pero allí también había bombardeos, sobre todo de noche, fue terrible. No podíamos dormir por la noche y los niños estaban nerviosos”, recuerda Roman.

Decidieron ir a Leopolis (Lviv) en un tren que transportaba refugiados, una vez allá se dieron cuenta de que no había alojamiento disponible, pues como ellos muchos otros huyeron.

Anna encontró sitio en el suelo de una habitación para madres e hijos, pero eso no era lo que quería  para el bebé. Se sentaron en un banco con los nervios destrozados, el bebé tenía frío y no sabían con qué arroparlo.

Entonces, se les acercó una monja y les preguntó: “¿Tienen alojamiento? ¿Alguien les está esperando?” Ellos respondieron: “¡No, estamos desesperados!”. La hermana sugirió que fueran al convento. Les dieron una habitación limpia, comida, ropa y leche en polvo para el bebé.

Después supieron que sor Hieronima, la religiosa que les había ofrecido ayuda, no tenía pensado ir a la estación de tren ese día, pero sintió que debía ir a ver si alguien necesitaba ayuda.  “Me parece que fue la providencia. ¡Una señal de Dios!”, aseguró Anna.

Roman concidió: “¡El Señor nos ha salvado!”

Las hermanas han salido de la clausura y del silencio, están convencidas de que es lo que Dios pide en estos momentos: “Así es como nuestra comunidad de hermanas y hermanos lee los signos de los tiempos, así es como se ve nuestro ministerio ahora”.

El ejemplo de las religiosas, también ha acercado a los refugiados a Dios. “La mayoría no son creyentes, pero a veces acuden a rezar”, dijo sor Klara.

“Durante la fiesta de la Anunciación, se llevó a cabo en nuestra iglesia la boda de una pareja de ancianos de Zhytomyr. Otra joven pareja de Kharkiv se está preparando para recibir los sacramentos de la reconciliación y el matrimonio, así como el bautismo de su hijo. Varias personas se confesaron por primera vez”.

“Por lo demás, continuamos el ritmo de nuestra vida en oración común en la liturgia de las horas. Tenemos horas adicionales de adoración a la sagrada eucaristía. ¡Que el Señor sea glorificado en todas las cosas!“


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