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Papa Francisco: Un sacerdote mundano es un pagano clericalizado



“Ser sacerdotes es, queridos hermanos, una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente”, lo afirmó el Papa Francisco en su homilía al presidir esta mañana, en la Basílica de San Pedro, la concelebración de la Misa Crismal con los patriarcas, cardenales, arzobispos, obispos y presbíteros presentes en Roma. Una celebración en la que el Pontífice bendice el óleo de los catecúmenos y de los enfermos, consagra el Crisma y los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales.

Iniciando su homilía, el Papa se refiere a la lectura del profeta Isaías leída durante la celebración y recuerda que es el Señor mismo quien paga el salario del sacerdote, su recompensa, es decir, “su Amor y el perdón incondicional de nuestros pecados a precio de su sangre derramada en la Cruz”.

No hay salario mayor que la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón. No hay precio más costoso que el de su Sangre preciosa, que no debemos permitir que se desprecie con una conducta que no sea digna.

Es decir, subraya a continuación el Obispo de Roma, “estas son invitaciones del Señor a que le seamos fieles, a ser fieles a su Alianza, a dejarnos amar, a dejarnos perdonar; no sólo son invitaciones para nosotros mismos, sino también para poder así servir, con una conciencia limpia, al santo pueblo fiel de Dios”.

“Fijar los ojos en Jesús es una gracia que, como sacerdotes, debemos cultivar”

“Al terminar el día – es el consejo del Papa – hace bien mirar al Señor y que Él nos mire el corazón, junto con el corazón de la gente con la que nos encontramos. No se trata de contabilizar los pecados, sino de una contemplación amorosa en la que miramos nuestra jornada con la mirada de Jesús y vemos así las gracias del día, los dones y todo lo que ha hecho por nosotros, para agradecer. Y le mostramos también nuestras tentaciones, para discernirlas y rechazarlas”.

"Se trata de entender qué le agrada al Señor y qué desea de nosotros aquí y ahora, en nuestra historia actual, añade Francisco, y dejar que el Señor mire nuestros ídolos escondidos nos hace fuertes frente a ellos y les quita su poder”.

Tres espacios de idolatría: mundanidad, pragmatismo y funcionalismo

A continuación, el Santo Padre compartió con los presentes tres espacios de “idolatría escondida” en los que el Maligno utiliza sus ídolos para depotenciar la vocación de los pastores y alejarlos “de la presencia benéfica y amorosa de Jesús, del Espíritu y del Padre”.

El primer espacio de idolatría escondida es aquella que se abre donde hay mundanidad espiritual que es «una propuesta de vida, es una cultura, una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje». Su criterio es el triunfalismo, un triunfalismo sin Cruz, afirma Francisco.

Es la mundanidad de andar buscando la propia gloria nos roba la presencia de Jesús humilde y humillado, Señor cercano a todos, Cristo doloroso con todos los que sufren, adorado por nuestro pueblo que sabe quiénes son sus verdaderos amigos. Un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado.

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