Páginas

BÚSQUEDA POR TEMA

¿Y si existieran los extraterrestres? ¿Qué lugar ocupan los alienígenas en el pensamiento católico?



¿Habrá un día obispos alienígenas? ¿Se celebrarán misas en Próxima Centauri en una lengua extraterrestre? ¿La Iglesia será católica, o sea, universal, en el sentido cósmico en que hoy entendemos esta palabra? Estas preguntas, por muy peregrinas que parezcan, forman parte de una de las discusiones cada vez más detalladas y frecuentes dentro de ámbitos teológicos cristianos. Y no se trata de un debate nuevo, porque la posibilidad de que existan en otros mundos seres dotados de libertad y conciencia es algo que ha dado que pensar desde antiguo. Nicolás de Cusa en el s. XV, o Giordano Bruno en el s. XVI son algunos de los intelectuales católicos que han especulado con la idea de que, fuera de nuestro planeta, haya vida inteligente.

En el siglo XX, Louis de Wohl y C. S. Lewis —un anglicano muy próximo al catolicismo— se tomaron en serio la cuestión. Ambos escribieron novelas basadas en razas extraterrestres que habitaban Marte y que trababan relación con los humanos. Tanto el libro de Wohl (Segundo asalto, 1954) como la «trilogía cósmica» de Lewis (1941–1945) se publicaron en una época en que existía un cierto furor por el tema. Un número no desdeñable de científicos entendía que el planeta cobrizo podría acoger algún tipo de vida, aunque fuesen líquenes estacionales. A finales del s. XIX Giovanni Schiaparelli creyó ver canales que cruzaban la superficie marciana, lo que alentó teorías como las de Percival Lowell (comienzos del s. XX), quien sostenía que se trataba de vías de irrigación excavadas por una raza inteligente, a fin de solventar la aridez de aquel mundo frío y herrumbroso. Durante la primera mitad del s. XX se añadieron algunas observaciones que alentaron esa hipótesis: el descubrimiento de los casquetes polares marcianos, así como algunas mediciones excesivamente optimistas sobre su temperatura.

Lo que sabemos del espacio

En 1897 (por entregas) y 1898 (como libro) publicó H. G. Wells La guerra de los mundos, ficción que Orson Welles dramatizó en 1938 como emisión radiofónica que muchos estadounidenses se tomaron en serio. Aquella historia contaba cómo los marcianos, dotados de una estremecedora superioridad tecnológica, desembarcaban en nuestro planeta y lo sojuzgaban sin apenas resistencia. Sin embargo, los invasores venidos de Marte caían víctimas de nuestras bacterias.

La conjetura de un Marte poblado por seres inteligentes se desmoronó en el verano de 1965, cuando la sonda Mariner 4 radió a la Tierra las primeras fotografías de la superficie marciana. Aquel era, en realidad, un mundo cráteres, yermo, muy similar a la Luna. No obstante, en el verano de 1976 las sondas Viking se posaron en dos puntos de aquel desértico y rojizo planeta. Sus experimentos no ofrecieron resultados concluyentes sobre si el mundo cobrizo situado entre la Tierra y Júpiter alberga —o albergó en el pasado— algún tipo de vida, aunque fuese muy precaria y rudimentaria. Hoy, después de decenas de misiones mucho más avanzadas, los resultados siguen siendo ambiguos; la única respuesta que parece haberse hallado es la confirmación de que, millones de años atrás, Marte disfrutó de océanos.

En octubre de 2017 se detectó el primer objeto interestelar: una estructura que cruzó nuestro sistema solar, procedente de la brillante estrella Vega, situada a 25 años luz. Los astrónomos no han determinado con exactitud su naturaleza, pero algunos, como Avi Loeb, catedrático de Harvard, asumen que, dada su forma, extraño comportamiento y características, debe de ser un ingenio construido por seres inteligentes. Este objeto —denominado Oumuamua— se ha convertido en uno de los muchos enigmas a que se enfrenta la astronomía moderna. En cualquier caso, no hay, en este momento, ni una sola prueba razonable de existencia de vida —inteligente o no— fuera de la Tierra. Ni siquiera el ambicioso proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) ha obtenido el más mínimo indicio.

¿Marcianos comulgando?

Sin embargo, y por si pudiera suceder que un día nos topásemos con alienígenas, dentro del mundo católico se ha pensado y se sigue pensando en esta opción. Los libros de Wohl y de Lewis se centraban en el concepto de Pecado Original: ¿son los marcianos seres que comieron de su propia «manzana», o, por el contrario, constituyen una raza dotada de entendimiento y voluntad que no precisan de Redención, y que viven en armonía bajo la égida angelical? En la trilogía de Lewis aparecen tres tipos de habitantes de Marte, a semejanza de los Elfos, los Humanos y los Hobbit del mundo de Tolkien, o de la misma manera que los wookiees, los ewoks, los humanos o los jawas en el universo de George Lucas. Según la perspectiva de Lewis, cada raza alienígena tiene sus propias características —con inteligencias y capacidades distintas— y su propia historia. Por eso, el autor de Una pena en observación y los Cuatro amores dijo en 1958 —en su ensayo Religión y cohetes espaciales—: «Demos gracias a Dios de que aún nos quede mucho para realizar viajes a otros mundos; me pregunto si las vastas distancias astronómicas no sean sino las cuarentenas preventivas de Dios que evitan que se propague la infección espiritual de una especie caída», como la humana.

Un planteamiento muy distinto es el que abunda hoy entre los pensadores católicos dedicados a esta cuestión. Desde los tiempos en que sacerdotes como T. J. Zubek o John P. Kleinz publicaran ensayos como Theological Questions on Space Creatures (1961) o The Theology of Outer Space (1960) hasta hoy, el tema no ha cejado de incrementar la atención. De hecho, en 2021 se editó Extraterrestrials in the Catholic Imagination: Explorations in Science, Science Fiction and Religion, una colección de artículos, estudios y ponencias que fueron fruto de unas actividades organizadas por el seminario de Saint John (California) en 2020. Durante los últimos veinte años no es nada difícil encontrar publicaciones académicas en inglés que se preguntan sobre la posible relación de extraterrestres con la Iglesia, así como con las verdades del credo. En su momento, el jesuita José Gabriel Funes, entonces director del Observatorio Astronómico del Vaticano, comentó que no se puede descartar la existencia de vida inteligente más allá de la Tierra, e incluso, en línea con Lewis, aventuró que quizá los alienígenas viven en armonía con el Creador, mientras que los humanos somos «la oveja perdida». En una línea muy aventurada, Christopher Baglow, director del Science and Religion Initiative en la Universidad de Notre Dame, asegura que los extraterrestres incluso podrían tener acceso a los sacramentos.

Sea como fuere, el consenso entre el mundo intelectual católico sostiene que, si bien la Redención obrada por Cristo tiene carácter universal, está primeramente dirigida a los humanos, a causa de la desobediencia de Adán y Eva. De igual modo que los ángeles adoran a Cristo —aunque no tienen acceso a los sacramentos—, así los alienígenas cuyos padres no desobedecieron a Dios adorarían al Verbo hecho carne humana. Según aventuran algunos pensadores, pudiera darse el caso de que existieran extraterrestres en armonía con el Creador —no necesitados de Redención— que trabaran relación con los humanos. Y, siendo la raza humana inferior a ellos en todos los órdenes —como es inferior también el humano a los ángeles—, aprenderían algo nuevo y valioso gracias a nosotros: que Dios se ha entregado con mayor generosidad a los descarriados y a los ignorantes. «Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava, y por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones», canta María en el Evangelio de Lucas.

2 comentarios:

  1. "Si geométricamente el universo no es finito ni infinito entonces es ilimitado, no tiene principio ni fin, tamaño ni forma definida, y su comportamiento en ciclos cósmicos de dimensiones inimaginables, lo retorna, por una imperiosa necesidad espacial de la geometría, a su punto de partida, el PUNTO CERO para, de seguido, volver a empezar y repetir, en el espacio-tiempo indefinidamente el ETERNO RETORNO, como así lo indican con todo rigor las ecuaciones X 0 = 0 y X 0 = 1, las dos singularidades de un espacio que se cierra y se abre en universos intermitentes que nacen, crecen y mueren, como las burbujas que salen en todas direcciones por la cánula que sopla desde siempre un Creador, que Dios es Dios con universo o sin universo. ++++++ Tomado de la página 120 de la investigación titulada "El fascinante universo de la geometría". +++++++ El autor de esta teoría ha amanifestado reiteradamente que la Iglesia Católica y su doctrina en nada se ve afectada con esta tesis que es independiente de la fe católica, autor que además es un católico practicante. -----Para más información pueden escribir a +++++ Escazú COSTA RICA, Agosto 10 de 2022.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Mi correo, del artículo anterior es, < tiavila@yahoo.es >

      Borrar

Publicaciones más leídas del mes

Donaciones: