Por: Padre Víctor Jiménez.
El hombre de hoy, hacinado en una ciudad, se siente literalmente aplastado por miles de estímulos sensoriales que, a la larga, lo enajenan, lo sacan de sí mismo y lo sumergen en el aturdimiento, por eso busca métodos de meditación o de relajación como el yoga. ¿Pero qué opina la Iglesia de esto?
El tema es de suyo controvertido, pues hay quienes que sólo con escuchar ese nombre, lo satanizan; hay otros, en cambio, que intentan hacer compatible ese estilo de meditación con el cristianismo, transformándolo en el llamado “yoga cristiano”.
La Iglesia católica, concretamente, en su Magisterio no ha hecho una pronunciación como tal de condena o de aceptación; sin embargo, hay algunos documentos que nos orientan para discernir el uso en nuestra vida ordinaria.
Partamos del hecho de que el yoga no es simplemente una serie de posturas o ejercicios para el cuerpo, por mucho que tratemos de separarlos. El yoga viene inmerso dentro de un paquete llamado hinduismo. Esta religión tiene un visión del mundo y de la persona abiertamente diferente al cristianismo.
Como punto central, para el cristiano, la oración es un camino de unión con Dios, de “divinizar lo humano”, de relacionarnos con un Persona que nos ama y a la que buscamos amar en un diálogo profundo.
El riesgo que corremos es hacer de nuestra vida de fe un “licuado de diversos elementos”, un sincretismo peligroso, en donde nuestra felicidad o nuestra relación con Dios la hacemos depender de métodos y/o posturas sin las cuales no se podría alcanzar la meta.
Como explica la Iglesia: “Estas propuestas u otras análogas de armonización entre meditación cristiana y técnicas orientales deberán ser continuamente examinadas con un cuidadoso discernimiento de contenidos y de métodos, para evitar la caída en un pernicioso sincretismo” (Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 1989, 12).
En México, el Cardenal Norberto Rivera, hoy Arzobispo Emérito de México, publicó un pronunciamiento magisterial en 1996 donde se refiere al zen, el tai chi y las múltiples modalidades del yoga como “formas de meditación no-cristiana” y asegura que “por más que se insista en su valor exclusivamente como métodos, sin contenidos contrarios al cristianismo, las técnicas en sí no dejan de representar serios inconvenientes para el cristiano”.
Estos puntos y la conciencia deberá ayudarnos a tomar una decisión, si vale o no la pena usar el yoga, o mejor buscar otras formas para ejercitarnos o para lograr nuestra meditación. Invitaría a cada cristiano a buscar y conocer mejor la gran riqueza de métodos de meditación y expresiones que tiene la Iglesia católica.
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