En la parábola conocida como «el hijo pródigo», el derrochador protagonista padece de hambre y desea comerse las algarrobas con que se alimentan los cerdos que se ha visto obligado a cuidar, para ganarse algo de dinero. El cerdo —dentro de la mentalidad judía en que Jesús predica con esta parábola— es un animal impuro que, aparte de algarrobas, también come bellotas de encina. Y precisamente en una encina se aparece la Madre de Jesús a tres niños pastores a las afueras de una aldea portuguesa, el 13 de mayo de 1917. Los tres pastorcillos eran Lúcia (once años) y sus primos Francisco (le faltaba un mes para cumplir nueve años) y Jacinta (siete años).
Sin embargo, no era la primera ocasión en que presenciaban un fenómeno fuera de lo natural. En el verano de 1915, Lúcia se había marchado con tres amigas para almorzar y rezar el rosario en un cerro a las afueras de la propia Fátima, dentro del concejo de Ourém. «Apenas habíamos comenzado [el rosario], cuando vimos, como suspendida en el aire, sobre el arbolado, una figura como si fuera una estatua de nieve que los rayos del sol volvían como transparente», relató años más tarde Lúcia al redactar la Segunda Memoria (noviembre de 1937). El extraño acontecimiento, de un hálito sobrenatural, se repitió al cabo de un tiempo, cuando la niña y sus tres amigas pastoreaban las ovejas.
En 1916 Lúcia, Jacinta y Francisco vivieron en tres ocasiones la aparición de un Ángel, que, según testimonio de la Segunda Memoria, era «un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza». En la primera de estas veces, el Ángel se identificó como Ángel de la Paz y les pidió rezar con esta fórmula: «¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman». La segunda vez se refirió a sí mismo como Ángel de Portugal y les conminó a orar y mortificarse intensamente; «Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia, ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios», les dijo. Durante la última aparición, el Ángel les dio a comulgar; a Lúcia la hostia y a Jacinto y Francisco el cáliz.
Este tipo de acontecimientos reforzó la piedad de los tres pastorcillos, y les inculcó un hondo sentido de la oración, la gravedad del pecado y la necesidad de sacrificios. Con esta actitud, Lúcia, Francisco y Jacinta vivieron las apariciones marianas que se sucedieron entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917. Cada aparición se produjo en día 13, excepto en agosto, cuando los niños fueron detenidos por el administrador municipal de Ourém, Artur de Oliveira Santos. Oliveira los sometió a aterradores interrogatorios, pues esperaba que el miedo hiciera desistir a los niños de sus actividades, que cada vez congregaban a más personas en la Cova da Iría. Por aquel entonces, Portugal se encontraba en un periodo de especial radicalismo anticlerical, del que participaba Oliveira.
Sin embargo, el 13 de agosto unas cinco mil personas se arremolinaron en el lugar de las apariciones, y presenciaron una difusa nube de color ceniza en torno a la encina, lo que las reconfortó espiritualmente, como si se hubieran sentido próximos a la presencia de la Virgen. Por su parte, los pastorcillos, una vez liberados de la prisión de Ourém, pudieron gozar de la aparición mariana al cabo de unos días y en otro paraje: Valinhos.
El punto culminante sucedió durante la última aparición, en octubre. Miles de personas aseguraron presenciar cómo el sol describía una especie de baile. Además, en las horas previas había llovido torrencialmente. Durante aquellos meses, y también posteriormente, los niños fueron interrogados, con mayor o menor grado de dureza o dulzura, por sacerdotes y familiares. Y eso que los niños habían evitado contar gran parte de lo que se les había comunicado en aquellas apariciones.
Quedaban más o menos próximas las apariciones decimonónicas de La Salette y Lourdes, fenómenos cuyos protagonistas también eran niños pequeños y humildes, analfabetos o poco letrados, pastores de ovejas.
La parte esencial de lo que se denomina el Mensaje de Fátima viene dada por la primera aparición, la del 13 de mayo. La Virgen les dice: «¿Queréis ofreceros a Dios, para suportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?». Lúcia y sus primos responden afirmativamente, de modo que la Virgen les advierte: «Tendréis, pues, que sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza». La pequeña Jacinta, en ocasiones aseguraba haber visto los horrores del pecado y del Infierno, así como los sufrimientos del papa —los tres niños prefierían usar la expresión «el Santo Padre».
Lúcia insistió toda su vida en esta idea: la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, la Comunión reparadora de los Primeros Sábados, el rezo diario del rosario, la penitencia, la mortificación por los pecados de todos los hombres. Con esta actitud fallecieron Francisco (1919) y Jacinta (1920), beatificados por Juan Pablo II el 13 de mayo de 2000, y canonizados el 13 de mayo de 2017 (centenario de las apariciones) por Francisco. La devoción a Fátima ha sido notoria en muchos papas, como Pío XII o Woytila, cuya vida se salvó precisamente el 13 de mayo de 1981 tras el atentado de que fue objeto en la Plaza de San Pedro.
Hay que tener en cuenta que la parte principal de las Memorias de Lúcia las redactó en Tuy —donde profesó como monja dorotea, además de una temporada en Pontevedra— entre 1935 y 1941. Durante los años 20 había tenido otras apariciones, así como había escrito algunas cartas. Casi todo lo que Lúcia escribió lo hizo a instancias del obispo de Leiria, José Alves Correia da Silva. La monja, casi obligada y tras intentar evitarlo, acabó desvelando lo esencial de su experiencia mariana, de la cual destaca el llamado Secreto de Fátima, cuyas dos primeras partes sólo dio a conocer en 1941 y se publicaron en 1942. Esas dos primeras partes son la visión del Infierno y la profecía sobre lo que se ha entendido que fue la II Guerra Mundial y la invasión de Europa Oriental por parte de la Unión Soviética.
Aunque el Vaticano publicó en el año 2000 la Tercera parte del Secreto, resuenan aún las palabras de Joseph Ratzinger en 1985 (Informe sobre la fe). El cardenal bávaro reconoció a Vittorio Messori que él había leído la Tercera parte del Secreto, pero prefería no dar pábulo a especulaciones o interpretaciones sensacionalistas: «desde Fátima se lanzó al mundo una severa advertencia, una llamada ante los peligros que se ciernen sobre la humanidad; las apariciones marianas no hacen sino confirmar la necesidad urgente de penitencia, de conversión», y, citando las palabras de Jesús según el Evangelio de Lucas, añadía: «Si no os convertís, todos pereceréis». De la encina de Fátima brotan las bellotas que devoran los cerdos y que el pecador, iniciando su penitencia, desea comer; se saciará con la fiesta que le prepara el Padre.
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