Mucha gente se rige por este principio: ‘si se siente bien, está bien, es decir, si siento que hacer algo está bien, entonces lo hago’.
Pero es un principio peligrosamente subjetivo, que nos puede convertir en víctimas de alguien que se siente bien haciendo el mal.
Ahí tenemos el caso de Putin. Ha declarado que la ‘operación militar especial’ en Ucrania (evade llamarla ‘guerra’), es ‘para bien de los ucranianos’.
¿Cómo va a ser para su bien que sus casas sean bombardeadas, sus pueblos destruidos, sus familias devastadas, sus esposas e hijos huyan quién sabe a dónde y ellos se vean obligados a quedarse a defender su patria de enemigos que antes veían como hermanos?
Otro caso: el de quienes dicen que el aborto hace bien a la mujer. ¿Cómo le va a hacer bien violentar su cuerpo, quitándole la vida a su propio hijo? De momento puede parecerle conveniente librarse de criarlo, pero con el tiempo contará los años transcurridos desde aquello y pensará: ‘ahora tendría tal edad, sería mi apoyo, mi compañía’, tendrá una herida que nunca podrá cerrar.
Uno y otras repiten constantemente que hacen bien, y convencen a mucha gente. Pero ¿realmente lo creen o en el fondo saben que hacen mal?
Consideremos el caso del presidente de EUA. Es católico. Hace años declaraba estar en contra del aborto. Pero cuando empezó su campaña, como aceptó cuantiosos donativos de Planned Parenthood, la organización que más abortos realiza en todo el mundo, empezó a usar el viejo pretexto de que ‘no impondría sus creencias a nadie’. Y ahora que ya llegó al poder, y a raíz de que en estos días fue rechazada por el senado una ley que pretendía, entre otras cosas, imponer en todo país como ‘derecho humano’ el aborto hasta el momento del nacimiento e impedir la objeción de conciencia, obligando a médicos católicos a practicarlo, afirmó que lo que tienen que hacer los votantes es elegir a más políticos proaborto en el senado, y prometió que cuando esa ley sea aprobada, la firmará. ¿Creerá de veras que hace bien?
Y ni hablar de la empresa que financió su campaña, que se presenta como defensora de los derechos de las mujeres, pero cuando éstas acuden a sus instalaciones se asegura de que nadie llame ‘bebé’ al ser que llevan en sus entrañas, que no vean el ultrasonido, que no oigan su latido cardíaco, que sean llevadas apresuradamente a abortar sin intentar siquiera explicarles los riesgos o darles alternativas, porque lo que buscan es ganar millones de dólares traficando con las partes de los cuerpos de los fetos abortados, vendiéndolos a farmacéuticas, a empresas de cosméticos y hasta a restaurantes.
Se podrían seguir enumerando casos de quienes hacen el mal asegurando que hacen el bien, porque así lo creen o porque así lo quieren hacer creer.
Desde invadir un gran país hasta terminar con la vida de un indefenso ser humano, la situación es igual: personas inocentes quedan a merced de que a alguien se le ocurra que hace bien exterminándolas.
Vivimos como en un partido deportivo en el que sucedió lo impensable: se le aplicó ‘tarjeta roja’ ¡al réferi! Reina el caos.
Es que cada vez más personas, más países, han expulsado a Dios en su vida. No lo quieren en la familia, en la educación, en la cultura, en la política.
La criatura se rebela contra su Creador, lo rechaza como autor y como árbitro de su existencia. Quiere ser ella la que determine lo que está bien y lo que está mal, desde a qué genero quiere pertenecer, hasta qué locuras quiere cometer, no acepta trabas, límites. Pero es como un tren que cree que saliéndose de sus rieles será libre, no lo será, simplemente se descarrilará. El hecho de que las niegue o las ignore no significa que no haya normas por las que se debe regir. Las ha establecido Dios, y no para limitarla, sino para permitirle ser verdaderamente libre.
Así que para saber si algo está bien o mal, examinar cómo ‘lo sentimos’ suele conducirnos a error. Hemos de consultar la voluntad de Dios, pues sólo Él lo sabe y sólo Él desde Su sabiduría y amor, conoce lo que en verdad nos hace bien, lo mejor.
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