El pasaje evangélico de Jesús contra los cambistas afuera del templo puede ser interpretado como un acto de ira irracional.
¿Jesús pecó de ira cuando echó a los vendedores del templo? El pasaje al cual alude esta pregunta es un texto de tradición unánime en los evangelios (Mc 11, 15-18; Mt 21, 12-17; Lc 19,45; Jn 2,13-17). Por lo tanto, nadie, dentro de los estudios del Nuevo Testamento, pone en duda la historicidad de tal hecho.
Las pregunta obligadas son: ¿Qué hizo Jesús, exactamente? ¿Cuál es el significado de tal acontecimiento? ¿Por qué Jesús hizo lo que hizo? Trataremos, en este breve artículo, de dar respuestas satisfactorias, aunque no exhaustivas.
En primer lugar, debemos recalcar el hecho de que Jesús nunca utilizó la violencia en contra de los cambistas, es decir, en contra de los que cambiaban la moneda romana (impura) por la moneda acuñada en el Templo. Él se limita a echarlos fuera (no se nos dice la forma en que lo hizo) y, eso sí, derriba sus mesas de trabajo. Queda excluida pues la ira que lastima o daña a las personas.
Derribó sus mesas, ¿por qué?
¿Por qué Jesús echa fuera a los cambistas y vendedores y derriba sus mesas? Porque, Jesús mismo lo indica, han pervertido con su actividad explotadora la finalidad del Templo, que era ser lugar de encuentro con Dios (oración), al cual han convertido en auténtica cueva de ladrones (le roban al pueblo sencillo, al comerciar con lo sagrado).
En efecto, los encargados de la actividad en el templo convirtieron el culto expiatorio del perdón de los pecados en un medio para explotar económicamente al pueblo sencillo (cobraban al penitente para comprar el animal del sacrificio y luego revendían su carne). Esto es lo que causa la indignación de Jesús, que dirige su enojo en contra del símbolo de tal actividad explotadora (las mesas).
¿Ira de Jesús?
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que se trata de un gesto profético, de denuncia y advertencia, no de una acción movida por la ira irracional que tiene como objetivo lastimar al prójimo como venganza por una ofensa recibida (en eso consiste el pecado capital de la ira).
Como podemos darnos cuenta, la acción de Jesús nada tiene que ver con ese pecado.
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