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¿Podemos rezar por los demonios y condenados? Un sacerdote responde





Estimado Padre: Desde hace un par de años me hago la siguiente pregunta: Jesús nos enseña a amar a nuestros enemigos; ¿esto es válido aplicarlo con los ángeles caídos?; ¿Sufre Dios por sus ángeles caídos?; ¿Se aplica a ellos la parábola del hijo prodigo, en el sentido que puedan ser ellos hijos pródigos alejados de la voluntad del padre? ¿Por otro lado es válido rezar por quienes se han portado tan mal que la historia humana ya los ha condenado?; Por ejemplo, yo incluyo a Judas el Iscariote (Hitler y Nerón, entre otros) porque siento compasión y además porque ¿no tenemos todos algo de Judas? Gracias!!! Desde Maracay, Venezuela.

Respuesta:

Santo Tomás estudia este tema en su tratado de la Caridad (Suma Teológica, II-II, cuestión 25). Allí, después de preguntarse por el amor a Dios, al prójimo y a sí mismo, también se pregunta si se puede amar a los pecadores y a los enemigos. Le resumo sus enseñanzas:

1) La caridad respecto de los pecadores

Si bien la caridad es debida a los hombres, hay algunos que parecen excluidos de la amistad caritativa como enemigos de Dios, que son los pecadores, y otros, además, como enemigos nuestros.

Sin embargo, Santo Tomás recuerda el razonamiento de San Agustín diciendo: "Dice San Agustín que "amarás a tu prójimo", vale lo mismo que "a todo hombre hay que tener por prójimo". Los pecadores no dejan de ser hombres, porque el pecado no destruye la naturaleza. Por tanto, han de ser amados por caridad".

¿Cómo puede y debe ser amado caritativamente el pecador, a pesar de su pecado? Explica Santo Tomás que en el hombre pecador hay que distinguir la naturaleza, por la que es capaz de Bienaventuranza, y la culpa, que le impide conseguirlo. Por eso, todo pecador como tal debe ser odiado, pero como hombre ha de ser amado: "debemos odiar en los pecadores su condición de tales, y amar su condición de hombres capaces de Bienaventuranza".

Se debe amar a los pecadores con caridad "no porque queremos lo que ellos quieren o nos gocemos en lo que ellos se gozan, sino para hacerlos querer lo que queremos y que se gocen en lo que nosotros nos gozamos". Por eso recuerda aquello de Jeremías 15,19: "Se convertirán ellos a ti, y tú no te convertirás a ellos".

2) Caridad a los enemigos.

Hay que entender por "enemigos" aquellas personas que nos odian pecaminosamente. En tal sentido, es una especie del amor a los pecadores.

El amor a los enemigos es preceptuados por la Sagrada Escritura y allí se nos pone como ejemplar el amor de Dios a nosotros cuando éramos enemigos; se puede leer: Mt 5,44-48; Rom 5,8-10; Ef 2,1-7.

Lo mismo nos recuerda el Magisterio: "Cristo murió por amor a nosotros "cuando éramos todavía enemigos" (Rom 5,10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos…" (Catecismo, 1825).

Podemos resumir la doctrina de ambos artículos en los puntos siguientes:

-Al enemigo, como tal, es decir, en cuanto posee la cualidad pecadora que lo constituye en enemigo y perseguidor, sería perverso amarle.

-Al enemigo, como hombre y capaz de Bienaventuranza divina, se le debe amar bajo pena de condenación, con el amor caritativo que se tiene a todos en general. Y, por tanto, se le debe conceder los signos y beneficios caritativos que se otorgan en general al prójimo.

-No es necesario amar al enemigo con el amor especial que se reserva para los más queridos, ni, por tanto, hacerle objeto de las atenciones y beneficios correspondientes a ese amor.

-Sin embargo, es necesario estar dispuesto a tener y ejercitar esa caridad especial con el enemigo en caso de necesidad.

-No es obligación, sino perfección de la caridad, tenerla y ejercitarla especialmente con los enemigos no necesitados.

3) La caridad hacia los condenados y los demonios


Santo Tomás habla directamente sobre los ángeles condenados, y lo que dice podemos también aplicarlo a los hombres condenados.

Los demonios no pueden ser objeto de la caridad, porque ésta se extiende a las creaturas que poseen o pueden poseer la divina Bienaventuranza. Y los demonios están definitivamente imposibilitados para ello por justicia divina, que debemos amar.

Únicamente en cuanto la caridad puede amar lo que es un bien para otro, puede quererse caritativamente la conservación de los demonios en el ser, para gloria de Dios.

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