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Sacerdotes asesinados dedicaron su vida a atender a los rarámuris




Los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora eran grandes enamorados de la Sierra Tarahumara; su último acto de valentía fue proteger a un hombre herido.


Eran cerca de las 18:00 horas del 20 de junio cuando los sacerdotes Joaquín Mora y Javier Campos presenciaron como un hombre herido ingresó a la iglesia de San Francisco Javier en el poblado de Cerocahui, Chihuahua, estaba a punto de morir y ellos lo atendieron espiritualmente, sin embargo, las personas que lo atacaron también dispararon a los jesuitas y los asesinaron.

Ambos eran sacerdotes con una amplia trayectoria en la zona y sobre todo estaban enamorados de la cultura rarámuri, el pueblo originario que habita en la Sierra Tarahumara.

La región destaca por su belleza, sus elevadas montañas y profundas barrancas, pero en los últimos años sus habitantes también han visto un crecimiento en las acciones del crimen organizado, que ha llevado al despojo de tierras y el desplazamiento forzado.

Los asesinos se llevaron los cuerpos de los dos sacerdotes y el laico, hasta este momento sus hermanos sacerdotes desconocen el paradero de los restos y esperan que los entreguen para poder celebrar una Misa de exequias.

“Hoy nos toca vivir lo que viven muchas familias, este dolor que sentimos nos hace solidarios con tantos que viven la desaparición de un hijo o hija”, expresó en entrevista el padre Jorge Atilano González Candia, asistente del provincial para el sector social de la Compañía de Jesús en México, y quien conoció personalmente a ambos padres, quienes eran muy queridos en la zona, estas son sus historias.

El padre Joaquín Mora Salazar, servicial y cercano

El jesuita Joaquín Mora Salazar, también conocido como el padre Morita nació en Monterrey en 1941 y a los 17 años ingresó a la Compañía de Jesús. Fue ordenado sacerdote en la capital de Nuevo León el 1 de mayo de 1971.

A partir de ese momento comenzó su incursión a la Sierra Tarahumara pues misionó durante 6 meses en Sisoguchi donde fue Vicario Cooperador. En la zona también estuvo dos periodos más de 1976 a 1977 y de 1998 a 1999.

Fue en 2007 cuando fue nombrado Vicario Cooperador de Cerocahui cargo que ocupaba hasta la fecha. En este poblado hay comunidades rarámuris y mestizas, el padre Morita era “muy cercano, muy servicial y muy querido por todos ellos”, recuerda el sacerdote Jorge Atilano.

En el caso de los rarámuris, le tocaba acompañar las fiestas, asambleas y tradiciones que les dan identidad.

Tenía 81 años y era muy hogareño, “a quien llegaba a la iglesia lo hacía sentir en casa” y “aunque tenía varios problemas de salud él estaba convencido de seguir con su labor en la Tarahumara”.

Además, sabía que la Iglesia es la casa de todos, incluso de aquellos que tomaron el camino de la delincuencia. A la iglesia llegaba “gente dedicada a los cultivos de la droga, pero él también fue siempre muy amable con ellos, incluso lo respetaban, lo valoraban, por eso nos extraña tanto este asesinato”.

El padre también misionó en Tampico donde fue profesor. “Los que tuvimos clases con él conocimos a una persona muy agradable, era muy pacifico, sus consejos siempre eran mesurados, positivos”, aseguró un exalumno entrevistado por un diario local.

El padre Javier Campos, el Superior de los jesuitas y servidor de los rarámuris

El jesuita Javier Campos Morales, era conocido por sus hermanos como el padre Gallo y en cuestiones de la cultura rarámuri era una auténtica autoridad. Su conocimiento era valorado por los obispos, sus hermanos y también por los propios pobladores, recuerda el padre Jorge Atilano.

El padre Gallo nació el 13 de febrero de 1943 en la Ciudad de México y durante su niñez y adolescencia vivió en Monterrey, Nuevo León. Al igual que el padre Joaquín fue a los 16 años cuando ingresó a la Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote el 8 de junio de 1972 en la Ciudad de México.

Apenas un año después comenzó su misión en la Sierra Tarahumara, región que conoció a profundidad y donde pudo permanecer toda su vida terrena. Inició como superior local, vicario pastoral y episcopal en la comunidad de Norogachi. Luego fue párroco de Guachochi, Chinatú y Cerocahui.

Actualmente era el Superior de la Misión Jesuita en la Sierra Tarahumara y párroco de la iglesia de san Francisco Javier en Cerocahui en la que fue asesinado a los 79 años.

Era un sacerdote muy querido y tenía muchos amigos, recuerda el padre Jorge Atilano González.

”Él nos decía: ‘nuestra misión es enamorarnos, tenemos que vivir enamorados de la cultura rarámuri, de su cosmovisión’”.

Y el padre Javier Campos vivía bajo esa instrucción por eso él hablaba lengua tarahumara, sabía los bailes de la cultura porque los rarámuris lo incorporaban a esta tradición, conocía su cosmovisión, visitaba las casas de las familias y dirigía a los sacerdotes en el rito de celebración que se realiza en la zona. “Era toda una figura de autoridad para la iglesia autóctona”.

Con este asesinato se rompió un modo de convivir

La labor del padre Jorge Atilano González, como asistente del provincial para el sector social de la Compañía de Jesús en México incluye visitar las diferentes misiones de los jesuitas en el país, por ello, pudo presenciar la labor en la Sierra Tarahumara.

“Ellos hablaban que habían aprendido a vivir en un ambiente controlado por el crimen organizado, sabían el trato que tenían que darles, tenían ya los códigos para convivir y también estas personas habían respetado su autoridad. Por eso creemos que con este asesinato se rompió un modo de convivir que nos parece muy delicado para las condiciones de la Sierra Tarahumara”.

Tras lo ocurrido, autoridades resguardan a los jesuitas que se encuentran en Cerocahui, y si de algo está convencida la Compañía de Jesús es que la misión debe permanecer y continuar su labor.

“Esto es un llamado para seguir, ahí se necesita nuestra presencia y hay que ver cómo continuar pero estamos convencidos de apostar a la paz y a la reconciliación, esto es un llamado a redoblar esfuerzos para abrir caminos de comprensión de la violencia que vive el país”.

Hay mucho que los jesuitas realizan en la zona, su principal misión es fortalecer la Iglesia autóctona, pero también está una fuerte misión social que incluye atender a los desplazados por pobreza y violencia y a quienes sufren por el deterioro ambiental. En la zona los jesuitas han creado escuelas, talleres de artesanías, grupos juveniles y tienen una clínica en Creel.

La Compañía de Jesús en México emitió un comunicado en el que recuerda a los mexicanos que cada día personas son privadas de la vida, como lo fueron sus hermanos “confiamos que los testimonios de vida cristiana de nuestros queridos Javier y Joaquín sigan inspirando a hombres y mujeres a entregarse en el servicio de los más desprotegidos”.

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