Hace algunos años, en la ciudad de Siena, fui a visitar el milagro eucarístico que ahí se custodia. Son unas hostias consagradas hace más de 300 años que siguen intactas, sin ningún signo de descomposición. Recuerdo haberme sentado en las gradas de la iglesia, viendo a la gente pasar, cada una en su mundo, sin apenas prestar atención a la iglesia y el milagro que ahí acababa de ver.
Pensaba: si toda esta gente fuese consciente de lo que este lugar custodia se atropellarían por ingresar. Jesús mismo podría estar sentado en estas escaleras, y la gente —me incluiría a veces yo en este grupo— pasaría quizás sin siquiera darse cuenta. Dios está presente en todo lugar, pero no todos creen en Él. A veces, incluso los que creemos en Él ni nos damos cuenta de que está ahí.
Para quienes creen en Él su presencia se puede percibir de muchos modos, para quienes no creen en Él, quizás hasta sus manifestaciones más evidentes sean pasadas completamente por alto. Dios no puede entrar en un corazón totalmente cerrado, pero aún así, aprovechará el más mínimo flanco que le abramos para no solo hacernos sentir su presencia, sino iluminarnos para comprender de quién viene ese don.
La pregunta me suscitó las siguientes reflexiones, no necesariamente a modo de respuesta:
1. ¿Se puede percibir a Dios sin ser cristiano?
Obviamente sí. A lo largo de la historia, en las distintas religiones, el ser humano ha intentado comprender, conocer, y relacionarse con Dios. A su modo, a pesar de muchas ambigüedades, los hombres han percibido a Dios y muchas cosas verdaderas de Él.
Cristo nos trajo la plenitud de la Revelación, pero eso no significa que no haya aspectos de verdad en otras religiones, aquellas «semillas del Verbo» como las llamó San Justino.
2. ¿Se puede percibir a Dios sin creer en Dios?
No hay una respuesta sencilla. Así como no escucharé respuestas a preguntas que no tengo, difícil atribuir un bien a quien no creo que exista. Sin embargo, creo que así una persona no crea en Dios, Dios sí cree en él, y lo ama.
Y ese amor se puede experimentar de muchas maneras, aunque la persona, si está cerrada a Dios, no logre descubrir de dónde viene. Pero quizás, en algún momento, abra un poquito el corazón… y Dios entrará aun por el espacio más pequeño.
3. Así no se crea en Él… de una u otra forma nuestro corazón lo busca
Es verdad que esa búsqueda la podemos acallar, pero nunca totalmente. De una u otra forma, el deseo de Dios estará ahí, y Dios también estará ahí siempre dispuesto y anhelante de que lo conozcamos: «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 27).
4. Si no creo en Dios… ¿dónde lo puedo empezar a percibir?
Si no conozco a Dios, y quisiera encontrarlo… ¿dónde lo busco? Eliseo lo encontró en el susurro de una brisa suave (1Re 19,12), que es otra manera de decir en el silencio.
Si no lo conozco, pero quisiera encontrarme con Él, el mejor lugar es el silencio, apartando todo aquello que hace bulla en mi corazón y que usualmente llena mi existencia para darle un chance a la voz de Dios que siempre ha estado ahí.
5. Conocer no es lo mismo que creer
Siempre me llama la atención pensar que los demonios tienen una certeza mucho más grande que nosotros de que Dios existe. No lo dudan. Sin embargo, no creen en Él, que es otro modo de decir que no confían en Él. ¡Eso nos pasa tantas veces!
Creemos que Dios existe, pero no estamos dispuestos a confiar en Él hasta las últimas consecuencias. En muchas ocasiones, de muchos modos, le decimos: «Creo que, en esta ocasión, en esta situación, es posible que estés equivocado… mejor hagamos lo que yo creo que se debe hacer».
Dice San Agustín: «Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo […] interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es su proclamación. Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza, no sujeta a cambio?» (Sermón 241).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario