Por: Alejandro Hincapie.
«Los días del Señor reuníos para la partición del pan y la acción de gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que sea PURO VUESTRO SACRIFICIO. Cualquiera, empero, que tuviere una contienda con su hermano, no os acompañe antes de reconciliarse, para que no sea mancillado vuestro sacrificio. Pues, éste es el dicho del Señor: "En todo lugar y tiempo me ofrecerán UNA OFRENDA PURA. Porque soy un gran Rey, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones.»
(DIDAJÉ XIV. 1-3, siglo I)
Para la los protestantes la Santa Misa es abominable porque se re-sacrifica a Cristo. Pero esto no es lo que la santa Iglesia Católica ha ensañado a través de los siglos. Como un Ex-Protestante, me alegra haber encontrado tan profundo tesoro que solo está dentro de la Iglesia Católica.
El primer testimonio que encontramos sobre este puro sacrificio está en la Didajé: «La instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles.».
Podemos ver como en los días del Señor en la partición del pan se celebra este puro sacrificio, ofrecido como una ofrenda pura en todo lugar y tiempo. Millones de católicos nos reunimos en el día del Señor a celebrar este puro sacrificio celebrado en todo tiempo y lugar, por el gran misterio de la Sagrada Eucaristía.
Debe quedar claro para los hermanos protestantes que este Santo Sacrificio de la Misa actualiza el único sacrificio de Cristo, no sacrificamos a cristo en cada Eucaristía, ni repetimos miles de veces el sacrificio de la Cruz. Lo que actualizamos es el sacrificio de Cristo y como sacerdotes santos, ofrecemos nuestro sacrificio en el altar.
«También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo.» (1 Pedro 2.5)
Este sacrificio es acompañado de nuestras alabanzas, como una acción de gracias, el incienso de todos los santos.
«Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor.» (Salmos 116. 17)
«Pues desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice el Señor Sebaot.» (Malaquias 1.11)
La costumbre del incienso en la Santa Misa, nos deja de manifiesto como en la Santa Iglesia Católica está el cumplimiento de Malaquias, ya que es en la Iglesia Católica donde el incienso esta presente en la Liturgia, es solo en el sacrificio de la Misa donde en todas las naciones, en todo tiempo y lugar se ofrece el sacrificio puro por medio de la Sagrada Eucaristía, donde participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
«Entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 4; cf. Ml 1,11).
Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: así Cristo se hace real y misteriosamente presente.
Bendito sea el sacrificio de la Misa, donde celebramos la Eucaristía desde los orígenes, sujetos al mandato del Señor:
"Haced esto en memoria mía"
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