Han surgido nuevas acusaciones sobre presuntos abusos a menores por parte del sacerdote Cesáreo Gabaráin, el compositor de canciones de misa tan famosas como 'Pescador de hombres' y 'Juntos como hermanos', y quien falleciera en 1991. “Revisaba siempre las noticias sobre los casos de abusos en la Iglesia y me parecía extraño que nunca apareciera el nombre de Cesáreo. Era conocido, por alumnos y maristas, que tocaba a los niños en su despacho”, afirma Francisco Javier García, exalumno de Chamberí y presunta víctima de Gabaráin en 1973.
Cuando el pasado 8 de agosto leyó en EL PAÍS que otros compañeros denunciaban abusos de este sacerdote en los años setenta y que la orden lo expulsó del colegio en 1978 tras una queja de varios padres, se animó a dar un paso para sacar a relucir “la cara oscura” del padre Cesáreo. “En su día fue imposible denunciarlo. Ahora, 50 años después, se sabrá la verdad”, anuncia. No es el único: otras cinco personas (tres víctimas y dos testigos) relatan a este diario que los abusos de este cura se remontan en realidad al menos a 20 años antes, al mismo inicio de su carrera sacerdotal. Comienzan ya en 1959, año en que fue ordenado sacerdote en San Sebastián, en su primer destino en el municipio guipuzcoano de Antzuola. Siguieron en el primer año que pisó el colegio de Chamberí, en 1966, y continuaron al menos hasta 1978, cuando Gabaráin abandonó este centro y fue recolocado en el colegio salesiano de San Fernando, en Madrid.
En total, son ya ocho víctimas y cuatro testigos los que acusan a este sacerdote de pederastia y tanto a la orden como a la archidiócesis de Madrid de haberle encubierto. El impacto de la noticia en muchos países católicos, de Polonia a Latinoamérica, donde las canciones de Gabaráin son muy conocidas, ha llevado a Oregon Catholic Press (OCP), la entidad estadounidense que dispone de las licencias de sus composiciones, a eliminar temporalmente de su sitio web la información sobre el sacerdote y destinar los beneficios de los derechos a una organización de apoyo a víctimas de pederastia.
Todos los testimonios coinciden en que los abusos de Gabaráin eran una cosa muy conocida en la época. Incluso en 2001 el dibujante de cómic Alvarez Rabo, amigo de uno de los afectados, publicó en la revista El Víbora unas viñetas sobre las prácticas de Cesáreo, con un nombre ficticio pero fácilmente reconocible. Los abusados exponen el mismo modus operandi: el sacerdote les convencía para que fueran a su despacho o a su casa y allí, sin hacer uso de la violencia, les desabrochaba la ropa para tocarles el torso y los genitales.
Las nuevas acusaciones se remontan a 1959, el mismo año en el que Gabaráin fue ordenado sacerdote y destinado como capellán en la escuela y convento marista de Antzuola, un pueblo guipuzcoano de 2.000 habitantes. Iñaki Badiola, de 74 años, denuncia que Gabaráin tocaba constantemente a los niños que iban a misa o hacían deporte con él. “Montó un equipo y nos tocaba. Era evidente que todo el mundo lo sabía. Muchas veces nos invitaba a su casa a comer galletas y allí nos metía mano a todos”, detalla. Badiola comenta que, desde hace años, ha advertido a sus vecinos y al Ayuntamiento de la localidad para que eviten hacer homenajes a este sacerdote. “Un año anunciaron [en el pueblo] que iban a escribir un libro sobre él. Yo les envié una carta certificada para contarles que este tipo era un pederasta. Nadie me contestó, pero todo el mundo allí lo sabe”, asegura. En Antzuola estuvo hasta 1964, momento en el que fue trasladado como capellán a la residencia de mayores Zorroaga (San Sebastián). Allí pasó dos años antes de arribar en Madrid.
José Luis Álvarez, exalumno de Chamberí, detalla que Gabaráin comenzó a abusar de menores desde el primer momento que puso un pie en el colegio, en 1966. Cesáreo, cuenta, lo llevaba a su despacho cuando tenía 12 años y le entregaba libros de temática sexual para que los leyese. “Cuando volvía, me abrazaba e introducía su mano por la cinturilla del pantalón para manosearme tanto por delante como por detrás. Una vez me llamó estando en clase y aún recuerdo cuando, al salir del aula, el hermano Julio, que nos estaba dando clase, me miró con cara de saber lo que me iba a pasar”, describe. Un verano, añade, Gabaráin intentó que él y otros cuatro alumnos fueran de camping con él, pero sus padres se negaron. A lo largo de los años, Álvarez contó lo sucedido a su gente más cercana, pero afirma que siempre tenía la sensación de que nadie lo creía.
Francisco Javier García cuenta que Cesáreo comenzó a “mostrar interés“ por él cuando jugaba en el equipo de baloncesto durante el curso de 1973. Tenía 12 años. Con frecuencia, bajaba a saludarle a los vestuarios para felicitarle después de los partidos. En ocasiones Gabaráin invitaba a varios de los jugadores a merendar en una cafetería de la calle de Santa Engracia para, dice García, estudiar quiénes podían ser sus víctimas. Un día, este alumno le pidió ayuda con un trabajo sobre historia de la música. “Me citó en su despacho un sábado por la tarde, cuando el colegio estaba prácticamente vacío. Al entrar, me sentí extraño. Me mostró un disco de los románticos rusos y me explicó quién era el autor mientras me pidió que me sentará en sus rodillas. Me resistí, pero al final me agarró. Mientras me hablaba sobre música, me sobó la espalda y bajó la mano hasta el trasero. Con la otra mano me desabrocho el pantalón y me lo bajó”, narra.
En ese momento, añade García, saltó de su regazo y salió corriendo del despacho. “Estaba acojonado. En mi carrera veloz por las escaleras me choqué con el hermano Isidro, el responsable de la sección de baloncesto. Me preguntó qué pasaba y por qué corría. Yo le empujé y seguí mi descenso veloz. Justo en ese momento, Isidro vio que Cesáreo venía detrás de mí mientras gritaba: ‘No es lo que parece, no es lo que parece’”, cuenta. García recuerda que, tras esquivar al hermano Isidro, escuchó que este, mientras se acercaba enfadado hacia el cura, gritó: “¿Qué es lo que no parece?”. García no contó nada en casa, pero tampoco el hermano Isidro ni nadie del colegio se acercó para preguntarle por lo sucedido. “Dejé de creer en la iglesia y en los curas. Los consideraba cómplices de esta situación”, admite.
Estas acusaciones han caído como un jarro de agua fría para miles de creyentes en muchos países del mundo católico, que durante años han cantado las letras de Gabaráin. Sus canciones entusiasmaron también a Juan Pablo II, que en 1979, tres meses después de la salida de Gabaráin de Chamberí, lo nombró prelado de Su Santidad, un título honorífico concedido a personas de especial relevancia. La Oregon Catholic Press (OCP), organización dedicada a proporcionar recursos musicales y servicio a las parroquias Católicas de todo el mundo y entidad que dispone de las licencias de los composiciones de Gabaráin, ha informado este miércoles en un comunicado que “con prudencia” ha eliminado temporalmente de su sitio web “las páginas con información del perfil del compositor, así como sus cantos y productos, incluidos cancioneros, discos y partituras”, hasta que la investigación de los maristas aclare lo sucedido. “Las regalías que le corresponden a OCP como editor de sus canciones serán donadas a una organización de apoyo a las víctimas de abuso”, señala la nota.
Tanto, el cura endemoniado,como los que sabían lo que hacía y no lo denunciaron son endemoniados y van a pagar el daño que les hicieron a todos los que abuso ese basura.
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