Una página de nuestra historia
Mi esposo y yo estuvimos a punto de darnos por vencidos, casi se nos acaban las fuerzas y permitíamos que fallara el amor entre nosotros; ¡por poco nos separábamos! Hoy, a más de un año después de la tormenta, y a pesar de lo duro que fue rescatar nuestro amor y luchar por nuestro matrimonio y familia, podemos decir con gran alegría y firme certeza que ¡lo logramos y estamos más enamorados que siempre! Pero ¿Cómo lo hicimos? ¿Por qué razón no desistimos? ¿Por qué no nos dimos un tiempo de separación en nuestra relación como hacen tantas parejas en la actualidad? La verdad es que no fue una cosa específicamente lo que salvó nuestro matrimonio, sino más bien, una serie de importantes decisiones que tomamos conscientemente día con día durante el tiempo de crisis las que, con la gracia de Dios, nos ayudaron a no rendirnos.
Nuestro matrimonio no comenzó como idealmente y con sabiduría aconseja la Iglesia Católica de acuerdo con la Sagrada Escritura: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (Gn 2,24). En cambio, nosotros nos embarazamos primero, años después comenzamos a vivir juntos, luego nos casamos por lo civil y años más tarde recibimos la bendición de Dios en nuestra ceremonia de boda católica. Durante esta línea de tiempo, la mayor parte lo vivimos en casa de mis padres. Al cuestionarnos, reflexionar y orar sobre la complejidad de la crisis matrimonial que atravesábamos – para así poder comenzar el proceso de sanación – descubrimos que las heridas profundas que ambos teníamos se debían en gran parte a que no comenzamos nuestra familia como un sano matrimonio: juntos y solos de la mano de Dios como lo habíamos prometido en el altar.
Por eso, cuándo ya la carga se hizo muy pesada, el dolor más profundo y la lucha más difícil, llegó la prueba de fuego como un incendio voraz que acechaba con devorar nuestro amor. Justamente fue durante la Cuaresma, experimentando así nuestro propio calvario. ¡Vaya que fue inolvidable! pues jamás habíamos vivido tan intensamente la Pasión de Cristo como el momento en el que nos dimos cuenta de que nuestro matrimonio se estaba desmoronando en mil pedazos.
No solo estábamos sufriendo nosotros dos, pero también nuestro hijo; y esto convertía nuestra realidad en una triste y muy delicada situación. Fue en ese momento cuando nos armamos de valor para luchar contra todo lo que amenazaba con destruir nuestro matrimonio y familia. Así, resolvimos vencer la batalla de rodillas, literalmente, y no renunciar a nuestro matrimonio: llevándolo en oración ante el Santísimo Sacramento, de la mano de María rezando el Santo Rosario, aprendiendo una nueva devoción a san José dormido y dejándonos guiar con ayuda de la dirección espiritual. Incluso, en algún momento, buscamos terapia psicológica/familiar.
Llegar a ser humildes para poder pedirnos perdón y perdonar nuestras faltas no fue tarea sencilla. Tuvimos que ampliar nuestra mirada para poder disponernos a un verdadero encuentro con el otro, es decir, estar dispuestos a vernos el uno al otro como Dios ve y ama a su hijo Jesús, y como nos ve y ama a nosotros mismos. Desnudar el alma para sanar el rencor que se añejaba en nuestro corazón. Despojarnos del resentimiento. Rechazar el pesimismo y alarde, apuntando severamente los errores y defectos del otro. Al contrario, sabiendo que ambos anhelábamos la fiel restauración de nuestro matrimonio, optamos por una actitud de servicio misericordioso, entrega total, y profunda compasión. Trabajamos inagotablemente en la paciencia, lo que nos exhortó a evitar “reaccionar bruscamente ante las debilidades o errores”[1] mutuos y así reavivar nuestra conciencia de la importancia del matrimonio como sacramento sellado por Dios.
Una y otra vez, y con mucha ilusión, nos contábamos anécdotas de cómo nos habíamos enamorado y cómo fue que nació nuestra historia de amor. Nos recordábamos mutuamente nuestros votos matrimoniales y promesas ante Dios. Reconociendo que en el matrimonio hacemos un regalo de nuestro propio ser a nuestro cónyuge y que es ahí, en nuestra vocación matrimonial, en dónde Dios se hace presente como fuente viva del amor eterno e incondicional. Es justo ahí, en medio de los dos, donde la enseñanza de Cristo sobre el matrimonio y su indisolubilidad se hace más visible y palpable. Es justamente ahí, en la promesa de nuestro amor, dónde Dios se revela como el más grande Amor de los amores. Y es precisamente ahí, en nuestra humanidad como marido y mujer, dónde la magnífica visión del plan eterno de Dios para los esposos se manifiesta. ¡Que belleza es el amor humano! y cuánto más lo experimentamos a plenitud, más comprendemos que vivir una vida en gracia con Dios – en camino a la santidad – no significa no equivocarnos como matrimonio, sino todo lo contrario: es abrazar nuestro “sí” para siempre con todo lo que implica pues “la medida del amor es amar sin medida” (San Agustín).
Después de algún tiempo de luchar sin cesar, sin abandonarnos y sin dejar de amarnos, nos abrazamos sabiendo que ya habíamos superado la crisis. Ahora nos encontrábamos con la misión de continuar trabajando en la mejor versión de nosotros mismos por amor al otro y a la familia que habíamos decidido formar y proteger hasta la eternidad.
Porque vale la pena luchar por el ser amado
El amor es lo más importante para Dios, pues Dios mismo es fuente de todo amor. Y de manera especial, el amor y entrega que existe entre los esposos en el sacramento del matrimonio es un símbolo magistral del amor de Dios a la humanidad. Pues en su unión de amor, los esposos experimentan la belleza del amor sacrificado, comprometido, fiel, paciente e incondicional, imitando así el amor de Cristo por su Iglesia. Hoy en día, la sociedad necesita más matrimonios valientes, enamorados de Cristo, deseosos de vivir en santidad y dispuestos a amar eternamente, “hasta que la muerte los separe”.
Claramente, el matrimonio no es siempre miel sobre hojuelas, pues todos los esposos pasan por dificultades que ponen a prueba su relación. No existen las parejas perfectas o historias de amor sin caminos pedregosos, todos estamos en pie de lucha. Sin embargo, los esposos que logran reconocer que “el amor que no puede sufrir no es digno de llevar ese nombre” (Santa Clara de Asís), sabrán que superar los obstáculos, con la gracia de Dios, los ayudará en el crecimiento del amor mutuo y hacia Dios. Así conocerán el gozo y la alegría de un amor inquebrantable, como el amor de Dios por su pueblo.
“En el matrimonio, nos entregamos por completo, sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, los dones y las dificultades, confiando en la Providencia de Dios…Es una experiencia de fe en Dios y de confianza mutua, de profunda libertad y de santidad, porque la santidad supone entregarse con fidelidad y sacrificio todos los días de la vida” (Papa Francisco).[2]
Enseñanzas
El Papa Francisco dio inicio al Año de la Familia (2021-2022) implorándonos apoyar a las familias defendiéndolas “de todo lo que comprometa su belleza…(y) a salvaguardar sus preciosos y delicados vínculos”[3]
Por lo tanto, con este ímpetu, mi esposo y yo quisimos compartir una página dolorosa de nuestro matrimonio, pero sobre todo la lección de vida que consolidó nuestro vínculo amoroso y familiar para crecer en amor, respeto y admiración. Deseamos que otras parejas logren identificarse con nuestro testimonio y puedan superar también cualquier dificultad que estén pasando en su matrimonio.
Siete enseñanzas que aprendimos de nuestra experiencia:
1. Disculparse y pedir perdón: “Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón, sin que la paz vuelva a casa. Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante” – Papa Francisco.
2. Fuimos hechos para el cielo, la plenitud del amor aquí y en la eternidad – tú eres el camino a la santidad de tu esposo/a. En el sacramento del matrimonio, la santidad de tu cónyuge es parte de tu responsabilidad.
3. El amor lo explica todo – san Juan Pablo II decía que “la persona que no decide amar para siempre, le será muy difícil amar siquiera un día”. Por eso, aun cuándo nos sentíamos ofendidos y defraudados, mi esposo y yo nunca dejamos de hacernos muestras de amor.
4. La dirección espiritual, el Santo Rosario y san José dormido fueron nuestras armas para la batalla – la oración nos fortaleció y la dirección espiritual nos acompañó.
5. Los amigos en la fe son un tesoro, verdaderos guerreros de oración – abrir el corazón a nuestros amigos más íntimos nos ayudó a saber que había alguien más orando por que pudiéramos superar exitosamente la amarga prueba. Jamás nos aconsejaron separarnos, ni divorciarnos.
6. Amor a pesar de todo – ¡Nunca abandonarse!, ¡nunca renunciar!, ¡nunca rendirse!, ¡nunca flaquear! “Una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío…aun cuando todo el contexto invite a otra cosa”[4]
7. El amor vence siempre – estas palabras que san Juan Pablo II citó nos dieron ánimo cuándo más lo necesitábamos. El verdadero amor es eterno.
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[1] Papa Francisco, Exhortación Apostólica sobre el amor en la familia, Amoris Laetitia (19 de marzo de 2016) § 103, Sana Sede. https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftnref106
[2] Rossa, CMF, Alberto. A Year with Pope Francis on the Family. (New York: Paulist Press, 2015) 38.
[3] Papa Francisco. (19 marzo 2021). El Papa al inicio del Año de la Familia: defendamos la belleza de la familia. La Santa Sede: Vatican News. Recuperado de https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-03/papa-francisco-mensaje-webinar-amoris-laetitia-familia.html
[4] Papa Francisco, Exhortación Apostólica sobre el amor en la familia, Amoris Laetitia (19 de marzo de 2016) § 118, Sana Sede. https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#Cap%C3%ADtulo_cuarto
Y que hacer cuando uno quiere y el otro no? Mi esposo a quien el dia de hoy desconozco por sus acciones y que nunca nos toma en cuenta para nada, que hacer? Se la pasa tomando, viendo tele, trabajando hasta 30 horas consecutivas sin descanso y luego vuelve a empezar como si nada pasara. Que hacer?
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