¿Cuál es el mayor milagro que puede hacer Dios con nosotros? La respuesta parecería difícil pero es bastante fácil.
– ¿Fácil?
– Sí, fácil. Veamos.
Y sin embargo, no parecería tan sencilla, pues en su vida terrena, y a lo largo de 20 siglos de historia de la Iglesia, el Señor ha realizado portentos de milagros, desde resurrecciones -comenzando por la suya propia-, hasta curaciones tan impresionantes como las operadas en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia.
Entretanto, así como más importante que el pan material es el pan del espíritu y el pan de la Palabra de Dios, los milagros espirituales son más importantes que los materiales.
Dice Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en su maravillosa obra «Lo inédito sobre los Evangelios» – al comentar el envío que hace el Bautista a sus discípulos para que conocieran a Jesús, que al compartir el Señor la Buena Nueva con todas las gentes, «muchos adquirían la noción de que eran deficientes, [que] no conseguían caminar por sí en las vías de la virtud, y tomaban consciencia de necesitar del auxilio de Dios», y que «¡es éste el mayor milagro!». Dice Mons. João Clá que los que, por la gracia y milagro de Dios asumían esta posición, «estos eran evangelizados y acogían la doctrina con entusiasmo».
El mayor milagro que Dios puede producir en un alma es el quiebre del orgullo que después del pecado original se tornó intrínseco, ese orgullo que nos dice a todo momento que los logros, la felicidad profunda, o incluso la virtud, los podemos obtener por nuestras fuerzas naturales. Y resulta que no, esa es obra que Dios se reserva para sí, para su gracia -que tenemos que pedir, para la unión con Él -que tenemos que fortalecer.
Y a pesar de que el Señor lo repitió muchas veces a lo largo de su vida, y así quedó consignado copiosamente en los Evangelios («Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer» Jn 15, 5), y a pesar de que nuestra propia miseria cuando orgullosos nos muestra lo que somos sin la unión con Dios, el orgullo y el egoísmo del ser humano es tan terrible, tan dominante, que seguimos creyendo que «sin Él mucho podemos hacer».
Entonces, cuando un alma se compenetra de esta verdad, de la necesidad necesarísima del auxilio de Dios para alcanzar la felicidad y la salvación eterna, se ha operado un milagro que Mons. João Clá no duda en calificar como el mayor milagro posible.
Operado ese milagro, y firme esa convicción en lo más profundo del alma, el resto se da por añadidura: la persona empieza a frecuentar sacramentos, a rezar, a desconfiar de sus fuerzas meramente naturales, a pensar en Dios a lo largo de sus días, a «sentir» a Dios en todos los momentos de su existencia y en todas las cosas, si cae sabe que el levantarse es obra de Dios y así lo pide, y un largo etcétera…
Pidamos que Dios opere ese milagro en la mayor cantidad de corazones, para que llegue cuanto antes su Reino, que es también el Reino de María.
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