“En mi mesita de luz tengo entronizada la imagen de la Virgen, que Alexandre lo hizo, y después de quince días trajo una corona para coronarla. O sea, que tengo toda la ceremonia de ustedes hecha [de la ‘secta’ de ustedes la tengo yo (risas)]. De tal manera que cada vez que entro en mi dormitorio, lo primero que veo es eso, y tengo que acordarme de ustedes”, dijo el Papa
En ocasión de su Capítulo General, y tras una crisis reciente derivada de descubrimiento sobre la vida de su fundador, los padres de Schönstatt fueron recibidos en audiencia especial la mañana de este jueves 1 de septiembre en el Palacio Apostólico. A la cabeza del grupo se encontraba el nuevo superior general, a quien el Papa dirigió el saludo inicial con mucha cercanía pues se conocen desde que era arzobispo de Buenos Aires. Según datos del Movimiento de Schoenstatt, su santuario recibe unos 15 millones de visitas al año.
A continuación el texto en español del discurso:
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Agradezco al nuevo Superior General, el padre Alexandre Awi Mello, sus amables palabras, así como su servicio como secretario en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Y otros servicios anteriores, porque a este lo conocemos de “potrillo”, fue mi secretario en Aparecida, después mi guía en la visita a Río de Janeiro, después mi secretario causae. Gracias, por tu colaboración durante estos últimos años en comunión con el Sucesor de Pedro, en favor de toda la Iglesia. Te deseo un ministerio fecundo en esta nueva responsabilidad que se te encomienda. También quiero agradecer a Catoggio, te volvés al África. Gracias, gracias.
Queridos padres de la comunidad de Schönstatt, ruego al Espíritu Santo que haga fructificar todos los esfuerzos que han realizado durante el Capítulo General.
El misterio de la redención que Nuestro Señor Jesucristo ha realizado en favor de toda la humanidad y del mundo entero, tiene la nota característica de la palabra hebrea berith, pacto, alianza. La sangre de Jesús derramada en la Cruz y ofrecida en sacrificio de amor por todos nosotros (cf. Mc 14,24; 1 Co 11,25) ha constituido una relación irrevocable entre Dios y los hombres: una alianza de amor, una alianza de salvación.
Y ustedes, queridos hermanos, realizan un hermoso servicio a la Iglesia y al mundo, especialmente acompañando a las familias en los diversos acontecimientos y vicisitudes que atraviesan, anunciando a todos los miembros la belleza de la “Alianza de Amor” que el Señor ha establecido con su pueblo. Hoy en día son muchos los matrimonios en crisis, los jóvenes tentados, los ancianos olvidados, los niños que sufren. Y ustedes son portadores de un mensaje de esperanza en estas situaciones oscuras que atraviesa cada etapa de la vida. Y esto progresa un poco unido a ese despojo de los valores humanos, un despojo que están haciendo salvajemente las colonizaciones ideológicas de todo tipo.
El mundo nos exige cada vez más que demos respuestas a las interrogantes e inquietudes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Vemos con frecuencia que la naturaleza de la familia es atacada por diversas ideologías, que hacen tambalear los cimientos que sostienen la personalidad del ser humano y, en general, toda la sociedad. Además, en el seno de las familias, se constata en muchas ocasiones una distancia de comprensión entre los ancianos y los jóvenes. Recientemente, en las catequesis de los miércoles, afirmaba que la alianza entre las generaciones, es decir de los mayores con los más pequeños, es lo que puede salvar a la humanidad (cf. Catequesis de la Audiencia General, 17 agosto 2022), pues de esa manera se conserva la identidad personal y familiar; no se hereda solamente un patrimonio genético o un apellido, sino que principalmente se hereda la sabiduría de lo que significa ser humano, de acuerdo al proyecto de Dios. El misterio de nuestra redención está, pues, íntimamente ligado también a la vivencia del amor en las familias. Y no olvidemos que, en última instancia, la fe se transmite siempre en dialecto a través de las familias, a través de los viejos, de los abuelos.
Pienso en el modelo que nos ofrece la Sagrada Familia, y especialmente la Virgen María, quien cuida con un amor tierno y comprometido de todos sus hijos e hijas, especialmente los más pobres, en cuerpo y espíritu. Ella, en el hermoso himno del Magníficat, confiesa las proezas del Señor, que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,52-53), haciendo referencia a la promesa, a la alianza hecha con “nuestros padres” en la fe (cf. Lc 1,55).
La Bienaventurada Virgen María, venerada con gran amor por cada uno de los miembros de la comunidad de Schönstatt con el título de la “Madre Tres Veces Admirable”, es un modelo basilar para todos, que impulsa a crear puentes fundados en la caridad fraterna y la comunión de bienes con los más necesitados, al mismo tiempo que nos da sabiduría y valor para ir al encuentro de quienes se han alejado de la amistad con el Señor, para recuperarlos con el testimonio de la vida nueva en Cristo, que se caracteriza por la misericordia.
En mi mesita de luz tengo entronizada la imagen de la Virgen, que Alexandre lo hizo, y después de quince días trajo una corona para coronarla. O sea, que tengo toda la ceremonia de ustedes hecha [de la ‘secta’ de ustedes la tengo yo (risas)]. De tal manera que cada vez que entro en mi dormitorio, lo primero que veo es eso, y tengo que acordarme de ustedes.
Los animo, queridos hermanos, a seguir adelante en sus apostolados, renovándose siempre con la gracia del Espíritu Santo y siendo valientes para abrir caminos nuevos al servicio de las familias, para hacer resplandecer la belleza de la Alianza ―Alianza, la belleza de la Alianza― establecida entre Dios y los hombres, con la espiritualidad y la vivencia de los valores cristianos. Que Nuestro Señor Jesucristo, por mediación de la Mater Admirabilis, conceda siempre a todos los miembros de la comunidad de Schönstatt frutos abundantes de santidad. Que Dios los bendiga y por favor no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.
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