Formada en una familia sin religión, herida en su afectividad por una agresión sexual, luego casada con un clérigo protestante... la historia de Lydia Bertrand hacia Dios y su amor pleno no fue sencilla. Hoy, desde la plenitud de la fe católica, como madre de familia, ha decidido compartir su historia en el portal CHnetwork.
Una infancia alejada de la fe
"Mis padres fueron educados como católicos antes del Concilio Vaticano II, pero ambos dejaron la fe en el caos de los años 60. La Guerra de Vietnam y el movimiento feminista tuvieron parte en ello, pero además ambos, y otras personas que conocíamos, habían sufrido heridas personales en sus parroquias. Antes de conocerse ambos eran ya ateos. Se casaron en 1970 y yo nací 7 años después en Wisconsin", explica Lydia.
Eran ateos, pero respetuosos, generosos, intelectuales y con una gran voluntad de hacer "mejor" el mundo. El padre daba clases nocturnas voluntarias, su madre era doula (acompañante en el embarazo y parto), con incontables horas voluntarias dedicadas a acompañar a embarazadas adolescentes, mujeres encarceladas y otras mujeres en apuros.
Primer contacto con Jesús y la Biblia
En el instituto, a Lydia le intrigaba la religión, de la que no sabía nada. Sentía un vacío que no se llenaba con amigos, fiestas y estudios. Una amiga la invitó a un encuentro de oración.
"Era la cosa más rara a la que jamás había asistido", recuerda. Se trataba de una comunidad peculiar, nacida en China en los años 20 y extendida por EEUU en los 60 con el título de "Local Church movement" y "The Lord’s Recovery". Este movimiento heterodoxo tenía una Biblia retocada y era una comunidad anticlerical y antilitúrgica que negaba la Trinidad.
Pero Lydia no sabía nada de religión. Todo le parecía extraño y novedoso. Su amiga y su familia eran muy acogedores. Y así por primera vez leyó la Biblia y empezó a desarrollar "una relación genuina con Jesús". "Me bautizaron por inmersión completa en una piscina en el patio trasero de su iglesia casera en un día caluroso de verano. Por primera vez, sentí que no necesitaba avergonzarme de mis errores porque sabía que Jesús me amaba".
Lydia no sabía casi de religión, pero ya veía que esa comunidad no tenía mecanismos para resolver dudas antes divisiones doctrinales. En Local Church enseñaban que ante una duda, rezabas, y el Espíritu te guiaba. ¿Y si a uno le "decía" el Espíritu una cosa, y a otro la contraria, qué hacer? Pues se les encargaba rezar más en casa, tener más reuniones, volver a debatirlo, volver a rezarlo... era agotador. Y además, cada vez más la congregación pedía más tiempo a Lydia. Sus miembros se implicaban en todos los aspectos de su vida. Y la joven se hartó.
En la universidad, Lydia empezó a participar en el grupo de estudiantes protestantes, de diversas denominaciones "mainline" (metodistas, presbiterianos, reformados...) En 1999 se licenció en un doble grado: Literatura Inglesa y Matemáticas. Empezó un curso adicional para ser enfermera partera titulada.
Una agresión sexual
Un vecino, un par de años mayor que ella, de buen aspecto, le comentó que él también era enfermero. Quedaron para salir en una primera cita, pero mientras ella entraba un momento a casa, él se lanzó sobre ella, la manoseó, empezó a desabotonarla... ella se resistió y al cabo de un rato él decidió irse.
Dañada profundamente a nivel emocional, Lydia empezó a tener miedo de vivir sola. Y, mirando el pasado, 20 años después entendió cosas que pasarían a raíz de esa agresión. Se afeitó la cabeza. Dejó de ducharse con regularidad. Interiorizó que estaría más segura siendo tan poco atractiva y femenina como pudiera. Su interior era un caos, y en su exterior lo reflejaba. El asaltante seguía en el barrio, ella no se atrevía a decir a sus padres que necesitaba romper su alquiler.
Lydia dejó de confiar en sus capacidades sociales, en su capacidad de tratar con las personas, y eso perjudicó su carrera y relaciones muchos años. No terminó su curso de partera. Y su fe cristiana, que era frágil antes, pasó a ser inexistente.
Reconstruyendo la vida
En cuanto pudo se mudó a Madison, Wisconsin, a vivir con su hermana y trabajar en pequeños empleos con pequeños salarios. Con el tiempo, fue mejorando. Consiguió un gatito, se dejó crecer algo el pelo, empezó a recuperar autoestima. No buscó novios, pero hizo algunas amistades profundas.
Acudía a una pequeña iglesia metodista cercana. "Eran increíblemente amables, acogedores, nunca empujaban ni agobiaban, al contrario que la iglesia en Pittsburgh. Mi fe empezó a crecer de nuevo". Retomó sus clases de partera y enfermería en 2004.
Y conoció a Mike, que sería su marido. Estaba en su primer año de seminarista episcopaliano. Los episcopalianos, anglicanos de EEUU, tienen clero casado. "Mis amigos y parientes, la mayoría no religiosos, se asombraban de que yo saliera con un seminarista, pero cuando vieron que teníamos una relación sana, lo aceptaron con los brazos abiertos", recuerda.
Ambos se tomaban las cosas con mucho tiempo. Ella acudió a una Vigilia Pascual en el seminario episcopaliano y él le regaló el Book of Common Prayer, el libro litúrgico y de oración del anglicanismo clásico. A ella le gustó el libro.
Esposa novata de un clérigo rural
No quería especialmente ser "esposa de un clérigo", pero decidió que era algo a lo que se iría adaptando. Se casaron el 20 de agosto de 2005 en Wisconsin, y tenían que trasladarse a Nueva Orleans para el primer destino de Mike en una parroquia grande.
Pero a los 9 días de la boda el huracán Katrina destruyó Nueva Orleans, su casa y arrasó toda la parroquia y todo el barrio, "literalmente a dos metros y medio bajo el agua. "Estábamos sin blanca, sin hogar y en pocas semanas yo estaba muy mal con náuseas matutinas", recuerda.
Al cabo de unos meses, embarazada de 5 meses, les asignaron una pequeña parroquia rural del Mississippi. Ella era la esposa del pastor y le rodeaban las señoras religiosas de parroquia del sur. Ella, que era de ciudad y no sabía nada de vida parroquial, formada en familia irreligiosa. Era un choque difícil.
"Para terminar de poner nerviosos a todos en la parroquia, tuvimos un parto en casa en la rectoría, con una partera. Tuvimos un bebé hermoso y sano, pero desgraciadamente tenía un cólico. Era extraordinariamente sensible, lloraba mucho, rara vez dormía más de una hora", recuerda.
Un día, una señora de parroquia le pidió tomar el bebé. Lydia sabía que eso pondría al niño histérico durante horas. Pero temía molestar a la señora. ¿La salud del niño o las parroquianas? ¿Qué priorizar como esposa de clérigo? Tomó la decisión de que su primera obligación era hacia su hijo.
Pronto tuvieron otro bebé. Con uno en brazos y otro gateando, Lydia no conseguía cumplir sus deberes sociales de "esposa de pastor" con las feligresas. Apenas conseguía ir a la iglesia el domingo. Los niños lloraban mucho y no había nada pensado para ellos.
Tampoco había dinero para niñeras. De hecho, buena parte de los feligreses tenían bastante dinero, mientras que Lydia y Mike vivían con lo justo. A ella le costaba conectar con esa gente. Un día se esforzaron en ir a una reunión social de feligreses: restaurante caro y cháchara insustancial sobre viajes y dispendios. "Escuchábamos y comíamos en silencio", recuerda.
Explorando el catolicismo
Lydia tenía fe, pero su vida espiritual era seca. Mientras tanto, Mike empezó a investigar el catolicismo. La Iglesia Episcopaliana cada vez era más hostil al clero más tradicional, como Mike. Incluso tanteó la posibilidad de hacerse clérigo católico (a través de un mecanismo anterior a los Ordinariatos, la Provisión Pastoral), pero el obispo católico local no lo favorecía.
Después de 3 años en Nueva Orleans, se mudaron a Texas, cerca de la frontera con México, a una pequeña iglesia de gente amigable y sencilla. Llevaban tiempo sin pastor y cuando Mike llegó descargaron sobre él multitud de tareas. Allí nació su hija e hicieron amistades. Pero parte de la feligresía no acababa de aceptar el estilo más conservador de Mike.
El tema provida
Aunque la madre de Lydia, como doula, había acompañado a muchas embarazadas a dar a luz, Lydia había sido educada en la aceptación del aborto. De jovencita en los 90 consideraba absurdo pensar que un embrión o feto de menos de 3 meses tuviera algún valor, y que todo valía en el sexo entre adultos si consentían. El aborto de primer trimestre le parecía algo "imperfecto pero aceptable" para igualar a hombres y mujeres (en las consecuencias del acto sexual). Sobre los bebés, no pensaba casi nada.
Como partera que no llegó a ejercer, pensaba mal de carteles con imágenes de fetos con edades falsas que usaban algunos provida. Eso le hacía pensar que los provida en general eran mentirosos.
Curiosamente, estando en Texas, vio un documental de Netflix que le amplió la visión. En él, veía activistas provida que de verdad buscaban ayudar tanto a la madre como al bebé, que decían que ayudar a las personas no es una "suma cero": se puede y debe respetar y cuidar a ambos, madres y bebés.
Frases pro-aborto empezaron a dejar de convencerla. Por ejemplo, lo de "es sólo un montón de células". Entendió que si el embrión era un ser humano, lo era desde la concepción, no desde tal o cual momento de desarrollo arbitrariamente elegido. Ya tenía 3 hijos: sabía que era absurdo decir que hasta las 12 semanas de vida fetal no tenían valor.
En 2015 murió de cáncer la madre de Lydia, y dos meses después Lydia perdió al bebé que estaba esperando. Al mismo tiempo, las tensiones en su iglesia aumentaban. "Puedes preguntar a 10 sacerdotes episcopalianos una misma pregunta y te darán diez respuestas completamente distintas", afirma. "Entre 2002, cuando Mike entró en el seminario, y 2016, la Iglesia Episcopaliana cambió enormemente".
Y si se iban de Texas, se preguntaban, ¿encontrarían alguna iglesia episcopaliana más o menos tradicional donde servir?
Hacia el catolicismo
En verano de 2016, vendieron sus cosas y se mudaron de vuelta a Madison, Wisconsin. El episcopalianismo no tenía sentido. Ya habían decidido hacerse católicos, y no se lo dijeron a casi nadie. Mike ya no podía trabajar de clérigo episcopaliano y le costó encontrar trabajo. Hoy trabaja en un centro de desintoxicación para adictos.
Lydia, Mike y sus tres hijos entraron en la Iglesia Católica en septiembre de 2016. Tenían 39 años. Poco después de cumplir 40 años, ella dio a luz a un cuarto hijo (les sorprendió).
Lydia fue, durante 11 años, esposa de un clérigo... y siempre le pareció estar fuera de lugar. Pero como católica, se siente en el sitio adecuado. Y en las preguntas teológicas, agradece tener una guía clara.
El sacramento de la Confesión fue algo que costó a Lydia. Pero estudiándolo y practicándolo se asombró descubriendo que le aportaba mucha paz y gracia de Dios. En general, descubrió que sumergirse en la fe católica y su enseñanza, le llenaba de bendiciones.
"Necesitaría otras mil palabras para describir el cambio en mí", asegura. Al paso del calendario litúrgico, dice, su fe crece y se enriquece. No faltan las dificultades en la vida cotidiana, pero las afronta con una fe viva.
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