El pasado fin de semana se llevó a cabo el consistorio en el que Francisco de Roma creó 20 nuevos Cardenales de la Iglesia Católica. Wikipedia define estas figuras como una dignidad: “eclesiástico de alto rango… es el más alto título honorífico que puede conceder el Papa”.
Bergoglio ha insistido, tanto en esta ocasión como en las anteriores ceremonias, que los elegidos no deben considerarse príncipes, que no se trata de una promoción ni un reconocimiento a su trayectoria pastoral, que no es un honor. Es, más bien, y de acuerdo a la intención papal, un servicio que exige mayor disponibilidad hasta, incluso, derramar la sangre, lo que quiere expresar el hábito rojo que utilizan estos prelados.
Pero, más allá de las buenas intenciones manifiestas por Francisco, y de sus constantes llamados a la humildad de los seleccionados, en la práctica se sigue considerando tales nombramientos como un ascenso en el escalafón eclesiástico.
Sus ropajes, su título -“Eminencia”-, su velado pero firme poder en los corredores vaticanos y en las nunciaturas de sus países, confirman lo que el Papa no quiere que se dé: son dignatarios que no reflejan, por más de que mantengan un estilo de vida sobrio y austero, la humildad de los seguidores de Jesús.
¿Son necesarios los Cardenales en una Iglesia de puertas abiertas y en salida? ¿Caben tales personajes en una Iglesia pobre para los pobres? ¿De qué sirven, entonces?
No se puede justificar su existencia argumentando que son los consejeros del Sumo Pontífice. No todos ni en todo. El Papa actual y sus antecesores sí han solicitado, es cierto, las recomendaciones de algunos purpurados, ya de manera personal, ya en los dicasterios romanos. Pero lo mismo ha sucedido con obispos, curas, consagradas y laicos, que son convocados para participar en tales tareas consultivas. En realidad, su principal tarea es elegir al siguiente Papa, ya porque el actual renuncie, ya porque muera.
Por todo lo anterior, y en consonancia con lo pretendido por Francisco de Roma: ¿no sería mejor que se suprimiera este colegio cardenalicio?
Dos razones podrían sostener tal supresión: la pompa que le acompaña, querámoslo o no, y que desdice con la imagen de Iglesia que se ha venido proyectando en los últimos años, por una parte, y por otra, la necesidad de abrir a una mayor participación eclesial la misma elección del Papa, democratizándola. ¿O qué el proceso sinodal que estamos viviendo no avalaría esta propuesta?
Sé que se mantendrá la estructura. La reforma bergogliana de la Iglesia Católica no da para tanto. Pero el solo hecho de plantear tal posibilidad nos mete en el camino de la discusión. Transitémoslo.
Pro-vocación
El evangelio de hoy nos invita a ser sensatos a la hora de construir una torre, que podría ser la Iglesia del futuro. Pero ello no significa que debamos ser timoratos, pusilánimes, cobardes. Antes de que Francisco de Roma se nos vaya, y no falta mucho, aprovechemos el impulso que nos ha dado para edificar esa Iglesia con cimientos firmes y robustos, basados en el servicio y la inclusión, en la misericordia.
Autor: José Francisco Gómez Hinojosa
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
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