En varias ocasiones nos olvidamos que el demonio existe. Lo vemos como una fuerza maligna misteriosa en vez de un ser real y olvidamos que existen personas que frecuentan su poder, o le piden favores mediante la brujería.
La brujería no es un cuento, existe y hace daño.
La brujería está presente en algunos textos de la Biblia. Las Escrituras presentan varias historias de hombres buenos que caen en pecado al momento de consultar la brujería para procurar su bienestar, así como la reacción de algunos brujos ante el poder del Espíritu Santo.
Por ejemplo, el Rey Saúl en el Antiguo Testamento, pidió a una hechicera ser mediadora entre él y el profeta Samuel. Luego, en Hechos de los Apóstoles, se menciona al mago Simón que, sorprendido, pide a los apóstoles que le enseñen su poder. Ellos se niegan porque su poder no provenía de la hechicería ni de ellos, sino del mismo Dios.
Si creemos haber sido víctimas de “embrujos”, lo primero que debemos hacer es mantener la calma, no tener miedo y sobre todo confiar en Dios. Ninguna hechicería puede contra Dios. Y para estar contar con su protección debemos estar cerca a los sacramentos.
El uso de medallas, rosarios y agua bendita es permitido y muy útil. Pero no se debe olvidar que el demonio no retrocede por usar objetos, sino porque estos son un medio del poder de Dios. Ningún método humano es valioso por sí solo, solo Dios tiene el poder y la gloria contra los embrujos, y cualquier mal producido por el demonio.
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