¿Cuando una persona muere se convierte en un ángel que nos cuida desde el cielo?



En películas, historias o dibujos animados llegamos a ver a personajes que al morir se convierten en ángeles: el alma vaporosa del ser humano se desprende de su cuerpo inerte y, con la ayuda de unas alas que de pronto le han aparecido, se eleva hacia el cielo, donde, se supone, lo esperan otros seres alados que, al igual, antes habitaron la tierra en su calidad de seres corporales.

O bien, vemos a la persona que, sentada sobre una nube, toca suavemente un harpa; tiene ahora una aureola dorada y brillante, y con sus suaves plumas blancas aletea sin preocupaciones. Es decir que, según la alegoría, ya se ha convertido en un angelito o en una angelita.

Asimismo, cuando alguien muere, sobre todo si se trata de un niño, también es frecuente escuchar que alguien dirija a los deudos palabras de consuelo como las siguientes: “Ahora ya tienen un angelito pidiendo a Dios por ustedes” o “El cielo está de fiesta porque ha llegado un ángel”.

Por otra parte, en la literatura o en el cine podemos encontrarnos con historias de ficción que narran situaciones a la inversa: de ángeles que, por alguna razón, han decidido participar de la vida terrena, y experimentar en cuerpo y alma las alegrías y sufrimientos que afectan los seres humanos.

En la literatura, por ejemplo, podemos citar el extraordinario cuento Un señor muy viejo con unas alas enormes, del famoso escritor colombiano Gabriel García Márquez, sobre un ángel de edad avanzada que sufre la degradación del cuerpo, incluida la desgracia de tener unas alas añejas.

En cuanto al cine, una de las películas más famosas sobre el tema es Las alas del deseo, del director Wim Wenders, que aborda la historia de unos ángeles aburridos y frustrados por no poder sentir placer, uno de los cuales se cuestiona sobre esa inmortalidad que lo aparta de vivir lo que los humanos sí son capaces de experimentar, por lo que decide cambiar su condición de ángel por la de humano.

Pero, ¿podrá realmente un ángel, en determinado momento, cambiar su condición de ángel?, ¿o un ser humano llegar a ser un ángel después de la muerte? El padre José de Jesús Aguilar, sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México, da una respuesta categórica a esta pregunta, y detalla los fundamentos de su afirmación.

La respuesta la da Jesús

Para dar respuesta a la pregunta frecuente sobre si los seres humanos al morir nos convertimos en ángeles, el padre José de Jesús Aguilar comienza explicando que, cuando Luzbel, siendo un ángel, se enemistó con Dios y se convirtió en un demonio, su naturaleza angélica persistió para siempre; es decir, que Luzbel siguió siendo un ángel, al que se le comenzó a conocer como un ‘ángel caído’.

Así también -refiere-, los seres humanos tenemos una naturaleza y una personalidad, mismas que conservamos al morir, lo cual, por otra parte, contradice a todos aquellos que creen en la reencarnación “y piensan que un ser humano, tras la muerte, puede meterse en el cuerpo de otra persona y cambiar su personalidad, y luego tener otra personalidad, y otra más, y otra más, y así sucesivamente”.

En cuanto a la idea que muchos tienen de que la muerte significa mudar de una naturaleza corporal a una angelical, el sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México señala que muchas veces se afirma por ese deseo de sentir la protección, la ayuda y la intercesión de nuestros seres queridos que han muerto, y por eso nos inclinamos por validar aquellas versiones del imaginario colectivo que aluden a este cambio al momento de la muerte.

Sin embargo -asegura-, la idea anterior es incorrecta, ya que el ser humano, como su nombre lo indica, tiene una naturaleza humana; mientras que los seres angelicales tienen una naturaleza distinta: una naturaleza angelical. “Y ninguna de las dos naturalezas puede perderse -señala-, sino que permanecen como tales”.

Lo que los humanos debemos entender -apunta-, es que nuestros difuntos no necesitan ser ángeles para interceder por nosotros ante Dios. Ya que, si es la voluntad de Él, ellos pueden estar a su lado, con un cuerpo; eso sí, con un cuerpo glorificado, espiritualizado, pero jamás perder su naturaleza humana.

Refiere que la Iglesia hace esta afirmación con base en el pasaje del Evangelio en el que a Cristo le preguntan qué pasa cuando han muerto varios hombres que una mujer tuvo como esposos en distintas etapas de su vida, y finalmente muere ella, ¿cuál de todos estos hombres será finalmente el esposo de esta mujer?

“En ese pasaje Cristo les contesta: ‘En el más allá, ya no necesitaremos casarnos, ya no habrá esposos ni esposas, porque serán como los ángeles que están en los cielos’. No dice que ‘seremos ángeles, sino como ángeles’, señala.

Por otra parte -explica-, de acuerdo con el cristianismo, al morir el ser humano tiene un juicio particular, y precisamente, de acuerdo con esa personalidad que tuvo mientras duró su paso por este mundo, recibe una sentencia: o bien hacia el Purgatorio, o bien hacia el Infierno, o bien hacia la Vida Eterna, donde seguirá conservando su naturaleza y su personalidad.

Con esta reflexión, el padre José de Jesús Aguilar deja en claro que, aunque en las películas, en las historias, en las caricaturas o en el habla popular se aluda o se diga que ‘el niño se convirtió en un angelito’, “ni ese pequeño, ni mi papá, ni mi mamá, ni ningún otro ser querido se volverá un ángel al morir, pues esas sólo son maneras de expresarnos, pero de ninguna manera es verdad”.

Cuando el ser humano fallece -hace hincapié finalmente-, el ser humano continúa con su naturaleza, pero en un cuerpo glorificado, en la presencia de Dios.

1 comentario:

  1. Exactamente, según al juicio sometido estarás en un estado q corresponda.
    No nos alegremos así de fácil al pensar, q cuando un ser querido muere ya tenemos nuestro ángel guardián en el cielo.
    Más bien sigamos orando por su paz y su descanso, no le encarguemos nada pues no sabemos dónde está.

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