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Se realizó cuatro abortos, pero Dios la convirtió, hoy lucha contra el abortismo desde el Movimiento 40 Días por la Vida.



La de Pilar Alvis es una vida de sanación, arrepentimiento y reparación. A sus 45 años, echa la vista atrás y afirma sin dudar que "cuando uno se aleja de Dios cae en lo más profundo". Pero hoy no le puede estar más agradecida. Y es que la suya es, desde la infancia, la viva voz de la experiencia. Como víctima de abusos, hija de una familia desestructurada y sin una fe arraigada, Pilar no tenía un futuro halagüeño por delante. Tras décadas de desenfreno, su conciencia "despertó".

Entrevistada en el canal de Lazos de Amor Mariano, esta madre originaria de Colombia rememora a su abuela rezando el rosario como el recuerdo más bonito de su niñez. Una infancia que se truncó cuando su padre abandonó a su madre y sus tres hijas.

La muerte y ausencia de su padre marcó el resto de su vida. Tuvo que ponerse a trabajar desde muy pequeña y, aunque en un principio no tuvo duelo ni sintió dolor por la pérdida, los altibajos académicos y emocionales no tardaron en llegar.

"Pronto comencé a caer. Solo quería pasar la noche con mis amigas en la calle y con 16 años empecé a tener desórdenes sexuales", relata.

"Sin Dios y sin ley"

Su madrina, preocupada, recomendó trasladarla a Bogotá, pero acabó siendo peor el remedio que la enfermedad: "Llegué sin Dios y sin ley, empecé a trabajar y dos meses después, mi periodo no llegó. Al no tener educación sexual no sabía que eso significaba un embarazo. Llamé a una droguería, vino una señora a ponerme una inyección y se fue antes de que llegase el periodo", solo que "muy fuerte".

Dos meses después, se repitieron los hechos: "La señora volvió, me aplico algo para que `volviese el periodo´ y dijo que no volvería más". Sin saberlo, Pilar había abortado dos veces en tan solo dos meses.

Conforme pasaba el tiempo, su corazón se endurecía cada vez más. Meses después quedó embarazada de nuevo, y mientras que su novio se negaba a hacerse responsable del hijo, en su trabajo solo le mantendrían el puesto en caso de que abortase. "Acababa de cumplir 18 años cuando [él] me llevó a abortar. Pude sentir ese dolor físico al principio, pero llegó un momento en que ni si quiera sentía dolor ni sabía qué hacía ahí. Algo se murió en mí", recuerda.

Pilar continuó su carrera hacia el vacío, cayendo en cada vez más vicios, promiscuidad y alcoholismo. Dos años después volvió a quedar embazada. Pero esta vez, quería tener a su hijo.

Sin embargo, recuerda el día en que todo se vino abajo: "Me dio un dolor de cabeza impresionante y recordé que había una pastilla que venía muy bien, pero al día siguiente sentía que mis caderas se abrían. Tuve una hemorragia, me llevaron al hospital y me dormí. Cuando desperté, había perdido al bebé".

Su quinto y último aborto fue casero, recuerda "sufrir muchísimo" y que lo hizo porque "no quería tener un hijo con ese hombre". Sin embargo, si ya podía sospechar lo que sufría la mujer y el bebé durante el aborto, en esta ocasión descubriría lo que sufre el padre del niño abortado. "Yo le quité el derecho a la paternidad. Hice con él lo que el otro chico hizo conmigo. Él lloraba y yo le destruí la vida", lamenta.

Una oportunidad de redimirse

Y llegó el año 2000. Pilar tenía unos 23 años cuando, sin saberlo, conoció al que sería su marido. Pronto comenzaron una relación, ella se alejó de su antigua vida y decidió serle fiel.

Una vez más, supo que, quizá esta vez sí, sería madre en los próximos nueve meses. Y la respuesta de su novio cuando se enteró la dejó helada: "¡Qué alegría! ¡Vamos a ser padres!". Fueron solo seis palabras, pero determinantes para Pilar, que aprovecha para remarcar "la importancia de encontrar apoyo" para que muchas mujeres como ella continúen con el embarazo.

Por aquel momento, la relación de Pilar con Dios y la fe "era fría, nula e inexistente", pero si algo había aprendido de su abuela y la infancia era que debía casarse para criar  sus hija: "Sabía que era necesario, quería recibir el sacramento pero él no quería. Así que hice una novena a Santa Marta pidiendo el matrimonio cada martes, hasta que en junio de 2005 llegó y dijo: `Casémonos´". 

La boda tuvo lugar el 19 de noviembre de 2005. Pero Pilar no tardó en aprender la lección de que "un matrimonio sin Dios es un matrimonio sin vida". Así recuerda precisamente el suyo, que aunque cargado de buenas intenciones, se vio finalmente marcado por las discusiones, infidelidades y amenazas de abandono.

"Así empecé a acercarme a Dios, a rezar los rosarios y en 2015, por primera vez, hice una confesión de vida después de años sin pasar por un confesionario", menciona.

Entre la vida y el suicidio 

Sin embargo, quedaba por cumplir la penitencia, a la que no dio crédito cuando se acordó pasados los días desde su confesión: tenía que hacer un retiro de matrimonios de Lazos de Amor Mariano. Lo que aún no sospechaba es que su marido se había confesado con el mismo sacerdote y, sin saber que eran marido y mujer, les encomendó la misma penitencia.

La familia recuerda aquel retiro "con plenitud", ya que al mismo tiempo les hizo ver que su matrimonio se encontraba "en situación crítica" y pudieron solventar lo que les perjudicaba.

Pero también sirvió para despertar la conciencia de Pilar. Una conciencia que llevaba mucho tiempo adormecida y que tenía sobre sus espaldas la vida de cuatro niños. Al recordarlo, le sobrevino una fuerte depresión que le llevó a plantearse el suicidio, cuando contactó con 40 Días por la Vida pidiendo auxilio.

Incansable activista en defensa de la vida

Encerrada en su cuarto de baño, salió y se trasladó a una sede de profamilia -la principal filial abortista de Colombia- a rezar por los abortos que ahí tenían lugar, sin saber que estaba activa una campaña de oración de 40 Días por la Vida.

Una de las organizadoras la recomendó asistir a las sesiones de Proyecto Esperanza -de ayuda a mujeres y hombres que han participado en un aborto-  y no tardó en inscribirse como voluntaria en las campañas de oración de "Cuarenta".

Aquella fue solo la primera de la que se convertiría en una larga carrera de activismo próvida, que continua hasta la fecha: rezó en Profamilia y asistió a las mujeres que acudían a abortar en Promujer -ambas filiales abortistas-, se capacitó para ayudar en la sanación del síndrome posaborto, dirigió un programa de RadioMaría de atención a mujeres y familias en necesidad y participó en Proyecto Celeste, orientado a la asistencia a hombres y mujeres que han sufrido un aborto espontáneo.

Hoy, Pilar sirve junto a su marido en los retiros de Lazos de Amor Mariano y dedica su vida a reparar el daño causado durante su juventud y a asesorar a mujeres embarazadas para que "ninguna otra mujer pase por eso".

"¿Qué sería de mi vida sin Dios, sin Jesús, sin María…? De esa `nada´ que era yo, el Señor me sanó, me restableció y me devolvió a la vida. Estoy muy agradecida con Él porque esa Pilar de hace 20 años haya quedado atrás. La de hoy es una mujer que no quiere que otra pase por el Síndrome Postaborto. Lo que el Señor ha puesto en mi vida es reparar, y cuando se aborta, la reparación es para siempre", concluye.

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