La vida muchísimas veces nos sorprende y no de grata manera. Vivir es una suerte de montaña rusa que tienen tantos giros, subidas y bajadas; todos te toman por sorpresa y muchas veces no te queda tiempo ni de reaccionar.
Sé de cuenta propia que las cosas que suceden hoy, nos transforman y fortalecen para el mañana, pero ¡Cómo duelen!
Escuché hace unos días a una experta en Programación Neurolingüística decir lo siguiente: “Lo que te ocurrió fue terrible, pero te hizo la persona que eres hoy“.
Un poco de mi historia
Mi infancia y adolescencia no fueron tan terribles como lo creí en mis 20’s. En ese tiempo, cuando miraba hacia atrás, esos años representaban la peor época de mi vida. Y cuando los viví también lo fueron.
A los 11 años me di cuenta que había tenido que madurar a la fuerza. Mi infancia no fue mala en cuanto a comodidades materiales; sin embargo, la vida familiar estaba bastante lejos de ser algo deseado por un niño. No me voy a ir en detalles porque no son necesarios, basta con decir que al llegar a los 11 años prefería soportar hambre a aguantar violencia.
Cuando tenía 11 años mis padres se separaron. Para ese momento era completamente consiente de que la vida no estaba libre de sufrimiento. Tenía conocimientos que a esa edad ninguna niña debería tener. A pesar de eso, prefería por mucho esa vida que vivía llena de restricciones; y si, con tan poco era medianamente feliz.
En mi adolescencia no había día que no hubiera un reto económico en casa. En el colegio recibía humillaciones de parte de mis profesores por no tener el material escolar. Con las compañeras la situación fue similar; pese a eso, aprendí a defenderme del bullying y este simplemente desapareció. En esa época mi madre, hermana y yo nos las arreglábamos como podíamos.
Un padre estricto
No quiero hablar mal de mi padre, pero en ese tiempo estuvo bastante lejos de ser alguien que yo respetara. Lo veía tan poco que muchas veces olvidé su rasgos. Él se olvido por años de sus dos hijas del matrimonio que aún estaban muy pequeñas para mantenerse. Mi madre hacía lo que podía y nos sacó adelante.
La verdad es que yo en las noches lloraba y me preguntaba cuándo la vida dejaría de ser tan dolorosa. Quería crecer y mantener a mi mamá y a mi hermana con un trabajo. Los días eran eternos, los problemas eran (a mi modo de ver) insuperables, las limitaciones infinitas.
Mi padre empezó a entrar nuevamente en nuestras vidas debido a que yo pronto terminaría mi bachillerato. Estaba interesado en darme la universidad, pero ¡A qué precio!
Las humillaciones cada fin de semestre para pagarme el siguiente eran infinitas. Yo llegué a odiarlo porque no solo estaba estudiando con recursos limitados, era una carrera que yo no deseaba estudiar.
Fueron 13 años que para mí representaron una eternidad de dolor, baja autoestima y humillaciones. Cada día tenía que elegir entre irme a pie hasta mi casa y así poder comprar copias. Le tenía rabia porque tenía todos los recursos para darnos una vida digna a mi hermana y a mí; seguíamos siendo sus hijas, pero nos trataba con la punta del pie. Yo me tenía mucha rabia porque le tenía miedo debido a la crianza cruel que sufrí siendo una niña. Esos años fueron un infierno.
La oración me mantuvo fuerte
Hoy puedo recordar vagamente una oración que elevaba al cielo cada noche: “¡Diosito! ¿Cuándo se acabara este suplicio? Yo ya no soy capaz de soportarlo más. ¡Por favor, dame fuerza, ayúdame que ya no puedo más!”.
Recuerdo que también le pedía al cielo que un día él viera todo el daño que nos hacía. Que en su propio ser sufriera tan solo un poco de lo que nos hacía padecer a nosotras.
Sé que mis oraciones tuvieron respuesta porque hoy mi padre es un hombre completamente opuesto al que fue hace años.
Esas oraciones me sostuvieron y fueron la luz y la esperanza. Quizás si en ese tiempo hubiera sabido lo que ahora, oraría de forma distinta.
Hoy sé que mis oraciones fueron escuchadas. Mejor que eso, me convirtieron en la mujer que soy hoy en día. No es que sea una santa, tampoco quiero ni pretendo serlo. Soy una mujer madura que tiene claro qué desea en la vida; también trato de hacer lo mejor que puede por su familia. Aprendí a perdonar y a ser un buen ser humano. También creo en Dios y es mi sostén cada día.
Yo te invito a que en todo momento ores. Ora en momentos de soledad y tristeza, pero también cuando disfrutes de buenos tiempos.
Recuerda que la oración es la manera más efectiva de acercarse a Dios. Nunca olvides que aunque creas que tus oraciones no son escuchadas, la realidad es que sí y son respondidas en su momento y lugar.
Autora: Patricia Otero.
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