Mientras, por primera vez desde los años 80, el imperio de los abortorios siente temblar sus cimientos sacudido por los escándalos y con la nueva Administración Trump, se va expandiendo una de las joyas de la corona de la respuesta cristiana a la maternidad. Ha crecido pacientemente, y no por las subvenciones ni por la publicidad, sino por la gracia y el sacrificio de algunas personas. Dotada de sala de parto, de habitaciones para la parturienta y su familia y de un hospital perinatal, esta clínica de la maternidad invierte la tendencia de la medicina moderna a patologizar el parto hospitalario (al tiempo que, paradójicamente, relega el aborto al ámbito privado) y a tratar el embarazo como un asunto que afecta solo a la mujer, dejándola sola ante uno de los acontecimientos más perturbadores de la vida
Pero, ¿quién es ese hombre que ha creado la clínica Tepeyac Ob/Gyn de Virginia, que recientemente inauguró un amplio hospital perinatal (dotado de capilla) capaz de ofrecer “una gama completa de servicios de obstetricia y ginecología” y que cree “en una medicina misericordiosa, en la justicia de las Sagradas Escrituras y en las relaciones centradas en Cristo”? Su nombre es John Bruchalski, un médico que tras haber practicado abortos durante años, se convirtió y lo ha sacrificado todo para salvar a los niños del homicidio materno, ofreciendo a la Virgen toda su obra asistencial.
Católico de origen, cuando estudiaba Medicina en los años 80 Bruchalski comenzó a creer que “el aborto y la anticoncepción eran cosas buenas para la mujer”. Muchos otros católicos le explicaban que las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, la vida y la sexualidad cambiarían al unísono con la cultura: solo era cuestión de tiempo. Esa fue la trampa en la Bruchalski decidió caer.
La voz que escuchó en Guadalupe
Y así, con el fórceps en la mano empezó a descuartizar a los niños en el útero de la siguiente manera: “Lo giraba” y luego lo aspiraba con “la cánula, que mide unos 20 centímetros de largo. Esa es la pequeña distancia que te separa del niño cuando le quitas la vida. Y pasaba de la cánula, de mis dedos, de mis brazos, hasta mi corazón. Y mi corazón se hacía cada vez más duro”. De hecho, fueron pasando los años hasta la indiferencia más absoluta: la vida del médico proseguía como si nada pasase, como si el homicidio de cientos de inocentes no tuviese consecuencias ni para él ni para sus madres. Mucho menos para el mundo. Sin embargo, “no había ni felicidad ni alegría en mis clínicas”, confiesa. Además, la difusión de la anticoncepción, considerada como panacea, más que resolver el problema del aborto o de las enfermedades de transmisión sexual, lo aumentaba: “Cada vez más relaciones se rompían, había más infecciones”. Sin embargo Bruchalski se justificaba así, como sus colegas: “Esto pasa porque la anticoncepción no está aún lo bastante extendida ni es lo bastante segura”.
Pero no había previsto la oración incesante de su madre: “Me salvó”. Cierto día, visitando el santuario de la Virgen de Guadalupe, oyó de repente oyó una voz de mujer que le decía (al principio pensó que estaba soñando): “¿Por qué me haces daño?”Pensó que tal vez era la voz de María, pero sea como fuere, Bruchalski volvió luego a su vida de siempre.
Fue entonces cuando una mañana falló el aborto que estaba practicando y el pequeño nació vivo: “Pesaba poco más de medio kilo. Llegó el médico de Neonatología, que me miró directo a los ojos y me dijo: Déjalo… es mejor así”. El pequeño respiraba.
La Virgen y la joven provida
Pocos días después la madre de Bruchalski le dijo que la acompañase en peregrinación a Medjugorje (donde desde 1981 se aparece la Virgen a seis videntes). Allí, por una gracia, se despertó en él el amor que tenía a María y Jesús cuando era niño. “Fue la simplicidad de los mensajes de la Virgen lo que me llevó a la conversión”, explica el médico: “Y también una joven belga”. Se trata de una mujer convertida a la causa provida que le dijo que sabía que la Virgen María quería comunicarse con él: “Y comenzó a decirme cosas sobre mi vida que me cambiaron”.
Al volver a casa, el médico explicó a sus superiores que nunca más volvería a practicar abortos. Bruchalski quiso hacer algo más: arrancar de sí la mentira en la que había creído y comprender de dónde venía comenzando a estudiar el magisterio de San Juan Pablo II, especialmente la “teología del cuerpo”. De hecho, la gracia recibida durante la peregrinación no fue solo la de reconocer todos sus pecados, sino también la de “comprender que había un modo auténtico de ser médico… opuesto a aquel que sostenía Planned Parenthood. La Virgen me mostró mi papel”.
Ahora dirige un centro de ayuda a la maternidad
Y así, desde 1994 el médico comenzó a dirigir una centro de ayuda a la maternidad donde “estamos convencidos de que la salud depende de las relaciones de comunidad” y de que, “si amamos lo suficiente cuando practicamos la medicina, podemos crear ambientes en los que el aborto se haga impensable”. La clínica Tepeyac nunca ha tenido ánimo de lucro, porque “la Virgen dice que debemos ver a los pobres en nuestra vida cotidiana, dado que una cosa es ser un médico provida, y otra que en tu propia vida como médico llegues a ver a los pobres”. El centro ha ido creciendo en servicios y calidad. Sobre todo, dada su experiencia como abortero, Bruchalski está convencido de que, más que concentrase en soluciones como fomentar la adopción o mostrar a la madre imágenes del feto (puesto que la mujer en ese momento percibe a su hijo como un enemigo), hay que ofrecer un sentido y una esperanza, que es Cristo.
Ahora este médico da la vuelta al mundo hablando a otros profesionales y jóvenes, porque “tenemos necesidad de inspirar a los médicos a profesar su fe y a convertirse en los hombres y mujeres que Dios les ha llamado a ser”. Su experiencia de conversión demuestra que “nadie está fuera del alcance de la misericordia de Dios, nadie, nadie… La misericordia de Dios es lo que verdaderamente penetró en mi corazón”. Por eso Bruchalski anima a la oración incluso fuera de los abortorios: “Debemos ayudarnos unos a otros, rezar unos por otros, sacrificarnos unos por otros”, seguros de que “la conversión llega, aunque no sea según nuestros tiempos”.
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