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¿Quién nos separa a los católicos?


En estos últimos años han ido tomando cuerpo en la Iglesia actitudes de nerviosismo, de miedo y de exasperación ante la realidad que se impone: la descristianización progresiva de la sociedad. Lo cual, en algunos sectores, ha provocado un desconcierto que se ha ido transformando en reacción de autodefensa. También lo observo día a día en mi misma parroquia, entre fieles sinceros. Hay bastantes católicos que están preocupados, desalentados, manifestándose a veces hasta con agresividad.

De vez en cuando, incluso algún sacerdote puede sorprenderte con frases tan rotundas y terribles como: “El papa Francisco es masón”, “El cardenal Omella es separatista”, “El Concilio Vaticano II es un fracaso”, “El obispo (tal o cual) es un hereje”… Uno se queda estupefacto ante la ligereza y la normalidad con que estas cosas se manifiestan.

Pretendidamente cristianos

Pero enseguida aparece la raíz de todo, cuando alguien te dice que tales declaraciones se publican diariamente en medios pretendidamente cristianos que tienen gran difusión en Internet. Porque a nadie se le oculta que estas actitudes son alimentadas por determinados blogs y páginas web, empeñados en señalar a la sociedad moderna como el gran adversario de la Iglesia; como si, de pronto, hubiera decidido destruir de raíz el cristianismo, y hay que defenderse frente a ella como sea. Así que, de manera poco consciente, la denuncia, el ataque y la condena se imponen como el único programa pastoral posible, considerando que esta es la tarea más decisiva y urgente de la Iglesia.

Nada resultará más válido para estos ultracatólicos que ser agresivo, intransigente o beligerante. Con la consiguiente exigencia a los obispos de lanzar una permanente arenga admonitoria en temas de moral o política. Los agitadores animan sin descanso para que parezca que los obispos atacan a los obispos, los sacerdotes atacan a los sacerdotes y todos se revuelven unos contra otros, señalando indirectamente al actual Papa como el culpable último. Porque, aunque Francisco no haya introducido grandes cambios de fondo en la doctrina, sus expresiones públicas y su estilo han despertado esa resistencia feroz que aflora en estos sectores.

¡Qué triste!

Uno se queda horrorizado cuando ojea esas páginas en la red: insultos, crueles descalificaciones, juicios temerarios, calumnias… Y todo ello encerrado en un envoltorio aparentemente cristiano. ¡Qué triste es ver surgir una suerte de movimiento pendenciero usando el nombre de Cristo! Y aún más triste es comprobar que tiene su éxito ese género, con incondicionales por cientos de miles y todo un ejército de corifeos en los comentarios que se amparan en el cobarde anonimato. Son personas que, bien por la extraña gratificación que les produce destruir, bien por algún interés espurio perseguido, van a sembrar división como el mercenario en la guerra, con entusiasmo y excitación.

Y no olvidemos que el divisor sabe “robar el corazón” a los descontentos y a los ingenuos, apelando al instinto de conservación y al miedo; pero nunca buscando reformas o mejoras, sino escombros…

Nada de eso tiene que ver con el verdadero espíritu de Jesús, que –como rezamos en el Credo– es “dador de vida”; y que confía su misión a sus discípulos, enviándolos sencillamente como corderos en medio de lobos. ¿Cómo haremos creíble, pues, el mandamiento de Cristo si generamos odio y no amor?

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