Entre los recitales y musicales, talleres de artesanía y de quesos, partidas de rol y un largo etcétera de las actividades del encuentro anual de la Sociedad Tolkien Española que se ha celebrado esta semana, una de las varias conferencias se planteaba una pregunta cuanto menos curiosa: ¿Pudo santa Hildegarda de Bingen influir en J.R.R. Tolkien y su obra?
La pregunta le surgió al ponente, José Manuel Ferrández Bru, durante la pandemia, cuando en un concurso para mantener el contacto le entró la duda sobre si un poema sobre la muerte de la santa podía ser del escritor. «Sabía que Peter Dronke, el estudioso más importante del siglo XX sobre ella» y otros eruditos medievales, estuvo casado con una de sus alumnas y empezó a trabajar en el Merton College de Oxford el último año que Tolkien estuvo allí.
Con estas pistas empezó a tirar del hilo y descubrió «convergencias interesantes», y quizá incluso «inspiraciones». Por ejemplo, «santa Hildegarda fue la primera creadora de una lengua artificial», la lingua ignota. Como Tolkien, que con la Tierra Media quiso invitar un mundo en el que se hablaran los idiomas que inventaba. Ambos usaron también la imagen de una pluma que se mueve con el viento para expresar «la mezcla de predeterminación y libre albedrío», tema importante en Tolkien.
La biblioteca del cardenal Newman
Pero quizá la coincidencia más llamativa es que la religiosa y doctora de la Iglesia medieval se refirió a Dios como un «fuego secreto» que lo une todo. Una expresión que aparece en la obra de Tolkien en referencia a la «llama imperecedera», que en El Silmarillion Ilúvatar (Dios) envía «para arder en el corazón del mundo» y darle vida.
¿Conoció Tolkien la obra de la santa germana? ¿Le hizo un guiño al bautizar al personaje secundario del hobbit Hildegardo Tuk? No sería de extrañar. El escritor «tenía una formación teológica muy fuerte», afirma Ferrández. Al morir su madre, su tutor fue el padre Francis Morgan, del Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham. «Y él tenía acceso a la biblioteca que había sido del cardenal Newman». En el Oratorio, además, hay una fuerte afinidad con los benedictinos, orden a la que perteneció santa Hildegarda.
«Un antes y un después»
Ferrández, ingeniero de profesión, espera poder seguir investigando este tema, aunque tiene una larga lista de tareas pendientes relacionadas con Tolkien. El año que viene, espera publicar un libro sobre sus viajes. Invertir tanto tiempo investigando es un hobby que nace de la fascinación por el autor que sintió al leer por primera vez El Señor de los Anillos a los 13 años. «Marcó un antes y un después», pues es el único libro «con el que he notado esa conexión íntima» que canalizó «sentimientos, valores y una visión del mundo que no era capaz de entender o expresar».
El entusiasmo le llevó también, a comienzos de los años 1990, a fundar junto con unos amigos de la Universidad la Sociedad Tolkien Española. En ella, se le conoce por el apodo de Gimli. Entre sus 1.000 socios hay personas «con muchas inquietudes diferentes», tanto en lo relativo a qué aspectos de la obra de Tolkien les atraen más o como lo expresan —ensayos, música, artesanía…—, como en cuanto a ideas políticas y creencias.
Católico, pero no apologeta
«El gran logro que tiene Tolkien y que aglutina a tantas personas» diferentes es que su obra se apoya en «las grandes verdades» y los «valores fundamentales», como la misericordia o la amistad. «Conozco a gente absolutamente agnóstica e izquierdista, que podríamos pensar que está en las antípodas de Tolkien, y que sin embargo lo admira profundamente porque también se ve reflejado en su obra».
Puesto que esta es para él la mayor grandeza del escritor inglés, Ferrández pide prudencia «respecto a algunos fenómenos que tratan de convertirlo en bandera de lo que no fue». Tolkien era un «católico convencido» en cuya vida fue fundamental la conversión de su madre, que le supuso no pocas dificultades y «a la que incluso achacaba su muerte prematura». Esto «evidentemente inspiró su obra, como otros fenómenos de su vida. Si no hubiera sido católico, no la habría escrito como lo hizo». Pero «a diferencia de C. S. Lewis, Tolkien no tenía un propósito apologético, no le gustaba avasallar» ni se veía con «la misión de convertir a todo el mundo a su alrededor».
El tío Curro
Lo afirma alguien que, igual que ha investigado la relación de Tolkien y santa Hildegarda, escribió el primer libro sobre el padre Francis Morgan, tutor de los hermanos Tolkien tras la muerte de su madre. En las biografías aparece como un personaje presente sobre todo en su infancia y adolescencia, con una difusa relación con España.
Pero Ferrández quiso saber más cuando descubrió que su segundo apellido era Osborne. Y que, de hecho, era «el tío Curro» del presidente honorífico del célebre grupo empresarial del mismo nombre, Tomás Osborne -Gamero-Civio. De ahí nació El tío Curro. La conexión española de J.R.R. Tolkien.
Ferrández descubrió la cara española del sacerdote, que también influyó en la obra de Tolkien. Por ejemplo, parte de sus estudios se pagaron con dinero que Morgan recibía del grupo Osborne y también de la empresa familiar de los Morgan en Andalucía. Además, al fallecer en 1935 «les dejó una buena cantidad», que «probablemente permitió a Tolkien», padre de familia numerosa con apuros económicos, relajar un poco su carga de trabajo y poder dedicar más tiempo a la escritura.
La influencia andaluza
La investigación también permitió a Gimli rebatir la imagen del sacerdote como alguien «de poco intelecto, ruidoso» y estricto, que obstaculizó el noviazgo de Tolkien con Edith Mary Barr, y de quien luego se distanciaron. La realidad es que pudo ser mal entendido porque, aunque de ascendencia inglesa, era un español de segunda generación «y muy andaluz».
Por otro lado, explica que su veto hacia el noviazgo de Tolkien y Edith hasta que fuera mayor de edad fue «la de un padre responsable» de principios de siglo XX, interesado en que el joven, sin ningún otro apoyo, se centrara en sus estudios. «Fue una decisión buena y Tolkien lo reconoció».
De hecho, después siguió siendo una especie de «patriarca de la familia», como le relató al mismo Ferrández Priscilla Tolkien, hija del escritor. Lo que el sacerdote le contaba lo que estaba pasando en España fue «una influencia para que él luego se preocupara tanto por la Guerra Civil».
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