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El misionero que pasó dos años secuestrado: «Mis pies estaban encadenados, pero mi corazón no»




El 17 de septiembre de 2018 será un día que el sacerdote italiano Pier Luigi Maccalli ya no podrá olvidar. Esa noche era secuestrado por un grupo de yihadistas armadas en Bomoanga (Níger). Dos años después, el 8 de octubre de 2020, era puesto en libertad en Malí. En una entrevista con Obras Misionales Pontificas con motivo del reconocimiento que ha recibido, el premio OMP 2022, narra su cautiverio.

–Acaba de publicar el libro Cadenas de libertad, ¿se sintió realmente libre siendo un hombre encadenado?

–Puede parecer paradójico, pero fueron las cadenas las que abrieron en mí lo que yo llamo el espacio libre, el espacio del corazón. Fue mirando mis cadenas una tarde que me dije que mis pies estaban encadenados, pero mi corazón no. Entonces pensé en la pequeña Teresa. Ella, monja de clausura, patrona de las misiones. Y sin embargo, ha encontrado su espacio de ser en la Iglesia el corazón, el amor que late por las periferias del cuerpo. Seré misionero e iré con el corazón a los pueblos que antes visitaba a pie, en coche. Y entonces me he sentido libre y he recorrido estos caminos, y he llevado ante Dios las personas que tengo en el corazón. Este corazón libre ha sido mi manera de ser misionero.

"Me hice un rosario de tela. Lo llevo siempre conmigo en la muñeca" Pier Luigi Macalli.

–¿Cómo fue su oración durante el cautiverio? ¿Sintió que Dios le había abandonado?

–Muchas veces he llorado en aquel desierto, he derramado lágrimas, he gritado, interiormente repetía las mismas palabras que dijo Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». No era una oración desesperada. Y me aferraba a sus palabras. Lo ha dicho Él. Lo has dicho tú, Jesús. Puedo también decirlo yo. Me he aferrado a estas palabras suyas y tomaba fuerzas, sabiéndome en profunda comunión con su sufrimiento y con su cruz. Esta ha sido mi manera de rezar y sinceramente he tenido momentos en los que me he sentido desconsolado, aislado, solo. Pero en esa soledad le decía a Dios: no me dejes. Al menos Tú, quédate conmigo. Después de todo, las palabras no son la única forma de orar. Cuando una persona sufre, o grita o llora. Creo que ha sido también la oración de las lágrimas, que mi corazón ha derramado en aquel momento. Pero de confianza, siempre.
María y el Rosario eran mis oraciones diarias. Me hice un rosario de tela. Lo llevo siempre conmigo en la muñeca. Porque me mantiene en comunión con todos los rehenes. Luego, el 7 de octubre, fiesta del Rosario, por la tarde, nos anunciaron que íbamos a ser liberados. Llegó aquel convoy de personas fuertemente armadas y el colega que conducía el auto cuando salió abrió los brazos y dijo: «liberation, c’est fini».
Miré hacia lo alto. Estaba muy tranquilo porque tantas veces nos habían anunciado la liberación y no había tenido lugar. Saludé a las estrellas aquella noche, he rezado mi rosario y me siento en fuerte comunión con esta oración. Invito a todos a rezar el Rosario, a orar a María para sostener a quienes están pasando por momentos difíciles en nuestros hogares, en misión. Para sostener a todos los rehenes que están pasando por momentos de desánimo, por sus familias, como lo vi en mi familia. María me ha sostenido, ha sostenido a mi familia y le pido que sostenga a cuantos están sufriendo en este momento.

"Misión es encontrar al otro, a la humanidad herida, sabiendo que nadie nace malo" Pier Luigi Macalli

–Usted ha cumplido de manera admirable el lema del Domund de este año, «Seréis mis testigos», ¿qué puede decirnos para animarnos a ser testigos misioneros?
–De esta desventura que he vivido, mi invitación es muy simple. No encadenemos nunca más a nadie. Las cadenas me han molestado, me han humillado, pero el misterio de la persona humana es mayor de lo que puede parecer, de lo que los mismos errores que las personas puedan también cometer. Todos somos personas heridas. Misión es encontrar al otro, a la humanidad herida, sabiendo que nadie nace malo, se vuelve uno así por una historia, por sufrimientos que se han padecido.

He sufrido el frío, el calor, he comido lo que me daban, he bebido agua con sabor a gasolina… Pero lo que más me faltaba era el no poder comunicarme. En cambio, en respuesta recibía palabras que me humillaban y que me herían profundamente. La palabra muchas veces inflama nuestras relaciones. De una palabra nacen reacciones que pueden ser una mano, que se convierte en puño, que se convierte, si está armada, en un asesinato, un feminicidio, una guerra. Pero todo viene de una palabra fuera de lugar o de una palabra que ha herido.

–Y ahora, ¿qué?

Mi compromiso como hombre libre, ahora es dar testimonio de la fraternidad. Me siento hijo de aquella palabra profética que nos ha dirigido el Papa Francisco: Fratelli tutti. Me parece extraño. Hay un episodio que he recogido en el libro: nos dieron una pequeña radio y ese 4 de octubre escuché en la radio que el Papa Francisco había firmado la encíclica Fratelli tutti. Yo no la conocía. Solo pillé el título. Había firmado esta encíclica sobre la tumba de San Francisco de Asís. Fui liberado el 8 de octubre y, es más, quizás ahora, pensándolo bien, pienso que la palabra que capté, fue la que me conmovió por dentro. El 8 de octubre le dije a Abu Naser, que me conducía a la libertad: «Abu Naser, tengo una palabra que decirte». Él, que no me saludaba, que me consideraba un incrédulo. De un suspiro le dije: Que Dios nos dé a entender un día que todos somos hermanos. Él levantó las manos del volante y no respondió. Me quedé callado. Guardé silencio. Me salió del corazón y se lo ofrecí porque hoy me siento llamado a testimoniar la fraternidad, la fraternidad a todos.

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