Despunta ya el 2023. Curiosamente, y sin dejar de ser inquietante, el año que terminó lo hizo de forma similar a como empezó: en medio de interrogantes. Y así comienza este año.
Con la esperanza de arrojar luz sobre estos temas, analicemos el presente para tratar de desvelar el futuro.
En primer lugar, en el ámbito espiritual: ¿cómo se encuentra la Santa Iglesia, en su parte visible, al concluir el año?
La reciente publicación del columnista Specola revela un poco la situación, dándonos un aperçu: “en un proceso acelerado e irreversible (salvo intervención divina, por supuesto) de secularización y apostasía”. Los crecientes escándalos morales y económicos, las amenazas de cisma, el descrédito de los pastores y la persecución declarada de la que se ha convertido en blanco lo prueban. Si la situación sigue así, ¿qué nos espera por delante?
Por si todo esto fuera poco, continúa Specola “los fieles serán intimidados y atemorizados para que ya no asistan a los servicios religiosos en las iglesias, ni visiten los belenes, ni recen. Las iglesias se convertirán en gimnasios, declarando que las iglesias no son museos y deben estar ‘vivas’; no porque Cristo viva en el tabernáculo, sino porque se jugará voleibol o baloncesto, o se darán clases de baile, o se abrirá un local de comida rápida”.
¿Es esta una visión pesimista de la situación? Es decir, que las verdades de fe serán finalmente desacreditadas y la necesaria revisión evolutiva del pensamiento, la cultura, la moral y la fe seguirá su curso?
Pronósticos dolorosos e incómodos, pero que no obstante son ciertos.
Sin embargo, hay algo aún más importante que comentar respecto a la Santa Iglesia, y que ya es evidente para todos: no es sólo el año que llega a su fin, sino también la peregrinación de Benedicto XVI en este valle de lágrimas.
¿No es esta muerte también sintomática y simbólica? Si es cierto que, con la muerte de la reina Isabel, se puso fin a una época histórica en el ámbito civil –como señalan los observadores autorizados de la Historia–, ¿no puede decirse lo mismo –y con más propiedad aún– en relación con Benedicto XVI?
Pasando al campo civil, los pronósticos también son decepcionantes: la tensión mundial no ha hecho más que aumentar, ya sea por el interminable conflicto ruso-ucraniano, que mantiene a todos en alerta máxima; ya sea por la reciente confusión iraní; o incluso las intrigantes maniobras chinas en las afueras de Taiwán. Algo parece sugerir que la paz mundial ya no es la utopía tan avivada por los medios de comunicación.
Analizado así, el cambio de año se presta muy fácilmente a la analogía con un fenómeno de la naturaleza: la formación de una tormenta.
A pesar de que a veces es una hermosa tarde, comienzan a soplar ráfagas de un fuerte viento. Las nubes inician su apresurada trayectoria hacia un punto indefinido y, en medio de esta carrera acelerada, se suman y adquieren mayor densidad, imposibilitando ver el sol. Por fin el cielo está todo plomizo y el cuadro de la tormenta está en su lugar. Los últimos pájaros cantan, las últimas hojas susurran en los árboles; todo está hecho, solo queda esperar las primeras gotas. Por bastante que tarde en caer, no cabe duda de que lloverá, y la espera no hace más que aumentar la expectación.
¿No es este el estado actual de las cosas? Estos fuertes vientos hace tiempo que comenzaron a soplar; las nubes ya se juntaron; el sol ya está tapado. ¿No es cierto que sentimos –y aquí subrayo el verbo sentir– que todo pende de un frágil hilo? ¿Este hilo, sin embargo, mantiene una situación ya insostenible?
Entonces, ¿caerá la tormenta en 2023? Y si cae, ¿dónde podemos refugiarnos?
Hagamos como Noé, es decir, entremos en el arca. Pero hoy en día, querido lector, no necesitamos construirla con nuestras propias manos; Cristo la dejó bajo los velos de los Sacramentos, donde podemos refugiarnos. Además, encontraremos siempre el apoyo necesario en los brazos de quien es el Arca de la Alianza, María Santísima.
Por lo tanto, no nos dejemos vencer por el desánimo. La agitación del mundo no debe ser motivo de tristeza para el verdadero católico. Al contrario, sólo se destacan las palabras de Nuestro Señor: “¡Ánimo! He conquistado el mundo”. (Jn 16,33)
Por muy fuertes que sean las tormentas, esta barca de Cristo siempre seguirá surcando los mares de la Historia hacia la Tierra Prometida.
Dirijámonos, pues, a la Santísima Virgen, implorando que el Reino de Cristo y de María se establezca cuanto antes entre los hombres. ¡Que podamos decir, aún en el año 2023, que, finalmente, el Inmaculado Corazón de María ha triunfado!
¡Feliz Año Nuevo!
Por Aloisio de Carvalho
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