La muerte de Benedicto XVI/Ratzinger ha avivado una discusión que surgió desde el año 2013, fecha en la que el hoy difunto renunció y Jorge Bergoglio tomó la conducción de la Iglesia como el papa Francisco: ¿sería difícil o hasta imposible la existencia de “dos Papas” al mismo tiempo? Más allá de que sólo uno estaba al mando, y el otro era emérito, las circunstancias y las personalidades de los protagonistas justificaban la pregunta.
Dos eran -y son- las características de la inquietud. Por una parte, la condición académica del alemán, uno de los principales teólogos del siglo XX, y la mente rectora del magisterio ofrecido por Juan Pablo II. Tal perfil contrastaba con el del argentino, que ni siquiera pudo concluir su tesis de doctorado. ¿Podría Francisco, un humilde pastor más dado a convertirse en el párroco del mundo, estar a la altura de una figura como Benedicto XVI, cuyo aporte doctrinal lo colocó en el claustro teológico internacional?
Por otra, el hecho de que Ratzinger una vez renunciado no regresara a Alemania -como muchos sugerían-, y permaneciera, si bien en retiro, a la sombra de Francisco, cohabitando como en una vecindad, evidenciaba la clásica dificultad que tienen los mandatarios entrantes con los salientes. No obstante protocolos y delicadezas, y asumiendo que Benedicto XVI prefería el ostracismo al protagonismo, su sola presencia era incómoda. Agreguemos las naturales pugnas entre los respectivos equipos de trabajo -como lo sostiene el eterno secretario del difunto, Georg Gänswein-, para conformar un ambiente difícil, si no es que hasta tóxico.
Es por ello que, ante el fallecimiento del germano, algunos vaticanólogos sostienen que el argentino ahora sí podrá, liberado por fin de una referencia que, de una forma u otra, lo mantenía atado en su impulso renovador, llevar adelante las reformas que aún no puede consolidar.
Y es que, según este enfoque, ya por el debido respeto a la investidura, ya por temor académico, Francisco habría preferido, en estos ya casi 10 años de pontificado, intentar con leves acercamientos y escarceos tibios, revolucionar a la Iglesia Católica en temas como homosexuales, divorciados vueltos a casar, sacerdocio femenino, etc., pero sin llegar al fondo de tales cambios. Siempre siguiendo la tesis referida, ahora sí podrá hacerlo, rotas las respetuosas cadenas que lo atenazaban.
Difiero de esta visión. Es cierto, como lo afirma Paul Richard Gallagher, secretario de Relaciones con los Estados de la Santa Sede, que la presencia y cercanía física del predecesor haya tenido su efecto en el pontificado de Francisco. Pero, como él mismo lo confirma: Ratzinger nunca intentó obstruir a Bergoglio.
Creo que Francisco continuará, quizá ya no por mucho tiempo, con este afán innovador. ¿Lo logrará? No depende de haberse “librado” de una sombra ominosa, como nunca lo fue Benedicto XVI. Lo conseguirá si nosotros, jerarcas y laicos, optamos de una buena vez por seguir a Jesús y no por fortalecer una estructura que ya está oxidada.
Pro-vocación
Y hoy que celebramos la Epifanía del Señor, conviene preguntarnos: ¿cómo se manifiesta en la actualidad? Una respuesta rápida, pero me parece que superficial, sería decir: en las redes sociales, en los acelerados cambios tecnológicos, en el relativismo rampante. No. Creo que necesitamos buscarlo en los actores sociales emergentes: migrantes, comunidades LGTB+, jóvenes, personas sin hogar, ancianos abandonados, activistas sociales. Allí aparece con toda nitidez.
Por: José Francisco Gómez Hinojosa
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
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