El divorcio de sus padres marcó la vida de la dominicana Carolina Uribe, quien tomó como pretexto este problema para alejarse de la religión y durante cinco o seis años enfocó sus acciones a la diversión y al sexo de manera desenfrenada, hasta tocar fondo. Nunca imaginó la señal que Dios le enviaría.
Sin embargo, cuando se le diagnosticó una enfermedad sintió que el mundo se le venía encima y en ese momento lo primero que se le ocurrió hacer fue intentar buscar a Dios y le pidió que le dijera en dónde lo podría encontrar.
La solicitud de la desesperada mujer fue con tal devoción que, de manera sorpresiva, recibió una respuesta a través de su teléfono móvil en la que le informaban dónde estaba Dios.
Así le envió Dios su señal
“Entendí que necesitaba a Dios. Estaba triste en casa, sola y le dije: `Si existes, dime dónde estás, porque no sé dónde ir a buscarte y sé que Tú quieres que lo haga´”, recordó Uribe.
En ese momento, recibió un mensaje en su teléfono, el cual le mostraba una dirección. “De repente me salió en el móvil Google Maps con una flecha señalando la parroquia de Santo Tomás de Villanueva (en República Dominicana). Me quedé alucinada. ¿O sea que Tú existes y me respondes?”, preguntó.
Carolina no entendía lo que estaba sucediendo en ese momento. Buscó en el historial de su teléfono para comprobar si en algún momento había buscado es dirección en la aplicación y no encontró ni un rastro, y lo último que había anotado en la aplicación era la dirección del bar en el que estuvo bebiendo la noche anterior.
Un retiro, muchas respuestas
Consciente de que había tocado fondo y con una respuesta tan directa, Carolina no dudó y solo pensó “en obedecer” el mandato que había recibido y se dirigió a la iglesia. Así, empezó a ir a Misa todos los domingos, sin poder comulgar a la espera de confesarse, para lo que, una vez más, acudió a Dios pidiéndole la oportunidad.
Nuevamente Dios se le manifestó de una manera inesperada. De repente recibió una invitación para ir a un retiro de una amiga con la que llevaba varios años sin hablar, así que decidió asistir.
“Sabía que era la respuesta de algo que le pedí a Dios. Ese retiro me dio la respuesta a muchas cosas que necesitaba de Dios en mi vida, puso orden en cómo veía a la familia, mi vida, la Eucaristía, el cuerpo como templo del Espíritu Santo y no mío… me dio muchas respuestas”, recuerda.
Una de esas respuestas, recordó Carolina, fue la confesión: “De tanto tiempo que llevaba, no sabía cómo empezar. Pero el Señor me ayudó a través del sacerdote, que me fue llevando poco a poco. Fue una liberación, como desprenderme de una mochila a mis espaldas con la que no podía cargar”.
Tengo un Dios cercano
Desde ese momento tomó varias decisiones de raíz, entre ellas el no tener relaciones sin estar casada y perdonar a sus padres, pero además vivió un proceso de conversión que Dios le fue enseñando, el cual sus amigos no entendían. Tras su conversión, ahora es consciente de que durante su “rebeldía” siempre estuvo muy alejada de la felicidad.
“Ahora lo soy. Tengo un Dios cercano con el que hablo, que me escucha y me responde en lo ordinario y en lo extraordinario. Nunca me siento sola porque nunca estoy sola y cuando me doy cuenta de la presencia de Dios en mi vida, todo cambia. Hay dificultad, pero no se compara [a antes]”, confiesa.
Actualmente Carolina vive en España y se enfoca en seguir su proceso de conversión y en fortalecer su fe, además de apoyar en las labores de evangelización a fin de poder ayudar a quienes enfrenten una situación como la que ella vivió.
“Trato de ir a Misa cada día y estar en oración. Lo necesito, soy débil y no puedo vivir sin Dios. También ayudo lo que puedo en actividades de evangelización: si Dios hizo eso en mí, que era un caso perdido, seguro que puede hacerlo en otras personas. Todo lo que pueda hacer para ayudar y esté en mi mano, lo voy a intentar”, concluyó Uribe.
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