En Cerdeña está muy arraigada la devoción a una imagen milagrosa invocada como protectora de los marineros, la Virgen de Bonaria.
Rino Cammilleri ha contado su historia en su columna Kattolico del número de enero (nº 224) del mensual católico de apologética Il Timone:
El prodigio del mar de la Virgen de Bonaria
Las cosas de la vida me llevaron a vivir en Corso Buenos Aires, después de haber vivido en Via Contessa Matilde. Ya hablé de esta última (de Matilde, no de la calle) en uno de los episodios anteriores. Hoy, por tanto, es el turno de Buenos Aires, que es la capital de Argentina y sede de Bergoglio antes de Roma.
«Aire» es masculino. Y «viento» también. Los conquistadores, al desembarcar en el siglo XVI, bautizaron la zona con el nombre de Nuestra Señora de los Buenos Aires, no por estar empujados, precisamente, por vientos favorables, sino porque, siendo dueños también de Cerdeña, eran devotos de su Patrona, la Madonna de Bonaria (que significa lo mismo). También dediqué un episodio al estrecho vínculo que existe entre sardos y españoles, como ya saben los aficionados a Kattolico. Giulio Dante Guerra dedicó un extenso artículo (que nadie ha podido superar) a Nuestra Señora de Bonaria en la revista Cristianità allá por 1984. Me ha servido de inspiración para contar la intrigante historia.
El cese de la tormenta
Estamos el siglo XIV y son los tiempos de las guerras entre pisanos y aragoneses; los primeros poseían Cagliari, los segundos le contraponían Villa de Bonayra. Una vez derrotados los pisanos, de Villa solo quedaba la iglesia confiada a los mercedarios (orden española fundada para rescatar a los esclavos cristianos en manos islámicas).
El 25 de marzo de 1370 (nótese el día [la Anunciación]), un mercante español se topó con una tormenta. Arrojó su carga por la borda para aligerar el barco. Toda la carga se hundió, excepto una caja con el escudo mercedario: la caja tocó el agua y la tormenta cesó. Los marineros intentaron recuperarla, pero se les escapó y acabó en la playa.
Al desembarcar, nadie conseguía moverla; era imposible. Un niño llamó a los mercedarios, ya que al parecer la caja era suya. Llegaron dos de ellos y, sin esfuerzo, la levantaron. Entonces todos, asombrados, quisieron ver lo que había dentro. La abrieron y encontraron una imagen de la Virgen con el Niño. ¡Con una vela encendida en la mano! La llevaron de inmediato a la iglesia y después de una serie de milagros se convirtió en patrona, sobre todo, de los marineros. Los ex-votos se acumularon. Había maquetas de barcos que habían escapado de las olas o de los piratas, armas, balas de cañón, cadenas de esclavos liberados.
Incluso un «barquito» de marfil con jarcia de plata, regalo de una dama desconocida del siglo XV. Estaba colgado por el mástil, frente al altar y si lo hacían rotar volvía a su posición anterior. Además variaba según los vientos que soplaban en el Golfo de Cagliari: quienes se aventuraban en el mar sin tener esto en cuenta, siempre terminaban teniendo graves problemas.
En 1624, el general de los mercedarios tuvo que prohibir lo que para entonces se había convertido en un ritual lúdico y supersticioso. Finalmente, el objeto fue trasladado. Lo grandioso es que, antes de que la estatua llegara allí de forma prodigiosa, había otra imagen de la Virgen, también milagrosa, en el altar de la iglesia de Villa Bonayra. Era una Virgen bizantina con el Niño. Un soldado aragonés, presa del vicio del juego, hizo con ella una especie de pacto: «Si gano, vamos a medias, pero si pierdo, ¡pobre de ti!».
Por supuesto perdió y lo perdió todo, incluso su daga. Pero antes de entregársela al vencedor, quiso cumplir su infame promesa: entró en la iglesia y apuñaló furiosamente a la Virgen en el cuello. Y del punto golpeado brotó tanta sangre que manchó el uniforme del blasfemo, que fue detenido inmediatamente. El puñal permaneció colgado junto al altar de la que hoy todos llaman «Nuestra Señora del Milagro» hasta la llegada, en 1370, de la imagen que conocemos ahora. Esta última fue colocada en la capilla de la derecha. Pero al día siguiente apareció en el altar mayor y Nuestra Señora del Milagro, en la capilla.
Rechazo de los barcos jacobinos
Intentaron volver a colocarlas varias veces, pero siempre las encontraban intercambiadas. A pesar de la buena guardia. Así que se rindieron ante otro prodigio y dejaron las dos imágenes donde querían estar.
Había tantos peregrinos que en el siglo XVIII se decidió construir una iglesia más grande. Pero intervino la Guerra de Sucesión española y en 1720 Cerdeña pasó (desgraciadamente, como hemos visto en el episodio dedicado a la Cerdeña hispana) a manos de los Saboya. Las obras comenzaron de nuevo, aunque de forma menos grandiosa. Pero no acabó allí la cosa.
En 1793, los barcos jacobinos aparecieron frente a Cagliari y comenzaron a disparar con cañones. Los sardos quitaron el velo que estaba ante la Virgen de Bonaria, lo izaron como bandera y expulsaron al enemigo.
Después llegó Napoleón, que se apoderó de Italia continental pero nunca llegó a pisar Cerdeña. María Cristina de Saboya, hija del rey Víctor Manuel I, nació en 1812 en Cagliari. Llegó a ser Reina de las Dos Sicilias, murió en Nápoles en olor de santidad y hoy es beata. Pero la revolución nunca duerme, y en 1832 los liberales consiguieron hacerse con el dinero que la fe popular había destinado al santuario y lo desviaron hacia obras que consideraban «más útiles». En 1866, la Italia unida, tras la supresión de las instituciones «inútiles», ordenó a los mercedarios que desalojaran y entregaran la iglesia al Estado. Solo la furiosa reacción popular de los sardos consiguió salvar al menos la iglesia, mientras que el antiguo convento fue alquilado a un posadero.
En 1869, las autoridades «laicas» intentaron actuar a hurtadillas: se apoderaron de todos los ornamentos preciosos de la iglesia y se los llevaron a la capital italiana, que entonces era Florencia. Pero no contaron con el capitán del barco (que por su terquedad debía de ser sardo): no quería embarcar nada sin un albarán y una estimación del valor del contenido. Lo cual frustraría la operación.
«Herencia y dominio de María»
Fue necesaria una petición popular para que los bienes sustraídos volvieran a su lugar legítimo. Y en 1870, dos coronas de oro, bendecidas por el beato Pío IX, fueron colocadas sobre la cabeza de la Virgen de Bonaria.
Los acontecimientos posteriores impusieron continuos parones en las famosas obras de la nueva iglesia, que no se terminó hasta 1926. Tras la última guerra, el papa Pío XII llamó a Cerdeña «herencia y dominio de María». En1970, Pablo VI fue a celebrar el sexto centenario de Bonaria, donde acogido por una gran multitud. Pero también por las pedradas de un pequeño grupo de ultracomunistas, signo de los tiempos. ¿Acabó así la historia? Quién sabe.
En 1937, frente a la playa de San Vero Milis (Oristano), se encontró una estatua de madera flotando, una Virgen con el Niño. Las marcas de quemaduras indicaban que procedía de España, donde la guerra civil hacía estragos. Una iglesia incendiada y una estatua arrojada al mar.
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